Las condiciones de un posible diálogo entre Occidente y Rusia
La guerra de Rusia contra Ucrania está dejando el mundo al borde de una guerra extendida y nuclear, que destruirá toda forma viviente en el planeta. El texto distingue la negociación del diálogo, probablemente el único medio para evitar la conflagración mundial, y analiza las premisas hermenéuticas que harían factible un diálogo auténtico entre Rusia y lo que ella considera su enemigo, el “Occidente colectivo”.
I. Precisando el objeto
En Argentina, una conversación sobre el “Diálogo” puede evocar por asociación significante, pero nada inconsciente, la palabra “dialoguistas”. En nuestro contexto político, esta última adquirió un significado que, sin embargo, no tiene nada que ver con el Diálogo. Observando los juegos parlamentarios que tienen las patas cortas como las mentiras infantiles, vienen a la mente las palabras de Hans Gadamer – uno de los filósofos que más reflexionó sobre las condiciones y efectos del diálogo – advirtiendo que comprender o escuchar al otro, o sea el principio mismo del diálogo: “no significa simplemente realizar a ciegas lo que quiera el otro. Al que es así se le llama sumiso”. (H.G. Gadamer, Verdad y Método, Salamanca, 2012, el destacado me pertenece)
Se trata de una disposición subjetiva, pero recíproca. Se engañan y engañan a los demás quienes se autodefinen “dialoguistas”, pero ni exigen ni reciben reciprocidad. Son, como dice el pensador alemán, simplemente sumisos. Claro que, en política, se trata de un estigma vergonzante, tan incómodo de asumir como arduo de disimular.
Sobre el diálogo como una de las formas de relacionarse, se viene escribiendo desde hace 25 siglos, por lo menos si tomamos como punto de partida la Grecia del siglo V a.C. Hoy, no obstante, el déficit de diálogo en la política mundial es perceptible a primera vista. Y a duras penas podría objetarse que la cultura política argentina, cualquiera sea la tradición a la que uno se refiera, representa una excepción en ese mapa. Hoy se semeja más al botón de muestra de dicha insuficiencia. Se encuentra allí una de las razones que me incitó a reflexionar sobre el diálogo. Otra razón es la importancia que este reviste en período de preguerra mundial como el que estamos viviendo. El momento es grave. No todas las situaciones de ese tipo desembocan en la guerra pero, si nos conducen a ese desenlace, apenas tendremos tiempo de comprender que se trata de la destrucción de la humanidad.
Lo que se observa en este mundo de preguerra es que los actores principales claman que hay urgencia en cambiar el rumbo y aquellos que tienen el poder de hacerlo se abstienen
Si bien las condiciones éticas de un diálogo auténtico son las misma en el contexto de la política tanto argentina como internacional, elegí tomar como ejemplo este último, esperando que pueda ser leído con menos filtros pasionales y por lo tanto, con menos presión cotidiana porque si la política siempre afecta la vida de cada persona, la situación doméstica actual eleva esta intervención a niveles muy altos.
Pero no está prohibido pensar en nuestro país mientras leen.
II. ¿Diálogo o Negociación?
Lo que se observa en este mundo de preguerra es que los actores principales claman que hay urgencia en cambiar el rumbo de lo que acontece y al mismo tiempo, aquellos que tienen el poder de hacerlo se abstienen. Todos conocemos los propósitos de Von Clauswitz, que nos han llegado en diversas versiones, pero cuya idea central es “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Invito a que le agreguemos una frase: “la guerra es la continuación de la inexistencia o del fracaso del diálogo”. Hoy estamos en esa etapa: inexistencia y fracaso del diálogo, o sea que mañana…
A veces, cuando lo que aprendimos de la historia me mira levantando el párpado, me asalta la idea de estar viviendo en un planeta parecido a un monoambiente donde una pérdida de gas nubla la vista y uno de los inquilinos se apresta a encender un fósforo para ver más claro. Entonces me imagino en historiador (H) dialogando con el Sentido Común Optimista (SCO).
