«La historia del dólar en Argentina es también un capítulo de la historia de la democracia»
Conversamos con Ariel Wilkis (doctor por la EHESS de París), sociólogo, investigador del CONICET y profesor y decano del EIDAES en la UNSAM. Co-autor del libro El Dólar. Historia de una moneda argentina, junto con la socióloga Mariana Luzzi (doctora por la EHESS de París), investigadora del CONICET y profesora titular en EIDAES-UNSAM. Mercado cambiario, clase social y el vínculo con el Estado. El dólar es mucho más que una moneda: es una herramienta de interpretación colectiva.
¿Qué cambió a lo largo de la historia argentina en relación con el dólar y qué invariantes hay? ¿Qué lugar ocupa el dólar en la imaginación de las clases sociales argentinas? ¿Por qué es una “moneda especial y popular” en Argentina? ¿Cómo fue el vínculo entre dólar e historia Argentina?
Sí. Una de las cosas que más nos interesaba con Mariana Luzzi en el libro era, precisamente, cómo establecer una nueva periodización. Habíamos heredado, por decirlo de alguna forma, una periodización en la cual había un quiebre a fines de los años 70 con la apertura económica y el endeudamiento externo. Con el lenguaje de todo un sector comenzaría la valorización financiera en Argentina y con eso la centralidad del dólar. llegar a los años 70 o hacia los 70 con una mirada mucho más atenta a un proceso de largo plazo. Por eso nos propusimos tomar un período de larga maduración y sedimentación y por eso fuimos corriendo esa periodización heredada hasta llegar a la década del 30 donde empezamos a contar esta historia que es menos una historia del vínculo con el dólar y más una historia del vínculo con el mercado cambiario.
Es decir, los años 30, no solo en la Argentina sino en gran parte del mundo, son un momento en el que empiezan las regulaciones de mercado cambiario. Vale remarcar que el 2014 es el ambiente en el cual empieza a pergeñarse este libro, y lo que estaba en el centro de la conversación pública era el cepo. Y se postulaba, en ese momento, al cepo casi como una novedad. Y como una perversión de un gobierno y había una reacción de otra parte de la sociedad crítica de ese gobierno y de esa perversión, cuando en realidad si uno no mira más hacia atrás en la historia lo que encuentra son mayores periodos de regulaciones cambiarias que otra cosa. Y que independientemente de los signos políticos de los gobiernos de turno, democráticos, militares o peronistas, la intervención del mercado cambiario hace una operación mucho más regular que la que señalaba ese contexto de polarización en torno al rol del mercado cambiario.
Puede sonar contraintuitivo pero la propia dictadura, digamos en su segunda etapa, restablece controles cambiarios. O sea, no hay una relación directa entre gobiernos de orientación liberal y una orientación hacia la liberalización del mercado cambiario. El sentido común ha sido mucho más pragmático en torno a las regulaciones cambiarias de lo que las narrativas políticas ideológicas nos hacen recordar sobre esos contextos. Por no mencionar en el presente al actual gobierno, que termina siendo mucho más pragmático en torno qué hacer con el mercado cambiario que sus diatribas ideológicas y mismo las críticas ideológicas sobre las políticas del actual gobierno. O sea ahí vemos que hay más una regularidad en torno a la necesidad de adaptarse a las condicionantes que pone el mercado cambiario para la política económica a lo largo de todo el periodo que otra cosa. Hay mucha más regularidad que otra cosa.
Desde la doble caja de cambio del 30, siempre hubo cepo, pero esto empieza a tener otra incidencia a partir de momento en que la sociedad se dolariza. Y eso en el relato del libro relato es un quiebre. O sea a partir de ese momento esos cepos se transforman en un tema.
Sí. Por eso al periodo que va de los 30 a los 40 lo llamamos una “proto popularización del dólar en Argentina”. Hay una “proto popularización del dólar en Argentina”. Por eso este libro, más que un libro sobre el dólar, es más bien una historia de la popularización del dólar en Argentina. Cómo el dólar se convierte en una moneda popular, pero en un doble sentido de popular: como parte de la cultura de masas, que ocupa un lugar en el espacio público, y en segundo lugar en el sentido más sociológico, el proceso en el cual cada vez más actores mirando en el largo plazo de la década del 30 hasta el presente, cada vez más grupos sociales se van vinculando con el mercado cambiario y a través del mercado cambiario con el dólar.
Hay una “proto popularización del dólar en Argentina”. Por eso este libro, más que un libro sobre el dólar, es más bien una historia de la popularización del dólar en Argentina. Cómo el dólar se convierte en una moneda popular.

Y si tuvieras que periodizar, muy brevemente, cómo es ese proceso de popularización, ¿cómo sería?
