Modi, el sueño de una segunda independencia india

El proyecto político de Narendra Modi se propone alcanzar una segunda independencia a través de las reformar económicas liberales y una relectura de la historia y la cultura india basada en la countinuidad cultural hindú y la proyección global, a costa del autoritarismo político y la opresión de las minorías.

por Aurelio Tomás

El templo

A primera vista, el templo Akshardham, ubicado en Delhi, a orillas del río Yamuna, impone al visitante un desafío a sus percepciones. Parece una construcción centenaria, de esas que se levantaban en la antigüedad con técnicas hoy perdidas, como las catedrales góticas de Occidente. Pero su brillo y la prolijidad de cada detalle se corresponden con un lugar inaugurado hace poco tiempo. Una vez dentro, el desafío al entendimiento redobla la apuesta. Conviven en él espacios de plegaria y devoción religiosa con atracciones modernas que parecen salidas de Disney. Solo que allí no se cuentan historias de personajes animados, sino mitos religiosos e históricos del hinduismo, narrados con técnicas como el mapping o el despliegue de animatronics, al estilo de Piratas del Caribe.

Esa combinación de monumentalidad, espectacularidad tecnológica y narrativa espiritual convierte al Akshardham en una vidriera perfecta para el nacionalismo religioso que impulsa el gobierno de Narendra Modi, primer ministro de la India desde 2014 y el hombre más poderoso de la historia independiente del país, sin vínculos con la familia Nehru-Gandhi ni el Partido del Congreso Nacional Indio. No es casual que, en los últimos años, se haya convertido en una parada habitual para visitas internacionales: desde un grupo de periodistas latinoamericanos, entre los que se encontraba el autor de esta nota, hasta figuras de alto perfil como el vicepresidente estadounidense J. D. Vance, que lo recorrió en abril pasado.

En mi caso, fue parte de un día de actividades que incluyó también un encuentro con funcionarios y una visita al Fuerte Rojo, también en Delhi, locación histórica donde Nehru proclamó en 1947 la independencia de la India. Tardé un tiempo en entender el significado de ese cronograma, preparado por el Ministerio de Asuntos Exteriores del primer gobierno de Modi; reflejaba la idea de que el nuevo tiempo político de la India estaría marcado por el concepto de una segunda independencia. En esa idea está el corazón del pensamiento del líder que impulsa el mayor cambio desde 1947, en el país más poblado del mundo y en una democracia que no solo es la más grande (eso va de suyo), sino que es también una polis que concentra casi 970 millones de electores, una cifra semejante a la de todas las democracias del mundo sumadas.

Pero antes de abordar ese concepto central, volvamos al templo, porque ofrece una puesta en escena cuidada y poderosa de la “India eterna” que el movimiento que lidera Modi busca proyectar: una civilización milenaria, orgullosa de sus raíces y capaz de integrar modernidad sin renunciar a su identidad. A eso se suma un elemento clave: gran parte de la tecnología utilizada en sus exhibiciones —desde los sistemas de mapping hasta los animatronics— fue desarrollada por ingenieros locales, como forma de reafirmar que la autosuficiencia y la innovación también son parte del renacimiento civilizatorio que promueve el proyecto de Hindutva.

El complejo fue construido por la organización religiosa BAPS Swaminarayan Sanstha y se inauguró en 2005, tras solo cinco años de obra, gracias a la participación de miles de voluntarios y artesanos. El mensaje que transmite no es solo espiritual, sino también político y tecnológico: esta es la India que se piensa a sí misma como superpotencia moral, espiritual, económica y tecnológica. La escena que propone Akshardham no es una excepción, sino parte de un proyecto más amplio. Esa visión de una India orgullosa de su pasado y ambiciosa en su modernización es el leitmotiv del cambio que impulsa Modi. 

El gran salto adelante de Modi

La carta de presentación más potente de la India es su capacidad para producir tecnología avanzada a bajo costo, gracias a las reformas de mercado introducidas por el actual gobierno. “Tomen nuestro sector espacial como ejemplo”, dice Modi en una entrevista reciente con Lex Fridman. “Anteriormente estaba completamente controlado por el gobierno, pero hace apenas un par de años lo abrí al sector privado y ahora ya tenemos 200 startups trabajando en tecnología espacial”. El resultado, afirma, es que misiones como Chandrayaan-3 (la tercera exploración lunar del país) “fueron extremadamente rentables y costaron menos de lo que Hollywood gasta en una sola película taquillera”. 

Con una población que ya supera los 1.430 millones de habitantes y un crecimiento sostenido, la India busca consolidarse como un nodo clave del poder global. El país atraviesa un proceso de desarrollo sin antecedentes, solo comparable con el que protagonizó su vecino asiático a partir de sus propias reformas de mercado, con particularidades chinas. Desde su ascenso al gobierno, tras más de una década gobernando Gujarat, Modi combinó nacionalismo político, promoción industrial y un fuerte impulso estatal a la infraestructura, desde los inodoros hasta los puentes y los puertos.