–SCO: ¿Preguerra? No exagere colega, en 1962, durante la crisis en el Caribe me hubiese dicho lo mismo y ya ve, pasaron 63 años y la Tierra no estalló.
–H: Cierto, cierto, pero en aquel entonces Jrushchov retrocedió y retiró los misiles que había instalado en Cuba, contra la promesa estadounidense de no invadir la isla.
–SCO: ¡Y el acuerdo fue respetado! Hoy Rusia podría retirar sus tropas de Ucrania y la Otan podría comprometerse a no integrar a Ucrania. ¿Por qué esta doble concesión no sería hoy posible? ¿Acaso no puede reiterarse el diálogo de 1962?
–H: ¿Fue ese un diálogo, un auténtico diálogo? ¿O una negociación de última hora para evitar la guerra?
–SCO: Entiendo la diferencia. Reformulo la pregunta: ¿Por qué no se atisba una negociación que desemboque sobre un auténtico diálogo?
–H: Negociación puede haber, incluso un pacto como el de Munich en 1938 que permitió a los nazis ocupar Checoslovaquia o un acuerdo Trump - Putin como el pacto Hitler - Stalin firmado por Ribbentrop y Molotov en Moscú en 1939, que le entregó la mitad de Polonia a los nazis. Pero este tipo de pacto-negociación ¿llevará a un auténtico diálogo? ¿o será patear la pelota para adelante y que cada uno trate de recuperarla en mejor posición? Auténtico diálogo es aquel intercambio en el cual cada interlocutor se deja llevar “fuera de [su] lengua y más allá de [sus] propias rejas conceptuales”. Su pregunta es excelente, prevé todas las posibles salidas de la situación, las saludables y la letal, pero...
– SCO: ¿Pero…? ¿Se quedó pensando? Pareciera que Usted duda…
–H: Bueno, hagamos que la duda adquiera significado, pero pensémosla juntos, pues como lo sugirió un tal Descartes en el siglo XVII, pensar es nuestra condición de existencia. Confieso que no le puedo responder en una frase. ¿Me otorga unos minutos más?
III. Contra el conocimiento monológico
Permítame comenzar citando las palabras con las que Hans Gadamer recordó su participación en el Primer Congreso Nacional de Filosofía, celebrado en Mendoza, del 30 de marzo al 9 de abril de 1949:
Recuerdo en particular mi viaje a Mendoza después de la Segunda Guerra Mundial y el encuentro que tuve allí con colegas italianos, franceses e ingleses tras el largo periodo de aislamiento en Alemania. Lo que me resultó muy interesante fue toda la gama de cosas que sólo puedes desarrollar si hablas con alguien y mantienes un verdadero intercambio con él. El diálogo te da un tipo de ventaja a la que no puede acceder la transmisión pura y simple del conocimiento monológico, que sólo se consigue imponiendo su verdad. Esta convicción es el secreto del auténtico intercambio: el interlocutor me da a cambio sólo lo que concierne a los dos. (Hans-Georg Gadamer. “Le dialogue herméneutique entre crise interpersonnelle et écriture”)
Abramos un paréntesis para recapitular tres puntos recién señalados:
1. Un diálogo auténtico no es una negociación.
2. Un diálogo supone dejarse llevar fuera del propio lenguaje de cada uno e ir más allá de la red conceptual en el que está encerrado.
3. El diálogo es una forma de pensar ajena a la práctica del conocimiento monológico, resultado de imponer una verdad. Monológico significa hablar en voz alta consigo mismo o con un interlocutor ausente o imaginario.
IV. Generalizar el diálogo
Cuando nos referimos a diálogos políticos tenemos tendencia a pensar en las reuniones entre dirigentes. Pero ¿y los pueblos, y las sociedades? ¿No pueden intervenir en el diálogo? En los encuentros internacionales, participan los líderes de los países en conflicto, directamente o a través de delegaciones. Lo que allí prima generalmente no es el verdadero diálogo sino negociaciones, subordinadas ante todo a lo que cada uno concibe como los intereses de su Estado, o de su propia supervivencia política. Las posibilidades que tienen las sociedades de dialogar entre ellas son de otra naturaleza.