En la narrativa de nuestra propuesta, hasta fines de los 50, hay un proto popularización del dólar, básicamente por dos motivos. Por un lado el mercado de cambio no es un una institución en la cual toda la sociedad le presta atención, es un mercado de elites económicas financieras y políticas, básicamente. Y por otro lado, el dólar no ocupa el lugar central que ocuparía posteriormente. Y a fines de la década del 50, ahí sí el quiebre es la mega devaluación o la primera gran devaluación de Frondizi, y toda la dinámica de devaluación de la década del 60, van estabilizando el mercado cambiario y al dólar como una moneda en la cual empiezan a jugar otros actores sociales y al mismo tiempo se va instalando mucho más en el espacio público en la cultura de masas, el lugar del dólar en el cual la prensa, la publicidad, el entretenimiento, en un sentido amplio, lo toma como un objeto para vincularse con la sociedad. Eso es la primera popularización. La segunda popularización va a ser entre los 70 y los 80. Y diría hasta hasta el 89, en el cual lo que hay ahí es una expansión, una intensificación de la centralidad del dólar en el espacio público Pero además cada vez más nuevos mercados van incorporando el dólar como una moneda de referencia, de unidad de cuenta y de pago, donde el mercado inmobiliario es como el gran caso, pero no el único, también el mercado turístico y el mercado de bienes como los electrodomésticos. Y por otro lado, uno encuentra declinaciones en términos de incorporación de mayor cantidad de grupos sociales, más subalternos al mercado cambiario. Acá hay una nota metodológica, que como ustedes saben, hay una dificultad de construir algún tipo de archivo en torno a esto es complicado, no hay un archivo para ir a ver muy específicamente nosotros y para mantener un archivo o una serie a lo largo de todo el período el archivo más habitual han sido la prensa y la publicidad, por ejemplo. Y ahí, para poder establecer cómo las declinaciones en términos de sectores sociales que van incorporándose, un material importante ha sido, por ejemplo, la manera en el cual la prensa cubre el mercado cambiario y el contraste en, por ejemplo, fotografías o documentos de esa naturaleza. En la década del 60 encontramos oficinistas vestidos de traje mientras que en la década del 80 vemos a señoras jubiladas. Y ahí vamos incorporando otros materiales que lo complementan. Hay uno que es como muy usado que es Plata dulce. Ahí está la escena de la suegra diciéndole a Luppi y a de Grazia, “voy a comprar dólares al centro”, y dice, en una escena de la década del 70, ella que es una señora jubilada que vive en el conurbano: “¿ustedes no ahorran en dólares?¨
En Plata dulce está la escena de la suegra diciéndole a Luppi y a de Grazia, “voy a comprar dólares al centro”, y dice, en una escena de la década del 70, ella que es una señora jubilada que vive en el conurbano: “¿ustedes no ahorran en dólares?¨
Pero además tenés otros materiales, por ejemplo, la caída del BIR a principio de los 80, hay ahorristas en dólares que le reclaman, al gobierno militar ser recompensados, básicamente que se le devuelva sus dólares, y la narrativa de ellos, su adescripción de clase es “somos jubilados” y “somos trabajadores”, “esta plata para nosotros significa ahorro de toda nuestra vida, no somos privilegiados”.
Y esa segunda popularización termina en el 89. Porque todos se intensifica, por un lado, es la primer campaña electoral presidencial, la de 1989 en el cual el mercado cambiario ocupa un rol central. Y a medida que se va desarrollando la hiper, cada vez más. Y si uno hace una reconstrucción de una vida cotidiana del contexto de la hiper, el dólar está en todos lados. Desde las transacciones más menores, que pueden ser pago de servicio de plomería o un tarifario para pagar un servicio de atención psicoanalítica. Y después está muy presente en la manera en la cual se narra una sociedad al borde del abismo. Es decir, por ejemplo, en las crónicas de la época que narran los las clásicas notas costumbristas de Clarín en un contexto de una sociedad hiperinflacionaria en la que el dólar aparece como una obsesión argentina que incluso produce aflicciones psicológicas, físicas y hasta disfunciones sexuales.
Después la convertibilidad, en nuestra periodización es un intento de legalizar aquello que ya estaba en los hechos, y que la hiperinflación había desbordado de manera, digamos de la enorme intensidad.
A propósito de la convertibilidad, resulta interesante cómo se aborda la cuestión de la bancarización. Este proceso, que terminó siendo compulsivo, obligó a que todos los salarios se pagaran a través de cuentas bancarias. Si bien esto podía interpretarse como un avance, asociado al progreso y a la inclusión financiera, también generó una trampa severa. La bancarización masiva amplificó el impacto del corralito, causando un daño social mucho mayor que el que habría provocado en un contexto donde los pagos en efectivo, como ocurría en los años 80, eran la norma.
Sí, trampolín y trampa. Esa ambigüedad. A ver, claramente la parte de “trampolín” es porque, cuando uno observa esa sociedad al borde del abismo en el ’89 y los ’90, entiende toda la eficacia que tiene una oferta política y una gestión política del orden monetario. Y eso tiene un rebote en el presente. Es un aprendizaje político increíble. Realmente, la oferta política del orden monetario tiene un valor político altísimo en la Argentina.
