«La mayoría de los oficiales nunca hablan de dictadura en sí, sino de hechos de guerra»
Entrevista a Eleonora Natale, profesora de Seguridad Ambiental en el departamento de Estudios de la Guerra del King’s College London, donde también coordina el Grupo de Investigación en Seguridad Latinoamericana. En 2024, se publicó su primer libro, Military Families, Political Violence and Transitional Justice in Argentina. Perpetrators Within? (Palgrave MacMillan) que explora las experiencias cotidianas y los testimonios particulares de los oficiales subalternos de la última dictadura y de sus respectivos familiares, desde 1976 hasta 2018.
por Salvador Lima
¿Qué motivó a una politóloga italiana, trabajando en el Reino Unido, a investigar la vida de las familias militares en el contexto de la violencia y las luchas por los derechos humanos en la Argentina?
No tengo ninguna relación personal ni con Argentina ni con el mundo militar, fue mi interés científico en la violencia de Estado en América Latina que me llevó a trabajar en este tema. Mi formación es en ciencias políticas y, al comenzar a estudiar la última dictadura en Argentina, noté que había pocos estudios empíricos sobre la perspectiva y la subjetividad de los actores militares en esa época. Por lo general, los miembros de las Fuerzas Armadas son un grupo abordado por los académicos y por los medios de comunicación como un bloque homogéneo, demonizado y separado por la sociedad. Por eso, en mi investigación doctoral, decidí no abordar a los militares solamente como un bloque de represores o como el brazo armado del Estado, sino como parte de la sociedad argentina. Para ello me enfoqué en la esfera familiar de los militares para preguntarme ¿cómo recuerdan los años 70 y la dictadura los que en su tiempo fueron jóvenes oficiales? ¿Cómo viven hoy en una sociedad que los condenan? En otras palabras, ¿quiénes son esos argentinos de los que muchos hablan, pero que muy pocos conocen?
Las entrevistas las realicé en círculos y en cafés, pero también en sus casas y en las prisiones donde muchos oficiales retirados están detenidos por los crímenes del régimen. Mi muestra de participantes también incluyó a varias familias cuyos miembros militares nunca fueron conectados a ninguna causa. Por su historia familiar, todas estas personas están asociadas a la dictadura y la categoría de represor y son de alguna manera afectadas por diversos grados de condena judicial, moral y política, lo cual determina sus relaciones con el resto de la sociedad argentina. Mi trabajo intenta superar y desmitificar la palabra de “perpetrador”, demostrando que no es una categoría suficiente para entender y explicar la perspectiva militar, la violencia de los ‘70 y su legado.
¿Y por qué decidiste enfocarte en oficiales subalternos y no trataste a los grandes jerarcas de las Fuerzas Armadas?
Por dos razones. Primero, porque todos los actores militares de la época, sin distinción de grado, arma y nivel de responsabilidad terminan siendo asociados a los grandes jerarcas, los “monstruos” cuyos crímenes se conocen en detalle gracias a los tribunales de la verdad y a los medios. Eso refuerza la simplista asociación entre “militar” y “criminal”. Yo quería complejizar el estudio antropológico y sociológico de las fuerzas armadas. En segundo lugar, realmente no sabíamos mucho de esa parte baja de la pirámide militar. La mayor parte de los estudios académicos se centraron mucho en oficiales de graduación superior, las personalidades más destacadas. Entonces ahí había un vacío sobre el contexto sociopolítico, las funciones y las dinámicas cotidianas de oficiales subalternos. Me refiero a oficiales jóvenes, de entre veinte y treinta años, que ocupaban rangos de subteniente, teniente o capitán y que, justamente, estaban en ese momento de la vida profesional en el cual se conforman los lazos emocionales de la “familia militar”.
En tu introducción afirmas que estudiar la violencia de Estado desde la perspectiva de los perpetradores es siempre un campo minado para el propio investigador. ¿Cuáles son los desafíos intelectuales y personales con los que te has encontrado?
Los estudiosos en el campo de la violencia y de la represión raramente escriben sobre los desafíos de empatizar con los perpetradores. Estudiar la perspectiva de los militares, en general, es complicado porque uno puede ser percibido como apologista de los opresores y de sus crímenes. Muchos activistas y estudiosos en América Latina piensan que los militares de la dictadura no deberían tener un espacio para expresar su voz o su visión sobre el pasado.