Cuando nos referimos a diálogos políticos tenemos tendencia a pensar en las reuniones entre dirigentes. Pero ¿y los pueblos, y las sociedades? ¿No pueden intervenir en el diálogo?
Frente a la guerra de Rusia contra Ucrania, cualquier persona, en nuestros países, puede leer no solo las informaciones y análisis en los medios occidentales, sino la producción del muy extenso aparato de agencias periodísticas y redes de origen ruso que comunican su versión, justificando la guerra, publicada en varias lenguas y retomadas o comentadas, como sucede en Argentina, por medios locales que simpatizan con la posición rusa. Cada cual puede intentar un diálogo con la porción de textos oficiales u oficiosos rusos que le son accesibles, pero también con los medios rusos de oposición, clandestinos con versiones en ruso y en inglés. Por ejemplo: novayagazeta.eu, the insider o meduza.io, entre otros. Es un diálogo en el que el otro, aunque se trate de un texto, no está callado porque se renueva cada día y responde a los discursos opuestos o favorables a la guerra. En las democracias liberales, sus responsables deben en mayor o menor medida, contar con su opinión pública. En los regímenes políticamente antiliberales, pero económicamente totalmente liberales o incluso neoliberales, la influencia de la opinión pública es escasa o, a corto plazo, nula. Los responsables del campo antiliberal son en consecuencia más proclives a limitar su horizonte a sus propias convicciones personales. Sin embargo, la experiencia muestra que los líderes en las democracias liberales también, en general, llevan a cabo las negociaciones según sus propias opiniones y, a veces, contra la posición mayoritaria de sus pueblos. Recordemos el ejemplo del referéndum griego de 2015. El gobierno de izquierda pidió a la población responder si aceptaba o no el plan de acuerdo presentado por la troika ―la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional―, en otras palabras si continuaban o no con el programa de austeridad impuesto en 2010. El resultado fue muy claro: NO (61,31%), SÍ (38,69%). No obstante, poco después, el mismo gobierno se reunió con la troika y terminó aceptando las condiciones que ésta impuso. No fue un diálogo. Fue una negociación.
En la actual situación de preguerra no hay, o casi no hay negociación. Pero, supongamos que se llegue a ella. ¿Serán capaces los líderes de las partes en conflicto de superar ese estadio y de abordar las diferencias buscando y encontrando, un espacio común de perspectivas que, como escribe Gadamer, “concierna a los dos” a través de un auténtico diálogo antes que las armas destruyan toda vida en el planeta? Estamos también obligados a ampliar ese “que concierna a los dos”, no limitarlo sólo a Washington y a Moscú, sino, en última instancia a Rusia y a la humanidad entera. El problema mayor es que a largo plazo solo muy pero muy parcialmente los intereses de la Casa Blanca y del Kremlin coincidan con los de la humanidad. Quizás, la única coincidencia se limite a evitar una Tercera Guerra Mundial, lo que, por cierto, no es poco.
V. El ausente presente
Pero antes de responder si los líderes son o no capaces de abordar un diálogo auténtico, deberíamos profundizar la respuesta a otra pregunta: ¿qué es un diálogo auténtico?
Un diálogo tiene algo en común con cualquier conversación: está compuesto por enunciados. Pero un diálogo, llamémoslo auténtico para marcar su especificidad, se distingue de otro tipo de conversación precisamente en ese momento común que son los enunciados: en el diálogo, cada interlocutor debe buscar en el enunciado del otro la pregunta que lo suscitó. Como dice Gadamer, “no hay ningún enunciado que no se pueda entender como respuesta a una pregunta, y solo así́ se puede entender” (“La universalidad del problema hermenéutico” (Verdad y Método, p. 219). Preguntarse por la pregunta del Otro es poner de manifiesto la voluntad de comprender la lógica del Otro, de integrarla a su propio razonamiento, de construir ese intercambio que concierne a ambos.