Y claramente ese orden monetario tiene algún vínculo con el dólar. O sea, hay una conexión directa. La convertibilidad, al menos en los términos en que nosotros lo planteamos, forma parte de la reconstrucción de esa popularización del dólar en Argentina. Pero tiene una particularidad: cuanto más se institucionaliza el dólar, más se retira de la esfera pública. Son dos procesos que van juntos.
Básicamente, el mercado cambiario dejó de ser un centro de atención pública durante buena parte de los años noventa. Y a medida que dejamos de prestarle atención al dólar en la esfera pública, más formaba parte de nuestra vida financiera cotidiana, institucionalizada. Y eso está bien, porque es fundamental. No es que, en el pasado, como los ’70 u ’80, el dólar no hubiera estado presente. Lo que pasa es que en los ’90 se expande su dimensión institucional, sobre todo en términos de oportunidades de ahorro, crédito y consumo.
Es muy interesante ahí en el libro cómo van rastreando diferentes prácticas, por ejemplo, los créditos y los créditos inmobiliarios a través de escribanías que es una práctica informal, pero con esta formalización O sea la práctica informal se nutre de la formalización por otro lado. Una cuestión que se terminó saldando de algún modo muchos años después en la década de 2010.
Absolutamente Es que es que es una práctica institucionalizada, digamos. parte de la sociedad que se endeudó, cuestión que exploré también en mi otro libro Una historia de cómo nos endeudamos, sobre los préstamos a través de las escribanías. Estos eran acuerdos, digamos, mediados por escribanías de préstamos de dinero. Un endeudamiento que tiene un grado de formalización no bancaria. Pero lo interesante, también es como siempre cuando aparece la crisis, donde la gente que se endeudó a través de esa mediación descubre que no es lo mismo. Y que quedaron, en la jerarquía de endeudados en dólares en un segundo lugar. Y sí, se resuelven tarde y perdiendo y cediendo mucho.
Por eso hubo movilizaciones de endeudados bajo esta modalidad. Eran, por así decirlo, los grandes perdedores, los últimos orejones del tarro. Pero lo más importante, en términos de lo que plantea el libro, es que la salida de la convertibilidad —la crisis de la convertibilidad— deja un legado sobre el dólar que antes no estaba tan presente: el dólar vinculado a los derechos.
Ese es justamente mi campo de investigación: la sociología del dinero. Lo que me interesa es pesquisar significados del dinero que no aparecen de inmediato en los manuales. El dinero nunca es igual a sí mismo; siempre puede haber alteraciones, innovaciones, emergencias de nuevos usos y sentidos.
Y ahí aparece algo fundamental: la idea de derecho. Parte de la sociedad movilizada empieza a reclamar desde ese lugar. Dice: “Yo tengo un derecho. Vos me prometiste que un dólar era igual a un peso, y ahora vengo a reclamar esa equivalencia en un lenguaje de derechos”.
Ese es un legado del 2001. Un legado que, en su momento, quedó un poco subterráneo, porque le prestamos más atención a la crisis del sistema político y a la recomposición que vino después. Vía kirchnerismo, vía macrismo… esa narración ya la conocemos, está ahí. Ahora bien, el otro legado del 2001, también subterráneo, empieza a emerger a partir de 2011, con las regulaciones cambiarias, llamémosle “cepo”, y con la dinámica de conflictividad social que eso genera. Lo interesante es que una parte de la sociedad comienza a reclamarle al gobierno que está interviniendo en el mercado cambiario, que está regulando un derecho. Le dice: “Me estás cercenando un derecho”. Y lo notable es que ese derecho no estaba naturalizado ni existía como tal en el lenguaje político argentino previo al 2001. No aparece ni en los años ’40, ni en los ’50, ’60, ’70 u ’80. Es una innovación. Un lenguaje nuevo que emerge en ese cruce entre lo político y lo financiero, que es justamente donde nosotros nos situamos con nuestra mirada.
Es decirle al gobierno: “No me estás cercenando mi acceso a un mercado, me estás cercenando un derecho”. Y parte de la sociedad que le reclamaba al kirchnerismo en ese momento lo hacía en ese lenguaje. Y eso ocupa un lugar central en la dinámica política que lleva a Macri al gobierno. Parte de su campaña de Macri la hace hablándole a la sociedad, le hablaba directamente a ese sector, al que había vivido el cepo como una forma de exclusión.
Y tanto fue así que uno de los primeros actos del gobierno de Cambiemos fue levantar el cepo. Eso, dicho incluso por los propios técnicos de ese gobierno, fue uno de los grandes errores económicos del gobierno de Macri: liberar el mercado cambiario apenas a la semana de asumir. No hace falta ser del FIT para reconocerlo. Fue un error admitido por los mismos que lo ejecutaron.