Mi respuesta siempre ha sido intentar ser metodológica y éticamente rigurosa en todas las fases de mi trabajo y deconstruir preconceptos. Uno de los desafíos fue encontrar herramientas intelectuales y metodológicas suficientes para lidiar con esos dilemas. A la hora de investigar estos temas, ciertas decisiones intelectuales pueden ponernos en posiciones difíciles. Si bien nos sentimos responsables hacia las sociedades democráticas de las que escribimos y sus derechos, al mismo tiempo, estamos éticamente comprometidos con nuestros entrevistados, quienes compartieron sus historias con nosotros. Es una tensión difícil de reconciliar y que tenemos que enfrentar cada día, como científicos, educadores y seres humanos.
Para muchos argentinos es difícil “humanizar” a los militares, porque la violencia del pasado está todavía muy próxima. Muchos argentinos fueron perseguidos durante la dictadura o perdieron a alguien por causa de terrorismo de Estado y eso pone importantes barreras emocionales que yo no tuve que superar. Lo que sí tuve que hacer fue dejar de lado mis prejuicios iniciales y abrirme a la perspectiva militar, haciendo preguntas desde una posición diferente. Fue un cambio epistemológico muy grande que me permitió interactuar y, ulteriormente, empatizar con las familias militares, entender su papel en la historia de la violencia y las consecuencias de esta historia para ellos.
Creo que humanizar a los perpetradores permite evaluar su conducta y el comportamiento de las sociedades a las que pertenecen y revela los grados de connivencia y complicidad civiles con la opresión

Debemos intentar tener una visión lo más completa posible de lo que sucedió en el pasado. Para ello, es útil escuchar y cuestionar las perspectivas de todos los actores involucrados. Es algo que en la Italia del fascismo ya no podemos hacer a esta altura del siglo porque los actores han fallecido, pero que es posible aún en el caso de las dictaduras latinoamericana. Es más, en algunos países, como Brasil o como Chile, donde los procesos de transición democrática fueron diferentes, los militares de esa época todavía tienen influencia en la política. Por eso creo que es mejor involucrarlos en la discusión, que dejarlos afuera.
¿Y cómo fue la experiencia de adentrarse en el mundo de la “familia militar” argentina?
Fue una experiencia intensa y difícil. Me llevó varios meses acceder a la comunidad militar. Yo empecé mi trabajo de campo a finales de 2015, cuando Mauricio Macri fue elegido presidente de la nación. En aquel momento, los militares venían de doce años de kirchnerismo, políticas de la memoria, juicios y un rechazo social casi unánime. Por ello, tenían mucha resistencia a hablar abiertamente de sus experiencias con alguien desconocido. Sin embargo, también me encontré con que la comunidad militar siempre había buscado cierto espacio para proyectar sus reclamos y su visión del pasado. Con el cambio de gobierno y de humor social en ese momento, muchos vieron la posibilidad de que sus reclamos fueran escuchados. Es probable que eso haya facilitado que se abrieran conmigo.
Dicho esto, la comunidad militar Argentina no deja de ser una sociedad bastante hermética que siempre ha sostenido una desconfianza mutua con el mundo académico. Inicialmente, fue difícil para mí superar esta barrera pero, después de varios intentos, logré contactarme con un capitán retirado del ejército, que era un joven subteniente en 1976. El hombre entendió los objetivos de mi estudio, así que decidió confiar en mí e incluso presentarme a otros de sus camaradas y sus familias.
Diría que, al ser una italiana ajena a la historia de posicionamientos sobre la memoria y la violencia de los años ’70, los militares retirados se sentían en menor riesgo de ser prejuzgados en sus testimonios. Otro factor importante creo que fue mi edad, la cual es similar a la de varios de sus hijos nacidos en democracia. El ser parte de la misma generación me ayudó a empatizar y relacionarme con ellos y entender mejor las situaciones más cotidianas de sus vidas familiares. Con el tiempo me convertí en una pieza de esa comunidad y terminé participando en las mismas relaciones sociales que estaba estudiando. Hubo un proceso no solo de aproximación, sino de incorporación a lo que ellos llaman la “gran familia militar”, lo cual benefició mucho a mi interpretación de los lazos de parentesco en este ambiente.
¿Qué perspectivas o enfoques originales ha permitido elaborar tu método etnográfico en comparación con los estudios precedentes sobre la última dictadura?