Ambos adversarios en el lenguaje del Kremlin se llaman “Occidente global” y “Mundo ruso”, sin embargo, reducir la guerra al conflicto interno de un binomio es una operación engañosa e imperialista porque oculta a Ucrania
A ambos: un espacio común que, en el caso que nos ocupa, debe abarcar no solo y no tanto las preguntas a las que responden los discursos de los líderes. En ese espacio común deben entrar las preocupaciones de las sociedades de ambos adversarios, que en el lenguaje del Kremlin se llaman “Occidente global” y “Mundo ruso”. Sin embargo, reducir la guerra al conflicto interno de un binomio es una operación engañosa e imperialista porque oculta a Ucrania, integrándola, según el Kremlin, a lo que él entiende por Mundo Ruso. Hay sin embargo una dificultad a la hora de elucidar la pregunta detrás del enunciado del otro. Y es que, en todo enunciado, y por lo tanto en todo diálogo hay un ausente que está presente. Es aquel que frecuentemente suscita de parte del que escucha, preguntas como ¿adónde va?, ¿qué quiere decirme con esas palabras? El “querer decir”, “excede tan infinitamente todo lo que podría ser dicho” que el silencio y lo indecible dicen mucho más que lo que puede proferirse (Jean Grondin, “L’Universalité de l’Herméneutique et les limites du langage. Contribution à une phénoménologie de l'inapparent”, Laval théologique et philosophique, 53,1, 1997, p. 185).
Ese ausente, porque no es proferido y por lo tanto no oído (in-audito) está no obstante siempre presente en un diálogo verbal. En el diálogo con un texto escrito, el equivalente de ese indecible es lo inaparente en el texto o como se dice habitualmente, lo que está detrás de las palabras, oculto (Díez Fischer, Francisco. “La hermenéutica de Gadamer como escucha tras las huellas ¿Una hermenéutica de lo inaparente?”. Escritos 26.56 (2018): 21-61). Comprender lo que quiso decir su autor, supone des-ocultar lo inaparente, o sea interpretar lo escrito leyendo entre líneas. No se trata o no se trata solamente de sospechar que el otro intencionalmente oculta algo para confundir al interlocutor. El ocultamiento es inherente a todo discurso. El lenguaje adviene sin jamás agotar lo que se quiso decir. Siempre queda ese algo que en filosofía se llama el excedente del lenguaje. O sea, la diferencia entre el decir y el quise decir. Siempre hay algo más que la palabra pronunciada, algo que quisiéramos decir, pero para lo que el lenguaje nunca alcanza, por lo que ese algo permanece entonces in-audito o inaparente.
VI. La operación hermenéutica
La diferencia entre lo dicho y lo indecible, entre lo escrito y lo oculto es la materia sobre la que se funda toda reflexión crítica y por lo tanto también la distancia con respecto al texto, enunciado o escrito. Esa diferencia es un fenómeno universal que a su vez universaliza la operación hermenéutica, el arte de interpretar. Originariamente aplicada a la comprensión de los textos sagrados, la hermenéutica, espontánea o conscientemente, opera en todo intento de comprender el lenguaje del otro. El trabajo hermenéutico no reside en oír el sonido proferido por el habla del otro durante una conversación ni tampoco comprender la gramática, la morfología o la sintaxis de un texto escrito. La hermenéutica consiste en el abrir un camino hacia lo inaparente, camino por el que, en retorno, venga a nosotros ese in-audito o inaparente, lo que el otro no ha proferido ni dibujado con letras pero que lo ha llevado a emitir o escribir lo pronunciado y redactado.