Pero también era un compromiso político e ideológico que Macri tenía con su electorado. Levantar el cepo era, para esa parte de la sociedad, reponer un derecho. Un derecho que creían haber conquistado y que habría atacado el gobierno de Cristina Kirchner.
¿Qué parte de la sociedad era esa? Cuando hablás de “esa parte”, ¿a qué sectores te referís en términos de clase? Porque vos decís que, en 2011, un tercio de las transacciones totales de dólares eran por montos menores a cinco mil dólares. O sea, el dólar era muy popular, incluso más que antes. Entonces, cuando decís que Macri le hablaba a esa parte de la sociedad que entendía al dólar como un derecho, ¿quiénes eran? ¿A qué sectores apuntaba? Y eso, además, se vuelve a discutir ahora dentro del propio gobierno de Milei, ¿no?
Voy un poco al largo plazo para poder responder desde el presente. Y, a la vez, voy hacia una apuesta más conceptual. Cuando nosotros recomponemos una nueva mirada sobre la popularización del dólar, lo hacemos en dos dimensiones. Por un lado, su presencia en el espacio público. Por otro, su incorporación a los repertorios financieros de sectores cada vez más amplios de la sociedad argentina.
Pero también, con eso, estamos proponiendo —entre comillas— una “función” del dólar que no aparece en los manuales de economía: su rol como artefacto de interpretación social y política. Y esto, para nosotros, es central. Porque en la historia que reconstruimos, ese uso interpretativo del dólar se generaliza incluso antes, o de manera más intensa, que su rol dentro de los repertorios financieros formales.
Sobre todo, en la década del 60, que es cuando ocurre lo que llamamos la primera popularización del dólar. En ese momento el dólar empieza a usarse como referencia de precios, aparece en la publicidad, y se instala en el lenguaje cotidiano. Pensemos, por ejemplo, en los monólogos de Tato Bores: le habla a la sociedad sobre lo que pasa con el dólar, sobre el mercado cambiario. Ahí hay una clave: la conversación pública y las élites políticas empiezan a prestar cada vez más atención a lo que ocurre con la moneda, con el dólar.
Entonces, el dólar se instala tempranamente como instrumento para interpretar coyunturas económicas y políticas. Y eso es muy importante, porque funciona de manera con autonomía relativa respecto de su rol como instrumento financiero. No es lo mismo. Son dinámicas distintas, usos diferentes. El dólar se generaliza antes como instrumento de interpretación que como moneda de ahorro, de pago y como unidad de cuenta.
Y lo que uno observa —en contextos muy distintos, a lo largo del tiempo— es un patrón que se repite: ministros de economía o voceros presidenciales diciéndole a la sociedad que no le preste atención al mercado cambiario. Muchas veces se refieren al mercado ilegal, diciendo que es chico, “que son pocos los argentinos que operan ahí, que no tiene importancia real”.
Eso, que se hacía muy visible durante el kirchnerismo, en realidad es una regularidad. Una regularidad que se puede rastrear, por lo menos, desde la década del 50 hasta el presente.
Toda persona que se sienta en el quinto piso del Ministerio de Economía y se encuentra desbordada porque la sociedad le presta atención a un mercado que intenta ordenar, que intenta disciplinar —y muchas veces fracasa en ese intento—, recurre a los mismos argumentos.
Y con Milei también pasa lo mismo.
Es que es una regularidad. Toda persona que se sienta en el quinto piso del Ministerio de Economía y se encuentra desbordada porque la sociedad le presta atención a un mercado que intenta ordenar, que intenta disciplinar —y muchas veces fracasa en ese intento—, recurre a los mismos argumentos. Siempre se vuelve a lo mismo: “es un mercado chiquito” y “ese valor del dólar no es un valor real”. Esos son los dos recursos discursivos clásicos.
A lo largo de toda esta historia, uno puede reconstruir una discusión persistente sobre cuál es el valor “real” de la moneda. Y lo que se dice una y otra vez es que “ese valor no es real” porque “proviene de un mercado chico, marginal, minoritario”. Esa distinción conceptual, y su repetición a lo largo del tiempo, revela justamente una regularidad sociológica.
Esa regularidad llega hasta el período 2011–2022, con un sector —no mayoritario, pero sí más heterogéneo que en la década del ’60— que compra dólares en el mercado cambiario. Minoritario, pero diverso en términos sociales. Y lo interesante es que, si bien ese grupo es pequeño en términos de participación efectiva en el mercado, el conjunto de la sociedad le presta muchísima atención a lo que ocurre allí. Porque el mercado cambiario dice mucho sobre las coyunturas políticas y económicas.
Entonces, lo que suele responderse desde la política es: “son pocos”. Son pocos los que efectivamente compran dólares, los que los incorporan a su repertorio financiero. Pero son muchos los que leen la realidad política y económica a través del mercado cambiario. Y probablemente, en esas movilizaciones que mencionábamos, había sectores que sí incorporaban el dólar como parte de su vida financiera, pero estaban acompañados por otros que no lo hacían, aunque igual interpretaban al gobierno de turno —en ese caso, el de Cristina— como un gobierno que avasallaba derechos, por el solo hecho de regular el mercado cambiario. Ese mecanismo es uno de los más interesantes, y nosotros lo identificamos históricamente.