La etnografía es típica de la antropología social y permite estudiar un fenómeno o un grupo social a partir de la perspectiva y en los términos de sus miembros. Es muy importante para destacar la perspectiva “nativa” -como se dice en antropología- de los miembros de cierto grupo, sobre todo de aquellos grupos que son percibidos como exóticos, como muy distantes del sentir común. En Argentina, los militares son un grupo percibido como ajeno a la sociedad, es muy difícil humanizarlos. Se trata de un método muy holístico que me permitió mirar a los militares, no solamente como miembros de la institución castrense, sino también como profesionales, miembros de una generación, padres, esposos. Hay identidades múltiples que se van agregando a la de del militar represor que ha sido cristalizada en los estudios académicos sobre la violencia de Estado.
El enfoque etnográfico sobre la esfera familiar nos sirve, por ejemplo, para entender cómo el poder militar se construye y perpetúa en la sociedad a través de instituciones aparentemente inocuas como el matrimonio. Además, enfocarse en la dimensión profesional del militar pone de manifiesto cómo las poblaciones militares -no solamente en Argentina, sino en todo el mundo- encarnan una contradicción en su interior, ya que están sujetos a estrictas normas humanitarias y de comportamiento, pero por otro lado son capaces de cometer crímenes horrendos en el ejercicio de sus funciones. La mayoría de los investigadores en ciencias sociales evitan dar mirar directamente no a ese tipo de contradicciones o adapta posturas morales tajantes al estudiar a las fuerzas armadas, dejando la perspectiva de los seres humanos en el terreno.
Las entrevistas me permitían acceder de manera más profunda y completa a la subjetividad del militar. A mi modo de ver, esto era necesario porque hay una categoría de represor muy dominante y arraigada en el marco moral y legal de los derechos humanos. Es una etiqueta que deja fuera aspectos del poder y de la identidad militar que son fundamentales para entender cómo funciona la violencia. Analizar la subjetividad de los militares permite no solo abordar cómo justifican sus acciones o evitan la culpa sino también cómo interpretan el mundo y qué lugar le dan a la violencia estatal. No significa asumir su defensa, sino tratar de comprender cómo vivieron y entendieron los años ‘70 y el régimen del que formaron parte. Mi objetivo en el libro es mostrar cómo el parentesco, la identidad militar y la mezcla entre lo público y el privado en el mundo militar han moldeado las experiencias y las percepciones de las familias militares en la Argentina.
Analizar la subjetividad de los militares permite no solo abordar cómo justifican sus acciones o evitan la culpa sino también cómo interpretan el mundo y qué lugar le dan a la violencia estatal
En toda tu investigación, hay una clara inclinación a explorar la “banalidad del mal”. De hecho, no solo reconocés tu deuda intelectual con Hannah Arendt, sino también con Christopher Browning, cuyo trabajo sobre la barbarie nazi en Polonia examina las personalidades poco excepcionales y las dinámicas mundanas que hicieron de la violencia sistemática un hecho normalizado. ¿En qué grado este marco teórico ha sido utilizado por los intelectuales latinoamericanos para estudiar las prácticas de violencia de las dictaduras militares?
Hasta donde he podido ver, diría que no ha sido el marco teórico más utilizado por los colegas latinoamericanos. Y lo entiendo. Porque investigar la experiencia de los represores y los asociados a ellos es un desafío, ya que requiere empatizar con ellos. Reconozco que da lugar a preguntas incómodas. ¿Cómo puede ser justo dar voz a quienes intentaron silenciar y exterminar a tantos otros? Es lógico que mucha gente crea que esto traiciona la lucha por los derechos humanos. De ahí que tantos académicos prefieran evitar directamente el tema. Sin embargo, mostrar la perspectiva de los militares subalternos y sus familias, personas “ordinarias” en una época de violencia extraordinaria, es clave para entender y prevenir situaciones similares. Para el académico, empatizar no significa ni justificar, ni perdonar, ni simpatizar, sino intentar entender lo que el otro te está comunicando. Por eso, todo trabajo etnográfico requiere mucho tiempo, porque la construcción de la empatía es un proceso de conocimiento mutuo que no se logra rápidamente. Es justamente ese acercamiento incómodo con el “otro” el que te permite repensar y producir conocimiento nuevo.