Auténtico diálogo es aquel intercambio en el cual cada interlocutor se deja llevar más allá de sus propias rejas conceptuales, con la voluntad de comprender la lógica del Otro, de integrarla a su propio razonamiento
Entonces, lo que caracteriza al verdadero diálogo es el por fin oír lo in-audito o leer lo inaparente. Jean Grondin, a quien debemos algunos de los trabajos más importantes sobre la hermenéutica contemporánea, identificó la función de la interrogación a lo que precede al texto:
La lectura sólo es un diálogo en la medida en que ella se acompaña constantemente por la toma en consideración de las interrogaciones a las que el texto puede ser la respuesta. Siempre tenemos una vaga idea (y nunca más que eso) de la situación que le dio origen, de sus interlocutores, de sus intenciones. Esta interrogación puede calificarse de diálogo con el texto, en última instancia con el autor, pero siempre también con nosotros mismos (Jean Grondin, Ibid., p.188.)
La interrogación indispensable no es entonces solo una necesaria actitud recíproca entre las partes que pretenden dialogar: es constitutiva del diálogo de cada uno con su propia historia y su contexto, so pena de incurrir en la soberbia del sofista, ese que no escucha, sino que solo se preocupa por reafirmar que siempre tiene razón.
¿Cuánto de interrogación y cuánto de no escucha hay hoy en los discursos sobre la guerra contra Ucrania?
VII. “La última palabra, bueno, no, no quiero tenerla” (Gadamer)
De lo expuesto hasta ahora, surge que en un diálogo es imprescindible interpretar. Como su etimología lo indica, se trata de algo que sucede “entre (inter)”, en nuestro caso leer entre líneas. Allí leemos o escuchamos algo, encontramos esa palabra interior que toda hermenéutica persigue. La encontramos, pero como observa Grondin en la estela de Gadamer, ese interior
conserva algo inagotable […] nunca alcanzaremos la claridad última de la interpretación, porque cualquier aclaración del significado pretendido, en un texto, por ejemplo, se ‘presta’ a su vez al espectro infinito de la interpretación y la mediación meditativa […] Para la hermenéutica, nunca hay una última palabra. El diálogo aguas arriba del sentido siempre puede continuar. La tesis principal de la hermenéutica es, pues, la universalidad del diálogo posible, o el excedente de la voluntad de decir sobre el lenguaje hablado. (Jean Grondin, art.cit., p 189)
Pretender al mismo tiempo permanecer en diálogo y tener la última palabra es vanamente intentar sustraerse a esa universalidad que consiste en que en cada enunciado hay algo no dicho y sujeto a interrogación. Mantener la lógica respuesta-pregunta-respuesta del diálogo sin clausurarla no supone esperar un resultado final, sino, en el transcurso del diálogo ir más allá de nuestros límites conceptuales, ganando espacios de aprendizaje y comprensión porque el otro piensa diferentemente.
Pero comprender o escuchar al otro no consiste, como vimos al principio del texto, en ser sumisos, sino reconocer en el otro una verdad contraria a lo que yo pienso. Gadamer una vez más: “La apertura hacia el otro implica, pues, el reconocimiento de que debo estar dispuesto a dejar valer en mí algo contra mí” (Verdad y Método, p. 438. El destacado me pertenece)
VIII. El lugar de la verdad en el diálogo
No obstante, la interpretación de un texto no tiene como únicos objetivos comprender al otro y abrir nuestro propio diapasón de perspectivas. Se trata también de comprender la verdad y el grado de fundamentación de su texto. Cada partícipe del diálogo se encuentra con esta exigencia doblemente, porque si bien produce su propio texto, también deberá interpretar la respuesta de quien lo interprete. En tanto autor de un texto, debo interrogarme sobre mi situación de sujeto-resultado del “trabajo de la historia” (según la innovadora y muy fértil traducción propuesta por Jean Grondin del concepto gadameriano Wirkungsgeschichte), o sea resultado de un accionar de la historia del que no siempre puedo ser consciente. El ser humano siempre es heredero de pasados que espontáneamente funcionan en él como pre-juicios. Es esa espontaneidad la que debe ser puesta a distancia en la búsqueda de la verdad porque “lo que recibimos del pasado son creencias, persuasiones, convicciones, es decir, maneras de sostener-como-verdadero, según el espíritu de la palabra alemana Für-wahr-halten (lo que creemos que es verdad)” (Paul Ricœur, Temps et récit, Seuil, Paris, 1985, t.3, n. 29, pp. 399-400, 402).