La carta de presentación más potente de la India es su capacidad para producir tecnología avanzada a bajo costo, gracias a las reformas de mercado introducidas por el actual gobierno.

Como reconocen diversos organismos internacionales, durante su gestión se impulsó una reforma fiscal, se masificó la bancarización y se amplió el acceso a servicios básicos. La pobreza extrema —definida como vivir con menos de 2,15 dólares diarios— cayó del 16,2 % en 2011–12 al 2,3 % en 2022–23, según el Banco Mundial, lo que sacó a 171 millones de personas de esa condición. La brecha entre el campo y la ciudad también se redujo: en zonas rurales, la pobreza extrema bajó del 18,4 % al 2,8 %; y en áreas urbanas, del 10,7 % al 1,1 %.

Pero no todas las reformas impulsadas por Modi obtuvieron los resultados esperados. Algunas produjeron efectos colaterales significativos; otras, un rechazo social que obligó al gobierno a dar marcha atrás. La desmonetización, presentada como un salto hacia la digitalización, generó un colapso de liquidez que afectó especialmente al sector informal, que aún ocupa —y alimenta— a millones. Más contundente aún fue el fracaso de las leyes de reforma agrícola, derogadas en 2021 tras más de un año de protestas, que incluyeron la marcha de 300.000 campesinos a Delhi y piquetes masivos en sus accesos. A ello se suman críticas por la concentración de inversiones en Gujarat, su estado natal; la opacidad de los datos oficiales; y la presión económica sobre los medios de comunicación. 

A pesar de conectar con una cultura ancestral, el movimiento político que lidera Modi no puede definirse como conservador. Es, indudablemente, revolucionario, sobre todo si se lo compara no con los milenios de historia que evoca, sino con el resto de los gobiernbos de la era independiente, que el próximo año cumplirá apenas ocho décadas. Esa ruptura con el pasado reciente también se expresa en el instrumento político que lo llevó al poder. El Bharatiya Janata Party (BJP), principal fuerza de derecha de la India y de orientación nacionalista hindú, que fue fundado en 1980 como heredero del Bharatiya Jana Sangh y se consolidó como la principal oposición al Congreso Nacional Indio. Gobernó por primera vez a fines de los años 90, bajo el liderazgo de Atal Bihari Vajpayee, pero solo en 2014, con la llegada de Modi, logró una mayoría parlamentaria propia, consolidando su hegemonía.

Con esa concentración de poder, el BJP impulsó no solo reformas económicas, sino también una agenda que reinterpreta la constitución laica de la India. La idea de una “segunda independencia” implica liberar al país de las ataduras heredadas del mandato británico, para construir una nación identificada con la religión mayoritaria. El proyecto apunta a superar lo que describen como siglos de opresión, primero bajo imperios musulmanes, luego bajo el colonialismo europeo.

La tierra de los siete ríos

En la entrevista con Lex Fridman que ya mencionamos, realizada este año, el primer ministro sostuvo una visión de su país que se ubica en las antípodas del pensamiento del Mahatma Gandhi, quien condujo la lucha por la independencia. Modi sostuvo que, pese a la extraordinaria diversidad de la India —donde “cada veinte millas cambian la lengua, las costumbres, la comida e incluso la ropa”—, existe un hilo invisible que la recorre de punta a punta. Ese lazo no estaría dado por la uniformidad política ni por una lengua común, sino por una identidad cultural civilizatoria, que se expresa tanto en la presencia constante de figuras como Lord Rama (principal deidad del hinduismo) en los nombres y relatos cotidianos, como en rituales compartidos por comunidades disímiles. “Cuando alguien se baña en el río, recita el nombre de todos los ríos sagrados del país”, explica, y menciona junto al Ganges al Yamuna, a cuyas orillas se levanta el templo Akshardham. Ese gesto simple —enumerar los ríos— contiene, según Modi, una “decisión colectiva de unidad” que no depende de la geografía ni del idioma, sino de una “conciencia compartida” que se transmite desde hace “milenios”.

Así, los ríos y la figura de Rama no aparecen solo como símbolos religiosos, sino como pilares de una identidad nacional profunda, anterior al Estado surgido de la independencia. El proyecto de Hindutva afirma que no busca imponer una homogeneidad cultural, sino recuperar esa esencia civilizatoria que, según Modi, fue debilitada por siglos de dominio externo y por una visión fragmentada de la identidad india. Sus detractores, sin embargo, advierten que ese proyecto aspira a imponer una identidad excluyente que pone en riesgo la seguridad de los indios no hindúes, especialmente musulmanes y sijes.