Muchos de los oficiales que entrevisté, y también sus familiares, defendieron el accionar militar durante la dictadura, de manera polémica, pero siempre con cierta lógica interna. Para ellos, sus acciones forman parte de una trayectoria profesional más amplia en la que, como subalternos, cumplieron órdenes que no podían cuestionar. Esta visión se relaciona con la idea de la ‘banalidad del mal’: personas ordinarias en situaciones extremas pueden normalizar la violencia para evitar la alienación. Es interesante notar que los oficiales aplican esa misma lógica también al recordar su participación en la guerra de Malvinas, un conflicto convencional. Quienes vivieron tanto la represión de los años ‘70 como la guerra en el Atlántico Sur insisten en la importancia del profesionalismo en ambos escenarios y explican la obediencia debida como principio básico en la relación entre superiores y subalternos. Esa mirada les permite evaluar su conducta, pero también criticar duramente a su institución: señalan que los altos mandos nunca asumieron la responsabilidad por los errores estratégicos que llevaron a la derrota en Malvinas, donde muchos de sus camaradas y soldados perdieron la vida. En esta misma lectura, los jefes de las fuerzas tampoco asumieron responsabilidad por las órdenes (ilegales) dadas durante la dictadura, por las cuales hoy muchos oficiales que fueron jóvenes tenientes en aquel entonces están siendo juzgados.
Aunque para los civiles puede resultar difícil de imaginar, este paralelismo ayuda a entender las implicaciones profundas de la cadena de mando, y sus consecuencias a veces extremas, no solo en contextos autoritarios, sino también en sistemas liberales y democráticos. Sus puntos de vista son muchas veces difíciles de escuchar y aún más de poner por escrito. Aun así, creo que su voz puede tener un lugar en el ámbito académico y en los debates públicos, siempre que contribuya a una comprensión más compleja de la violencia de Estado. Es un enfoque que nos obliga a plantear preguntas sobre la responsabilidad, no solo de los estados autoritarios y militarizados, sino también de los Estados democráticos que han dotado a los militares de esos recursos en contextos de conflicto y de violencia. En última instancia, creo que humanizar a los perpetradores permite evaluar su conducta y el comportamiento de las sociedades a las que pertenecen y revela los grados de connivencia y complicidad civiles con la opresión.
En tu estudio, mencionás que la identidad militar no es monolítica, ni “los milicos” conforman un grupo homogéneo en sus personalidades y posturas políticas. ¿Cómo varían las experiencias e interpretaciones de la violencia entre los distintos miembros de las familias militares?
La mayoría de los testimonios de los oficiales muestran que, al menos al principio, eran leales al régimen y que todavía valoran mucho su carrera militar. Sus reacciones frente a los juicios y la condena social reflejan esas creencias sobre el pasado. Sin embargo, también existen voces más críticas entre ellos que cuestionan la legitimidad del golpe e inclusive los métodos usados por el régimen para eliminar la oposición política. Esto ha generado a veces tensiones dentro de la comunidad militar, obviamente. Ulteriormente, las Fuerzas Armadas argentinas son una institución en la cual las lealtades y las alianzas se han construido según el momento político, nunca fueron inmutables en el tiempo.Por ejemplo, la camaradería se tiende a ver como un rasgo esencial y universal de la identidad militar, pero realmente es una práctica, algo que se hace y que se construye, se recupera o se descarta según convenga. Aunque no puedo afirmar lo que hicieron en el pasado, muchos oficiales siguen uniéndose en torno a su causa y su identidad profesional, la defensa de los militares presos y la justificación de su papel tanto en aquel entonces como en el presente.
Los oficiales utilizan las categorías del parentesco para describir muchas de las situaciones vividas en los años ’70 y la guerra de Malvinas, explican las relaciones con superiores y subalternos en términos de padres e hijos.