Si buscamos la verdad o el grado de fundamentación el texto del Otro, debemos entrar en el diálogo interno del Otro con su pasado, con sus experiencias y preguntas. El Otro siempre está con lo que rodea al texto: un con-texto o discurso interno, fuente del discurso hacia el exterior. El enunciado del Otro que leemos o escuchamos no es más que el resultado consciente o no de ese diálogo interno. Pero es como condición de comprensión del Otro y no por una preocupación psicológica o de empatía que entramos en su espacio, en su diálogo interno, buscando su verdad.
El discurso ruso sobre la guerra está atiborrado de referencias a la historia rusa: si no se las toma en cuenta, el diálogo se dificulta porque se ignora las razones de su recepción positiva en amplios sectores de la sociedad rusa

Sin embargo, nuestra interpretación no puede ser nunca la última palabra porque como hemos visto, siempre queda algo, un algo no sólo es no proferido o no escrito, sino está como en reserva: con el transcurrir del tiempo va liberando nuevas significaciones. Que se trate del Genocidio del judaísmo europeo, de los millones de caídos bajo el terror soviético, de los miles de víctimas de la dictadura cívico-militar en Argentina, de la ESMA o de su actual equivalente ruso, el centro de detención, torturas y asesinatos Taganrog 2, o de otros crímenes, aceptar la existencia de esa reserva de significados que con el tiempo vamos conociendo, no es la relativización que bajo algunas plumas no desinteresadas se transforma en des-culpabilización de los autores de los crímenes o en disminución de la gravedad del crimen mismo. Es, al contrario, restituir con mayor plenitud el sentido del acontecimiento y del discurso sobre este.
A propósito del discurso ruso sobre la guerra contra Ucrania, la tarea hermenéutica es como en cualquier otro intento de comprensión, la de llegar a las preguntas a las que ese discurso responde, pero, al mismo tiempo, esa tarea adquiere una doble complejidad suplementaria. Es así porque, sobre todo para los no familiarizados con la lengua y la historia rusa, molesta la otredad lingüística, que no se soluciona con una traducción literal porque ésta ignora las conexiones conceptuales de las palabras empleadas en ruso. Eso por un lado, por el otro lado, el discurso ruso sobre la guerra está atiborrado de referencias a la historia rusa: si no se las toma en cuenta, el diálogo se dificulta porque se ignora el grado de fundamentación del discurso ruso y las razones de su recepción positiva en amplios sectores de la sociedad rusa.
IX. Condiciones y límites del diálogo. Incapacidad para mantenerlo
La primera condición de un diálogo es obvia: es indispensable que todas las partes hagan prueba de buena voluntad para entender otras razones. Por ejemplo: que el Kremlin y sus partidarios entiendan las razones que tienen todos los pueblos que alguna vez, y en general por varios siglos, estuvieron bajo dominación colonial rusa para, apenas se disolvió la URSS, votar masivamente y en elecciones democráticas la adhesión a la Unión Europea y a la OTAN. No entender lo que gritan esos pueblos es como esperar que los latinoamericanos confíen en la buena voluntad y generosidad de los Estados Unidos o de los fondos buitres. La buena voluntad es la condición subjetiva y constituyente para que un diálogo exista. Entonces, el primer obstáculo al diálogo aparece cuando una de las partes no toma consciencia de su incapacidad para dialogar.