La historia del dólar en Argentina es también un capítulo de la historia de la democracia. Eso es algo que el libro —y sobre todo esta nueva edición— plantea con más fuerza en sus conclusiones. Porque, además, ahora tenemos dos elecciones presidenciales más para analizar: la de 2019, que quedó fuera de la primera edición, y la de 2023. Y lo que vemos es que en cada elección presidencial desde 1983 hasta hoy, el mercado cambiario ocupó un lugar central. Esto nos lleva a una de las series históricas que reconstruimos: a medida que la democracia se consolida como sistema político, también se consolida el mercado cambiario como institución clave. Una institución informal, en el sentido que propone Guillermo O’Donnell: porque la continuidad o la suerte política de muchos actores depende de lo que ocurra allí. Y no solo los políticos profesionales. Gran parte de la sociedad también ha incorporado al mercado cambiario como parte de sus conocimientos ciudadanos: para tomar decisiones, para evaluar, para interpretar.
La cultura política argentina está profundamente formateada por su cultura monetaria del dólar. Participar políticamente en Argentina implica, en gran medida, prestar atención al mercado cambiario. Tenemos, como sociedad, una relación con la moneda que implica conocimientos, saberes, información. El dólar no es solo una moneda: es una herramienta de interpretación colectiva.
¿Hay un clivaje social alrededor del dólar? ¿Hay una clase que maneja la información del dólar y otra que no?
Están los dos procesos. Hay un proceso de generalización, es un conocimiento generalizado, y a lo largo de todo el período hay “acaparamiento de oportunidades”. Tanto en termino de conocimientos, de información, de redes. Los mercados son redes. Y el mercado cambiario es eso. La parte del “acaparamiento” está más narrado. Pero la dimensión de la popularización del dólar hacia amplios sectores de la sociedad, sin necesidad que se participe necesariamente en el mercado cambiario.
¿El dólar tiene un lugar en la construcción patrimonial? ¿Podés ascender socialmente a través del dólar? ¿Es una vía de ascenso social?
Claramente. Agregaría algo más: en la Argentina, los patrimonios se miden en dólares. Para participar en la vida política hace falta conocimiento. Es una tesis sociológica básica. Y sí. Es una vía de ascenso social, de preservación del patrimonio. ¿Y qué es un patrimonio? No es algo abstracto, es algo que se narra, que se cuenta. Y la forma en que se cuentan los patrimonios —grandes o pequeños, de cualquiera— es en dólares. Eso también es parte de nuestra estructura cultural.
Pero, además, hay que prestar atención a lo que está fuera de eso. Incluso la cuenta de una persona —su balance, su evaluación de situación— es en dólares, no en pesos. Y eso es muy significativo.
Insisto en esto: ese cálculo en dólares tiene un grado de autonomía. No implica necesariamente tener dólares físicos en la casa. Es, más bien, la forma en que calculamos. Calculamos el ascenso o el descenso social en dólares. Esa es nuestra unidad simbólica.
Si tuviera que responder de forma directa a la pregunta, diría algo central que no suele estar tan presente: en la Argentina, la evaluación de pérdidas y ganancias en términos de movilidad social se hace, en gran parte, en dólares. Y eso es clave.
Hay un pasaje en el capítulo 7 del libro donde vos ilustrás las estrategias en torno al dólar y al doble tipo de cambio, el cepo, tomando como ejemplo a dos actores que fueron pivotes del crecimiento económico post 2001: los desarrolladores inmobiliarios y los productores agropecuarios. ¿Podrías resumir un poco esas estrategias y contarnos qué revelan sobre el lugar que ocupa el dólar en esas clases? Porque los tomás como una especie de metonimia de las clases altas, de los inversores. ¿Qué nos dicen esas trayectorias sobre el vínculo entre dólar y sectores privilegiados?
Sí, totalmente. En el caso de los inversores inmobiliarios, pero también en el de los sojeros, en realidad esta no es una conversación de a dos —peso y dólar—, sino de a tres. Siempre hay un tercero: en un caso, los ladrillos; en el otro, la soja.
Lo que estamos describiendo es un contexto de pluralidad monetaria. En nuestra definición, eso quiere decir que los actores económicos —tanto de arriba como de abajo en la escala social— se mueven usando múltiples monedas. En el caso argentino, el eje más visible es la relación entre peso y dólar, pero casi siempre hay otra unidad de cuenta en juego.
Y esto es especialmente claro en los inversores, que no solo buscan protegerse, sino también ampliar márgenes de ganancia en contextos de regulación estatal. A mayor regulación, mayor es también la tendencia de estos actores a multiplicar las unidades de cuenta.