Si las narrativas de los oficiales tienden a ser un poco más homogéneas, las de sus esposas e hijos presentan muchas diferencias. Algunos hijos me han contado su participación en el activismo para apoyar a sus padres. Otros hijos intentan simplemente reconstruir las historias de sus padres en el pasado, sobre todo de aquellos que fallecieron en los enfrentamientos con las guerrillas o inclusive de otros que fueron forzados a pasar a retiro debido a la militancia política de sus otros hijos. También hay hijos que prefieren tomar distancia de esos temas. Nunca vieron a sus padres como “milicos” y prefieren crear un vacío entre su propia familia y las disputas sobre el pasado. En cuanto a las esposas, reclaman un papel activo en la familia militar, tanto en los años ‘70 como en el presente. Si bien muchas dicen no saber lo que sus esposos hacían exactamente en aquella época, otras hablan mucho de los sacrificios que hicieron como esposas para que sus maridos puedan desarrollar su carrera. Algunas cuentan debidamente la angustia que sentían en los años ‘70, sobre todo antes del golpe militar, debido a amenazas e intentos de secuestro por parte de los grupos guerrilleros. Es por esto último que la persecución judicial de sus maridos en el presente les parece injusto, la ven como una prueba más de su sacrificio por la patria.
Para los familiares, ser asociados con los militares de la dictadura es algo que tiene consecuencias para sus relaciones con el resto de la sociedad, sea en el puesto de trabajo, en la escuela o en otros ámbitos. Para ellos se trata de lidiar con la condena social que viene la conexión con el pasado. Algunos se dan al activismo, otros intentan abstraerse de todo eso, negando cualquier relación con el mundo militar. Otros intentan repensar sus historias a partir de esa historia nacional. Hablar con los hijos te da una idea de cómo las consecuencias de la violencia son intergeneracionales, afectando generaciones que no tuvieron nada que ver con los hechos del pasado.
¿Qué lectura hacen estos grupos sobre la violencia de los años ‘70?
La mayoría de los oficiales defiendan la tesis de que de que el terrorismo de Estado fue una guerra contrarrevolucionaria necesaria para mantener el orden y acabar con la subversión. Ven toda su carrera militar como un desempeño bélico a partir de su posición en la institución castrense. De hecho, nunca hablan de dictadura en sí, no usan ese término, sino de hechos de guerra. Los oficiales habían ingresado al Colegio Militar como cadetes entre los años ‘60 y ‘70, en un contexto de gran agitación política, por razones diferentes: algunos respondieron a la movilización ideológica de la época identificándose en los valores del Ejército; otros continuaron la tradición militar familiar; y otros más buscaban una carrera segura. Sus jóvenes esposas se identificaban con familias respetables de clase media, tradicionalmente opuestas a la causa revolucionaria; una vez casadas, sus vidas se ligaron al Ejército, lo que las ubicaba en un entorno contrario a las guerrillas.
Con la escalada de la violencia a principios de los ‘70, oficiales y esposas sintieron que cumplían un deber patriótico: defender la nación contra la subversión. En sus relatos, se centran en las operaciones oficiales contra las guerrillas, evitando hablar de la represión clandestina de civiles. Esto busca proteger su imagen, pero también refleja su identidad como soldados profesionales y cierta superposición entre contrainsurgencia y terrorismo de Estado durante los años ‘70. Hoy las esposas a menudo dignifican a los exguerrilleros, reconociendo su compromiso, aunque criticando sus ideas. Al hacerlo, legitiman el accionar de los oficiales y refuerzan la imagen de sus esposos como profesionales con autoridad moral. Esta visión también abrió la puerta para que algunos miembros de familias militares participaran en iniciativas de reconciliación con exguerrilleros, buscando una lectura común del pasado centrada en el combate y la defensa de ideales. Por estas historias, muchos de ellos se sintieron ultrajados con la apertura de los juicios en 2005. La mayoría de los militares y sus familias piensan que deberían ser juzgados por tribunales militares, porque la justicia civil no llegaría a entender lo que realmente pasó. De todas maneras, en mi libro, yo no entro en el mérito de si estos reclamos son legítimos o no. A mí lo que me interesa destacar es cómo el parentesco y la dimensión social de la comunidad militar nos ayuda a entender el funcionamiento de estas dinámicas.
Hablas mucho de parentesco en tu libro, el concepto de kinship ¿Cómo ha influido en la construcción de la memoria y la resistencia dentro de la comunidad militar?
El término kinship refiere a todos esos lazos familiares que pueden ser biológicos, matrimoniales o simbólicos, como la camaradería. Es un concepto muy utilizado en la teoría antropológica que ofrece una lente para analizar el funcionamiento de las sociedades humanas. Los oficiales utilizan las categorías del parentesco para describir muchas de las situaciones vividas en los años ’70 y la guerra de Malvinas. Ellos explican las relaciones con superiores y subalternos en términos de padres e hijos. Estas metáforas te dan un acceso a cómo ellos entienden su propio mundo. Las esposas también crean redes de solidaridad entre ellas para enfrentar las dificultades cotidianas de la vida con los oficiales y es un lazo que es similar a la camaradería entre sus maridos. Y los hijos ven su deuda con los padres como una obligación, no solo hacia ellos, también hacia la comunidad militar en general.