La agenda cultural del oficialismo se alinea con una relectura del pasado que privilegia a una India preislámica, unificada, avanzada y espiritualmente refinada, una protagonista de la historia mundial a través de su relación con el mar y ya no con sus ríos internos.

Imagen editable

Para consolidar un nuevo consenso, el nacionalismo hinduista promueve una relectura de la historia que otorga espesor civilizatorio al presente político. Allí aparece la figura de Sanjeev Sanyal, economista, historiador aficionado y asesor cercano a Modi, cuya obra intenta trazar una continuidad entre la India védica y la India actual, otorgando a la transformación en curso una legitimidad que no se limita a las urnas, sino que se hunde en la geografía sagrada y el mito ancestral.

En su libro Land of the Seven Rivers, Sanyal sostiene que la historia de la India no puede entenderse sin su geografía, y que el territorio —sus ríos, montañas y paisajes sagrados— moldeó tanto las civilizaciones como sus mitos. Propone una narrativa alternativa al relato oficial, recuperando símbolos y continuidades culturales que refuerzan una identidad india milenaria y autónoma. Pero no se limita a reivindicar el pasado: también describe los cambios contemporáneos como parte de un proceso que debe medirse en siglos más que en décadas.

Según Sanyal, la imagen tradicional de la India como un país rural y estático —aquella que Gandhi resumía con la frase “la India vive en sus aldeas”— ya no alcanza para describir la transformación en curso. Aunque la civilización india ha mostrado notables continuidades a lo largo de los milenios, está ingresando en una etapa de urbanización acelerada que, en una generación, convertirá al país en una sociedad mayoritariamente urbana. Esta mutación no es solo demográfica: está reconfigurando el paisaje económico, social y físico de la India. Y, lejos de ser un fenómeno ajeno a su historia, se inscribe en una larga serie de adaptaciones que el país ha sabido procesar a su modo.

En ese marco, Sanyal propone mirar las villas (slums) no como fallas del sistema, sino como dispositivos funcionales del proceso de urbanización. Para él, muchos proyectos oficiales fracasaron al considerar estos barrios como simples problemas habitacionales, sin advertir que son verdaderos ecosistemas donde circulan empleos informales, redes sociales, información y formas propias de seguridad. Las villas cumplen así un rol clave como pasarelas entre el campo y la ciudad. Sus habitantes, lejos de estar resignados, ven en ellas una plataforma de despegue. La movilidad social que generan es inédita: hijos de migrantes rurales —a menudo la primera generación con algo de educación formal y manejo básico del inglés— están conformando una nueva clase media urbana. Se los encuentra trabajando en call centers o en centros comerciales, y hasta el cambio en el origen social de los ídolos deportivos da cuenta de este fenómeno. Para Sanyal, la nueva India no nace del orden, sino del caos creativo de esta transición.

Aunque Sanyal no se presenta como ideólogo de Hindutva, su narrativa histórica encaja con varios elementos centrales del nacionalismo hinduista. En Land of the Seven Rivers, reivindica una continuidad civilizatoria india que remonta sus orígenes al Rig Veda y a la cultura Harappan, y exalta símbolos como el río Saraswati, el linaje de los Bharatas o la figura del Chakravartin, todos muy presentes en el imaginario de Hindutva. Esta relectura del pasado —que privilegia una India preislámica, unificada, avanzada y espiritualmente refinada— se alinea con la agenda cultural del oficialismo, al que Sanyal asesora desde su rol en el Consejo Económico del Primer Ministro.

Si en Land of the Seven Rivers Sanyal ancla la identidad india en su geografía interior —los ríos, los mitos védicos, los símbolos civilizatorios—, en The Ocean of Churn propone su contracara oceánica: una visión de la India como actor global a través del océano Índico, expresión exterior del renacimiento que acompaña esta “segunda independencia”. Desde sus primeras páginas, Sanyal intenta reposicionar a la India como protagonista de una historia mundial articulada por el mar, y recupera episodios olvidados, como la rebelión naval de 1946, minimizada en el relato oficial. “El Congreso Nacional Indio se aseguró de que esa historia se contara de una manera que se enfocara exclusivamente en su propio papel”, denuncia el autor.

Su planteo no es solo una crítica al nacionalismo del siglo XX, sino también una apertura hacia una narrativa india más abierta y en diálogo con el mundo, que también forma parte de la nueva independencia. El punto es relevante: en paralelo a un cierre de las fronteras internas, expresado en políticas de exclusión de las minorías, persecución de voces disidentes y amenazas al sistema federal, el nacionalismo se presenta como el vehículo de los sueños globales de una superpotencia pobre, sostenida en el poder duro de su capacidad tenológica y sus armas nucleares, junto al poder blando de su civilización ancestral.