Eso es lo que observamos durante la época del cepo. Y lo observamos en tiempo real, porque fuimos contemporáneos: pudimos hacer etnografía de ese momento. Pero si uno retrocede en el tiempo, encuentra dinámicas similares.
El dólar se instala como unidad de cuenta en relación con otras: por ejemplo, los metros cuadrados en el caso del mercado inmobiliario, o los quintales de producción en el agro. Y eso no es un fenómeno desarrollado regionalmente a lo largo del país.
Durante el cepo, lo que aparece con claridad es un tipo de inversor que, independientemente de su orientación ideológica, busca eludir las regulaciones del Estado. Y no lo hace solo en clave defensiva, sino también para sacar ventaja. Ampliar sus márgenes. Y una forma de hacerlo es multiplicando las unidades de cuenta. Es decir, elegir en qué moneda pensar cada operación: cuál usar para pagar, cuál para ahorrar, cuál para invertir. En última instancia, el productor agropecuario o el desarrollador inmobiliario con su unidad de cuenta.
Ese es el contexto en el que se articulan el peso, el dólar y otras monedas como parte de una lógica de regulación estatal y respuesta privada. Lo que nosotros proponemos es corrernos de la narrativa defensiva, que es la más habitual. Porque muchas veces se cuenta esta historia desde la escasez, desde lo que falta.
Y lo que se pierde ahí es todo lo que el uso del dólar habilita: los aprendizajes, las estrategias, las oportunidades. Los actores se mueven en múltiples monedas y saben jerarquizarlas. Saben cuál usar para pagar, cuál para ahorrar y cuál les permitirá eludir regulaciones. Esa es la racionalidad que los organiza en el mercado y frente al Estado.
La clase media y el dólar... es un tema que suele quedar atrapado en el lugar común. ¿Qué diferencias notás en el uso del dólar y en la percepción que se tiene de él?
Como vos dijiste, es casi un lugar común hablar de la relación entre la clase media y el dólar. De hecho, nuestra investigación empezó como una investigación de sociología clásica: fuimos y les preguntamos a sectores medios qué pensaban del dólar. Hicimos cuatro entrevistas y se saturó enseguida. Se volvió algo muy aburrido, porque no había mucho más que lo evidente.
No había preguntas sociológicas potentes ahí. Apenas uno empieza, aparece una narrativa muy inmediata: que el dólar es una estrategia de refugio frente a los vaivenes del peso. Lo cual es cierto, claro. Pero desde el punto de vista de la investigación, pierde atractivo. No hay sorpresa, no hay capas nuevas que desentrañar.
Lo que sí aparece, si uno mira en el largo plazo, sobre todo en la historia de las clases medias urbanas, es algo más interesante: el acceso al mercado cambiario —al dólar como moneda de inversión, especialmente en el sector inmobiliario— funcionó como un mecanismo de diferenciación dentro de las clases medias.
Y eso es clave. Porque hay una fractura vertical en la clase media que se empieza a dibujar ahí. Sectores medios-altos se vinculan con el dólar como moneda de inversión desde muy temprano: en los años '50 con Mar del Plata, en los '60 con Punta del Este, y así.
Y también desde entonces como moneda de inversión financiera. Ya en los '60, el sistema bancario interpela explícitamente a los sectores medios-altos para que depositen sus ahorros en dólares en el sistema financiero formal. Entonces, lo que se va consolidando es una diferenciación interna: el vínculo con el mercado cambiario pasa a ser un marcador de estatus dentro de la misma clase media.
Cuando uno mira cómo se fue dolarizando el mercado inmobiliario, ese proceso tiene una distribución temporal muy clara según el mapa social de la ciudad. Comienza en los barrios de clase media alta y alta: Recoleta, Belgrano, Barrio Norte. Y luego se va generalizando al resto de la ciudad, al menos si lo miramos desde Buenos Aires.
En ese sentido, la contribución decisiva del mercado cambiario y el acceso al dólar, para entender esta historia, no pasa tanto —al menos desde mi perspectiva— por explorar cuestiones de identidad, memoria o crisis en los sectores medios. Lo más interesante es ver cómo esos procesos contribuyen a los mecanismos de diferenciación interna dentro de la clase media.
Porque lo que uno detecta es que hay sectores medios-altos que, desde hace mucho tiempo, ya tienen incorporados los conocimientos, la información y las redes necesarias para acceder al mercado cambiario. Y, en contraste, hay sectores medios-bajos que lo hacen de manera más intermitente, más tardía, y en general con menos recursos simbólicos y materiales.
Y antes de pasar a los sectores populares y al eje generacional —que también es un tema importante—, quería retomar algo que mencionaste. Vos hablaste mucho, en el caso de los productores agropecuarios y los desarrolladores inmobiliarios, del dólar como unidad de cuenta. Pero cuando pasamos a la clase media, hablaste más del dólar como reserva de valor. ¿Hay alguna diferencia en ese sentido? ¿Cambia el uso o el sentido del dólar según la clase social?