No entender lo que gritan los pueblos que alguna vez, y en general por varios siglos, estuvieron bajo dominación colonial rusa, es como esperar que los latinoamericanos confíen en la buena voluntad y generosidad de los Estados Unidos
Pero a fuerza de escucharse a sí mismo y de no escuchar al otro, nacen obstáculos objetivos, por ejemplo, la ausencia de un lenguaje común. Como lo escribí en el imaginario diálogo entre el Sentido Común Optimista y el Historiador, Gadamer considera un rasgo constitutivo del diálogo verdadero, que cada parte haga a un lado las rejas que limitan su propia constelación conceptual. Esas rejas permanecen, cuando no sólo el gobierno de Rusia, sino también una parte importante de las élites y de la sociedad rusas no aceptan, o no pueden pensar un estatuto de Rusia que no sea el de un imperio en el que los rusos no son una “etnia” sino, según la fórmula acuñada por el poderoso y agresivo nacionalismo ruso “la super-etnia”, que teorizó Lev Gumilev. Todas las precauciones oratorias con las que el nacionalismo ruso endulza esa expresión para hacerla potable entre los pueblos vecinos de Rusia o incluso entre aquellos no rusos que habitan la Federación de Rusia, se desmoronan ante los ojos de las “simples etnias” que allí habitan, apenas estas echan una rápida mirada hacia el pasado… y hacia el presente, que este se nombre Chechenia, Georgia o Ucrania, cuyas poblaciones vienen sufriendo la barbarie en el último cuarto de siglo. Para decirlo simplemente: si la parte rusa no agrega a su diapasón mental y a su vocabulario la fórmula “imperialismo ruso”, parece imposible que un espacio lingüístico común, condición de un verdadero diálogo, se conforme entre Rusia y los pueblos del inmenso territorio que se extiende desde Europa central y oriental hasta el Pacífico y desde el Báltico al Mar Negro. Llegados aquí, el Sentido Común Occidental (SCO) me interrumpe y agudiza nuevamente la reflexión.
X. La “belleza de la muerte”
–SCO: “Usted piensa que un auténtico diálogo es poco probable. Pero estar al borde de la destrucción del planeta es un argumento más para estimar que habrá diálogo porque ninguno de los contrincantes se va a suicidar.
–H: ¿Le parece? Ir en toda consciencia a la muerte no es una novedad. En Argentina alumnas y alumnos, sus madres, padres y docentes, cantamos en cada fiesta patria el himno y no son pocas las voces que se emocionan al llegar al verso “Coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir” del cual fervorosamente se repiten tres veces las últimas cinco palabras. Los que eligen morir por la fe o por un ideal existen. Algunos se ponen un cinturón de explosivos y se hacen volar desparramando muerte incluso, y en la mayoría de las veces, no sólo de los combatientes enemigos, sino de quienes ni siquiera participan en el conflicto.
–SCO: De acuerdo, Putin está diciendo en substancia “o nos dejan hacer lo que queremos o es la guerra”, pero de ahí a pasar al acto…. Usted menciona la fe. Es cierto que el hombre va a la Iglesia, prende velas, se santigua, le otorgó a la Iglesia un lugar prominente en la política… Sin embargo, no lo veo sacrificar a Rusia por la fe en Dios.
–H: La estrofa del “juremos con gloria morir” se refiere a la Patria, no a Dios. Pero para el nacionalismo ruso radical, que ya provocó varias guerras, el destino de su Patria y la obra de Dios se confunden en uno… Sobran las afirmaciones en ese sentido de los altos funcionarios o de intelectuales rusos. Y no se olvide que el hombre que Usted mencionó ya mandó a la muerte a cientos de miles de rusos en esta guerra. Ni hablar de las víctimas ucranianas. Todavía le falta para igualar a Hitler o a Stalin pero está bien encaminado. En una emisión de la TV rusa, el 17 de abril de 2014, al mismo tiempo que hacía un balance de la anexión ilegal de Crimea, Putin celebró “la belleza (krasna) de la muerte” de los que caen defendiendo el ideal patriótico colectivo como él lo entiende.