El proyecto Hindutva de Narendra Modi no busca simplemente representar a una mayoría: aspira a reescribir el relato nacional en clave sagrada, excluyente y vertical

Ese giro se vuelve explícito en el capítulo final de The Ocean of Churn, “From Dusk to Dawn”, donde Sanyal traza una línea directa entre el colonialismo, el socialismo de Nehru y la liberalización económica del presente. “Después de décadas de haber sido asfixiada por el modelo económico socialista impuesto por Nehru, la India finalmente comenzó a liberalizar su economía”, escribe, y advierte que el océano Índico será otra vez un escenario de disputa, esta vez entre India y China. La idea de una “segunda independencia”, con la que el nacionalismo hindú busca nombrar la ruptura con el legado de Nehru y la afirmación de una India civilizacional, encuentra en Sanyal un relato histórico a su medida: una India que ya no solo se busca en sus ríos, sino que vuelve a mirar el mundo.

Los límites del proyecto de Modi

El año pasado, el liderazgo de Modi encontró un límite a sus ambiciones de cambio en la tercera elección de su mandato. En medio de crecientes críticas y advertencias sobre un posible giro autoritario, logró ser reelecto, pero el BJP perdió la mayoría absoluta y debió formar gobierno con aliados de su coalición. Una amplia alianza opositora liderada por el Congreso Nacional Indio obtuvo una minoría de bloqueo que obligó al oficialismo a postergar las reformas más ambiciosas, especialmente aquellas que requieren enmiendas constitucionales.

El historiador Ramachandra Guha es una de las voces disidentes que desde hace años advierte sobre los riesgos que entraña el nacionalismo hindú de Modi. Guha es uno de los pocos intelectuales indios con fuerte resonancia tanto en su país como en el exterior. Es autor de obras clave sobre la India contemporánea, como India After Gandhi y Gandhi: The Years That Changed the World. Enseñó en universidades como Yale, Stanford y la London School of Economics, y fue detenido en 2019 durante una protesta contra las leyes de ciudadanía impulsadas por el gobierno.

En un ensayo publicado en Foreign Affairs el año pasado, Guha sostiene que la concentración de poder que logró Modi en la última década solo es comparable con la que tuvo Indira Gandhi. Como relata en India After Gandhi, la hija de Nehru instauró un régimen de excepción que incluyó, entre otros abusos, campañas masivas de esterilización dirigidas por su hijo, acusado además de corrupción en la gestión de una fábrica de autos estatal.

Entre las señales actuales de autoritarismo, Guha enumera la centralización extrema del poder ejecutivo, con ministros y organismos subordinados directamente al primer ministro; el vaciamiento del Parlamento, con leyes aprobadas sin debate y suspensiones masivas de legisladores opositores; la subordinación de la Corte Suprema, que ha convalidado leyes punitivas como la Unlawful Activities (Prevention) Act; el hostigamiento a la prensa y a las universidades públicas —con la India en el puesto 161 del ranking mundial de libertad de prensa—; la persecución judicial a dirigentes opositores mediante agencias fiscales y tribunales afines; la manipulación electoral a través de una Comisión Electoral alineada con el gobierno; y la instalación de un culto a la personalidad, visible en certificados de vacunación, planes sociales y discursos que presentan a Modi como un líder providencial. 

Además de alertar sobre estas prácticas, Guha subraya el contraste entre el proyecto actual y el ideal fundacional de la India. Mientras los líderes del movimiento independentista imaginaron una nación plural, donde el Estado no se identificara con ninguna religión, el primer ministro promueve una idea de país basada en el predominio demográfico y cultural de los hindúes. Esto no solo margina a minorías como los musulmanes, sino que desnaturaliza la diversidad constitutiva de la India, imponiendo una narrativa homogénea desde el poder central. Así, el Hindutva no busca simplemente representar a una mayoría: aspira a reescribir el relato nacional en clave sagrada, excluyente y vertical.

Paradójicamente, el líder que destronó a la casta en el país de las castas —los herederos de Nehru que adoptaron el apellido Gandhi sin ser parientes— es un dirigente que salió de la nada, no es familiar de nadie y no tiene herederos. La figura perfecta para destronar a una dinastía y presentar un movimiento con rasgos autoritarios y opresivos hacia las minorías como una nueva independencia, o una gesta de liberación. Devoto y practicante del hinduismo, la biografía oficial de Modi asegura que practica yoga y técnicas de respiración védica, y que durante un tiempo vivió solo en la montaña, en una suerte de retiro ascético. El final de esa biografía oficial, sin embargo, aún está por escribirse.

En paralelo a un cierre de las fronteras internas, la exclusión de las minorías y la persecución de disidentes, el nacionalismo se presenta como el vehículo de los sueños globales de una superpotencia pobre, sostenida en su capacidad tenológica y sus armas nucleares, junto al poder blando de su civilización ancestral.