Sí, a ver, están las dos cosas. El dólar como unidad de cuenta y el dólar como reserva de valor. Creo que la unidad de cuenta es algo bastante transversal. Como dije antes, en Argentina evaluar patrimonios —saber cuán grande o cuán pequeño es tu patrimonio— se hace en una sola moneda: en dólares. Es una especie de sello de garantía. Si tengo más o si tengo menos, lo expreso en dólares. No hay otra manera socialmente legitimada de hacerlo.
Ahora bien, quiénes son los que más consistentemente incorporan ese habitus de clase diría que son los sectores medios-altos y altos. Es parte de sus hábitos de clase: están atentos, saben medir, comparar, operar con esa lógica.
Lo que yo marqué específicamente en relación con los desarrolladores inmobiliarios y los productores agropecuarios es que, cuando uno los escucha —y no sólo para evaluar patrimonio, sino también para pensar estrategias de ampliación de márgenes de ganancia— aparece una tercera moneda. En el caso del desarrollador, son los metros cuadrados; en el del productor agropecuario, los quintales de soja.
Una vez, haciendo trabajo de campo, un productor sojero del norte de Santa Fe me decía: “La soja es un banco. Es un sistema bancario en sí mismo”. Y lo decía en serio. Para él, la soja funcionaba como una reserva de valor autónoma, paralela al sistema financiero formal. Lo mismo ocurre con los metros cuadrados en el caso del ladrillo.
Ahora bien, tanto la soja como los ladrillos mantienen una referencialidad en el dólar. Hay una jerarquía monetaria que opera en función de la temporalidad: el peso es la moneda de corto plazo, el dólar es la de mediano plazo, y la soja o los metros cuadrados —según el caso— son la de largo plazo. Es decir, la moneda que más autonomía les otorga, que menos se está dispuesto a ceder o abandonar, es esa tercera moneda.
¿Cómo se da el vínculo entre el dólar y los sectores populares?
Lo importante acá es ver que el vínculo entre sectores populares y mercado cambiario tiene muchas capas. Por un lado, como ya mencioné antes, hay una narrativa de largo plazo: una expansión progresiva del acceso al dólar hacia sectores sociales cada vez más subalternos. Hay evidencias claras de esta incorporación desde los años 70 y 80, y esa incorporación se profundiza con el tiempo.
Por otro lado, hay una dimensión que suele pasarse por alto pero que es central: la migración, sobre todo la migración externa, limítrofe. No se puede entender la economía popular sin considerar los vínculos con Bolivia, Paraguay y otros países vecinos. Ahí entra en juego la conversión de monedas: del país de origen y del país receptor. Y, además, el mandato de retornar: retornar simbólicamente a través del envío de remesas y también físicamente.
En ese contexto, el mercado cambiario adquiere un papel central. Porque define, en gran parte, la posibilidad de cumplir con obligaciones familiares fundamentales. Lo que ocurre con la cotización del dólar condiciona directamente la vida cotidiana de las familias.
La conclusión más teórica —y también política— que tratamos de plantear en el libro es correr un poco la idea del “dólar refugio” o del “dólar defensivo”. El vínculo con el dólar es también un vínculo con el Estado. Y es un vínculo que otorga herramientas
Otro eje importante es el de los mercados informales de vivienda. Ese es un universo tan dinámico como Puerto Madero, por decirlo de forma provocadora. No es necesario estar en la ciudad formal para que las transacciones inmobiliarias estén dolarizadas.
Y ahí entra otro tema: ¿qué entendemos por “sectores populares”? Muchas veces, desde la sociología, tenemos la responsabilidad de haber narrado ese mundo de forma unidimensional: como si fuera equivalente al universo de los beneficiarios de la AUH, por ejemplo. Pero si reconocemos las segmentaciones, las jerarquías internas, vemos que hay pequeños propietarios, cuentapropistas, personas que compran y venden propiedades, que calculan sus patrimonios en dólares.
Y para cerrar: como todos los sectores sociales en la Argentina, los sectores populares también prestan atención al mercado cambiario, aunque no participen directamente en él. Porque allí se descifran muchas claves de la coyuntura económica y política.
Hay una anécdota que contamos en el libro. Un carnicero de La Matanza, que tiene una pequeña carnicería en la zona de Crovara y Cristianía, decía: “Cuando se dispara el dólar, ¿qué sabemos? Que hay amenaza de saqueos”. Hay que decentrar la mirada clasemediera y porteño céntrica y económicos del lugar del mercado de cambios.
Es una variable securitaria, existencial casi.
Sí, exactamente. La conclusión más teórica —y también política— que tratamos de plantear en el libro es correr un poco la idea del “dólar refugio” o del “dólar defensivo”. El vínculo con el dólar es también un vínculo con el Estado. Y es un vínculo que otorga herramientas, instrumentos para eludir ciertas regulaciones, pero también para eludir decisiones y posibles quebrantos —colectivos o individuales— que produce el accionar del propio Estado.