–SCO: Todo eso es cierto pero no me explica por qué usted es pesimista sobre las posibilidades del diálogo.
–H: Yo dudo, pero mi propósito no es exponer el pesimismo o el optimismo, sino las condiciones que abrirían el camino al diálogo.
–SCO: Para que haya diálogo se necesitan por lo menos dos interlocutores. Entonces, las condiciones que usted menciona no conciernen solo a Rusia.
–H: Exacto. Conciernen igualmente a Occidente. Si me ocupo prioritariamente de Rusia es porque estas páginas se dirigen a un público occidental, que conoce las razones por las que las grandes potencias occidentales no tienen una tradición dialoguista con América Latina o con África. Paralelamente, una gran parte de la opinión pública de nuestra región no posee sobre Rusia el mismo saber ni la misma experiencia existencial que tiene sobre el colonialismo y el imperialismo occidental. Más trágico aún para los postergados, que sean individuos de a pie o responsables sociales y políticos, esta ignorancia los conduce a no ver más allá de la perversa e inhibitoria fórmula “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
– SCO: Entonces, Occidente, frente a Rusia…¿Nada que cambiar?
–H: Al contrario, mucho y radicalmente. Para suscitar la posibilidad de un espacio de diálogo con Rusia, los círculos dirigentes occidentales deberían ante todo romper con la mirada paternalista y despreciativa con la que observan a los “bárbaros orientales”, cultivada desde hace siglos en sus discursos sobre los rusos. Por supuesto, en los medios académicos esa mirada pertenece globalmente al pasado. Pero en las esferas de la dirigencia, la subestimación de Rusia es a la vez resultado de esa mirada y una de las fuentes de incomprensión. Sin embargo, el problema no es sólo cultural. La “guerra” económica, la voluntad occidental de no compartir con Rusia el rol de gendarme mundial, su intento de contrarrestar las ambiciones imperialistas rusas… todos estos factores constituyen obstáculos mayores al diálogo. Permítame subrayar, previendo reproches injustificados, que ese intento de frenar la expansión rusa no es una noble lucha antiimperialista. El no respeto occidental de lo que Rusia angélicamente llama su zona de influencia – la fórmula oficial es “El Mundo Ruso” (Russkii Mir) que se expande constantemente hasta llegar ya a Asia y África –es en parte, un combate entre imperios que se disputan hoy la hegemonía mundial.
–SCO: ¿Está Usted reclamando que las grandes potencias occidentales abandonen lo que comúnmente llamamos imperialismo y que varios tipos de racismo desaparezcan para que haya una chance de diálogo?
–H: Suena a ingenuidad. Lo sé. Pero sin sueños faltará energía para resistir y oponerse al imperialismo, al neocolonialismo, al racismo. Ahora, si volvemos al diálogo, este supone que un eventual cambio liberador en Occidente sea simultáneo con los correspondientes cambios en Rusia.
–SCO: Muy bien, lo que plantea sobre Occidente es conocido. Pero no sabemos qué es lo que del lado ruso dificulta la apertura del diálogo.
–H: Lo invito a leer mi próximo libro. Allí encontrará la respuesta.
Si la parte rusa no agrega a su diapasón mental la fórmula “imperialismo ruso”, parece imposible que un espacio lingüístico común, condición de un verdadero diálogo, se conforme entre Rusia y los pueblos del inmenso territorio que se extiende desde Europa central y oriental hasta el Pacífico y desde el Báltico al Mar Negro

* El presente artículo es una reelaboración y considerable ampliación de la ponencia de cierre del 3 Congreso de Humanidades, organizado por la Escuela de Humanidades de la UNSAM. Vayan aquí mis agradecimientos a mis colegas y amigos Francisco Diez Fischer, Hugo Francisco Freda y Damián Rosanovich por nuestros enriquecedores intercambios sobre las condiciones de la escucha y del diálogo.