En las ciencias sociales se tiende a pensar a la familia como un espacio privado, sin embargo, la familia militar es un sujeto político desde su origen
El parentesco estuvo siempre en el centro de la violencia del régimen militar y de su memorización, precisamente porque la práctica de la desaparición forzada tuvo como objetivo afectar el ámbito de la familia de los “subversivos”. El kinship es entonces un elemento fundamental para comprender la historia de las víctimas y de los perpetradores de la violencia. La diferencia obvia es el objetivo, el resultado y la recepción social de estos tipos de activismos.
El parentesco es importante también porque en las ciencias sociales se tiende a pensar a la familia como un espacio privado, separado del espacio público de la política. Sin embargo, la familia militar es un sujeto político desde su origen porque el Estado interviene en la vida de la familia militar de una manera que en otros tipos de familia no sucede. El Estado imponía a las familias militares continuas traslados cada dos o tres años, a destinos muy lejanos. Los hijos estudiaban en escuelas militares y eso determinaba sus amistades y círculos sociales. Había reglas sobre con quiénes y cuando los oficiales podían casarse. Había mecanismos informales mediante los cuales la institución castrense filtraba el acceso no solo de cadetes, sino también de futuras esposas para estar seguros de que no iban a perjudicar el nivel sociocultural de la comunidad militar. Estamos hablando de una comunidad muy endogámica.
Esta comunidad tiene expectativas hacia la institución a la cual dedicaron sus vidas. Muchos de sus miembros se sintieron traicionados en el momento en que Néstor Kirchner reabrió los juicios por crímenes de lesa humanidad y las fuerzas armadas abandonaron a los oficiales acusados frente a la persecución judicial, en lugar de defender su conducta durante la dictadura. Como dije, la mayoría de ellos percibe sus acciones en aquella época como parte del cumplimiento del deber y de la lucha en la guerra contrarrevolucionaria. Para defenderse, los militares se apoyaron sobre las redes de parentesco previas para crear organizaciones en defensa de su versión de la historia. Hay grupos de hijos y nietos de presos por lesa humanidad, grupos de esposas y de camaradas que funcionan no solo como espacios para avanzar reclamos políticos frente al Estado, sino también como espacio de apoyo emocional.
Mencionaste que en Chile y en Brasil las fuerzas armadas tienen aún un rol relevante y gozan de cierto prestigio – al contrario que en Argentina. De hecho, ahora mismo estás estudiando el rol de los militares brasileños en las políticas públicas y ambientales en la Amazonia. ¿Ves como posible que la militarización de la política o la politización del ejército pueda devenir en un problema para los Estados democráticos del Cono Sur?
Hay seguramente una tendencia en América Latina de los militares a meterse en la política. En Brasil, hay funciones que las fuerzas armadas han asumido, como seguridad pública o ciertos planes de desarrollo social. Es problemático desde una mirada democrática, pero es el resultado de procesos históricos específicos de Brasil. Ahora bien, hay muchos comentadores políticos que, en el contexto actual del giro hacia formas de extrema derecha, tienden a equiparar el momento de los años ’70 y la polarización política de la actualidad. Hay conexiones, pero se trata de momentos históricos muy diferentes. Lo que en realidad necesitamos son más estudios que abarquen la perspectiva del actor militar, ya que es el anillo de conexión esos dos momentos. Así podríamos entender mejor los procesos históricos y reconocer los riesgos en las dinámicas que estamos asistiendo hoy, como puede ser la radicalización de la derecha o la participación de los militares en la esfera política. En Brasil, por ejemplo, muchos dan por sentado que los militares son todos bolsonaristas. Algunos de ellos lo son, efectivamente, pero otros no. Esto solo lo podemos evaluar si la academia vence sus prejuicios e interactúa con ellos, involucrándonos en el debate y en el hacer de las relaciones cívico-militares. Si simplemente los aislamos, creamos un hermetismo y una incomunicabilidad en torno a ellos que dificulta el control civil sobre las fuerzas armadas y otorga mayor margen a los militares para meterse en cosas que no deberían competerles.