En ese sentido, hay un aprendizaje político. No es simplemente protegerse del Estado, es ganar autonomía frente a él. Por ejemplo, hace poco vi una encuesta que decía “¿Usted sacaría los dólares del colchón si el gobierno se lo garantizara plenamente?”. Y la mayoría de los encuestados respondía que no, que no los entregaría, aunque se lo garantizaran.
Eso es interesante, porque muestra que Milei no está por fuera de la relación entre sociedad, dólar y Estado. Aunque él se presente como externo, disruptivo, sigue siendo parte de ese triángulo. La sociedad que tiene dólares no los entrega porque esos dólares son una fuente de autonomía, no sólo de defensa. Son una forma de resguardar una esfera propia, fuera del alcance del Estado.
¿Cómo juega hoy lo generacional en relación al dólar, más allá de la clase?
Yo diría que las nuevas generaciones están socializadas desde muy temprano en una cultura económica dolarizada. Hace poco, Juan Pablo Bohoslavsky me invitó a un proyecto donde a alumnos de tercer y cuarto grado en escuelas primarias de Río Negro se les pidió que hicieran un dibujo libre sobre economía. Y en muchos de esos dibujos aparecía el dólar. Directamente, el símbolo del billete, los signos, los números. Increíble.
Lo que hablamos durante toda esta entrevista ya está incorporado desde la infancia. Es parte del arsenal cognitivo cotidiano para pensar la economía argentina. Ahora bien, si uno busca detectar alguna novedad generacional, la mayor innovación probablemente no está en el dólar, sino en las criptomonedas. El desplazamiento del interés hacia Bitcoin.
Y para cerrar: la utopía de la dolarización. Esa utopía reaparece en momentos críticos. Sucedió en el 2001, y volvió a suceder en 2023 con la irrupción de Milei. Retorna la utopía de la dolarización que ocupó un lugar central en la campaña electoral.
Y es importante subrayar que fue una de las propuestas más potentes en términos de oferta política, aunque desde el punto de vista técnico fuera absolutamente inviable. El 99,9% de los economistas —de izquierda, de derecha, de centro— coincidieron en que era imposible. Pero esa imposibilidad no impidió que una parte significativa del electorado votara a Milei.
En la primera vuelta, lo acompañó cerca del 30% del electorado. En el ballotage, más del 50%. Tal vez no creían literalmente en la dolarización, pero eso no les impedía votar por él. Porque lo que estaba en juego no era solamente una política económica, sino una forma de imaginar la autonomía frente al Estado.
Y la elección en el 2023 era tenía dos grandes virtudes, una atacaba a inflación y por otro lado identificaba los principales culpables de la inflación y de la decadencia argentina, la casta. Dolarizar era atacar la inflación, estabilizar la economía argentina y al mismo tiempo sacarles a los políticos ese poder que es el poder de imprimir pesos. La emisión monetaria. También la dominación por parte de los políticos con respecto al resto de la sociedad.
Lo sorprendente —o quizás no tanto— es que, una vez en la Casa Rosada, Milei se vuelve más pragmático. Deja de lado, o por lo menos relega, su propuesta de dolarización. La idea entra y sale del discurso, aparece y desaparece, o reaparece transformada en conceptos como “dolarización endógena”. Se toman algunas medidas que podrían ir en esa dirección, pero al menos hasta abril de 2025 —es decir, hasta que se produjo el levantamiento de gran parte del cepo— lo que predominó fue lo que, la “nueva derecha” se sometió a lo que podríamos llamar la ley de hierro de la democracia argentina: gobernar la Argentina es gobernar el mercado cambiario. Esa fue, y sigue siendo, la prioridad política número uno. Y en un contexto de alta inflación, esa estabilidad cambiaria se vuelve prácticamente el trampolín exclusivo hacia la supervivencia política y hacia futuras victorias electorales. Lo interesante es que esa lógica, que es estructural del sistema político argentino desde 1983, fue rápidamente asimilada por el mileísmo. Y lo abrazó de una manera tan dogmático, paradójicamente, dando cuenta de un músculo pragmático.
La propuesta de dolarización quedó así en un segundo plano. Sigue estando, entra y sale, como dijimos antes, y todavía no queda del todo claro dónde va a terminar. Puede reaparecer como programa, puede diluirse. Pero lo cierto es que, en la campaña de 2023, fue la primera vez que un candidato con chances reales de llegar al gobierno propuso la dolarización como plataforma central. Menem lo había planteado en 2003, pero nadie creía que llegara al ballotage. Y efectivamente se bajó. Milei no solo la planteó, sino que ganó.
Lo sorprendente —o quizás no tanto— es que, una vez en la Casa Rosada, Milei se vuelve más pragmático. Deja de lado, o por lo menos relega, su propuesta de dolarización. La idea entra y sale del discurso, aparece y desaparece, o reaparece transformada.