Innovación o muerte: claves para financiar la ciudad en el siglo XXI

Cerrar la brecha habitacional, modernizar la infraestructura y ordenar la expansión urbana exige algo más que recursos: requiere nuevos instrumentos financieros, marcos de gobernanza capaces de coordinar territorios fragmentados y una visión que supere la falsa dicotomía entre Estado y mercado. Las ciudades concentran los problemas más urgentes y, al mismo tiempo, las mayores oportunidades; pensarlas de manera integral es asumir que cualquier proyecto de igualdad, inversión y futuro empieza, y termina, en el territorio.

por Sebastián Welisiejko

En Supernova se está hablando de ciudades y me encanta la invitación a aportar al debate desde mi saber y hacer específico, agradecido y entendiendo que es tan solo una manera de ver y abordar la cuestión (que en realidad nunca es lineal, ni una sola) en un marco amplio, diverso e interconectado. Chusmeen todo lo que salió en el especial de este mes en la revista, recomendadísimo.

Spoileo mi dos centavos en 4 bullets:

1. Me interesan las ciudades, la infraestructura, el hábitat, el transporte y la vivienda, en esencia, porque me importan las personas y el planeta.

2. La brecha de inversión para asegurar estándares adecuados de habitabilidad en nuestras ciudades a nivel global tiende a infinito: ni papá Estado lo podrá pagar por sí solo, ni el mago mercado lo va a resolver sin incentivos e instrumentos adecuados. O superamos falsas dicotomías, o vamos muertos.

3. Hay tendencias emergentes en innovación financiera y de modelos de negocio a las que debemos prestar más atención. Por un lado, los históricos expertos del mundillo hábitat que, con todo respeto, se han dedicado más al pensamiento de (buenos) abordajes programáticos que a proponer formas realistas de financiar esas ideas. Y, por otro, los del bando inversión sostenible que recién de a poquito empiezan a poner en valor estrategias de desarrollo en clave urbano-territorial

4. En Argentina venimos pésimo, consolidando dinámicas urbanas nocivas, tendientes a la des-integración socio-territorial. No hay nada en el comportamiento inercial que indique un cambio de tendencia en el corto plazo. Cuando nos demos cuenta del costo de la negligencia espacial sobre las propias aspiraciones de desarrollo nacional, será tarde. 

El  subsector  de  vivienda  y  hábitat  informal  ha  quedado  relativamente  rezagado en materia de innovación financiera y de modelos de negocios para escalar soluciones sostenibles e inclusivas, sin lograr atraer capital privado a  escala. 

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Hábitat (por y) para todos

Llegué a la “cuestión ciudades” de manera bastante natural en mi carrera profesional, aunque nunca fue, como para otros colegas, un punto de partida, sino un medio para avanzar las causas que me convocaron desde muy joven: igualdad de oportunidades, movilidad social ascendente, desarrollo humano integral, protección de los sistemas naturales. 

Detrás de un edificio energéticamente eficiente, una vivienda adecuada, un sistema ferroviario potente, o una red de agua y cloaca extendida y funcional, yo veo puestos de trabajo, condiciones habilitantes para la inversión, mejores resultados educativos, menor incidencia de problemas de salud, mayor cohesión social. Posiblemente no haya un canal transmisor más potente del desarrollo humano y ambiental (incluyendo objetivos de clima) integral que el de la vivienda y el hábitat. Pensémoslo desde los objetivos de desarrollo sostenible, si se quiere: un plan de inversión urbano consistente, salvo al de “vida submarina”, le pegaría a todos los ODS. Este y otros marcos aún están, a pesar de su desprestigio relativo dado el clima de época, guiando los grandes flujos de inversión en el mundo. Ignorarlo es soslayar lo sustantivo tanto como lo táctico.  

Sin embargo, los “no arquitectos” no somos formados en clave territorial. Discutimos leyes, teorías económicas, marcos de política, como si existiesen más allá de la forma urbana que los contiene. En personal, me pasó cursando economía en la UBA en los 2000 y de nuevo haciendo la maestría en economía en la Universidad de Sussex en 2011-2012. Siento que ahora la cosa mucho no cambió, más allá de maestrías o cursos especializados (como el de economía urbana de la Universidad Torcuato Di Tella, o el de ciudades de la UBA), donde de a poco van confluyendo profesionales de distintos colores que entienden el valor inherente que hay en la multi-disciplinariedad pensada desde el territorio y la forma físico-urbana en general.

Como muestra tomemos la gobernanza del AMBA: 21 mini estaditos, cada uno con su intendente-señor, que en la realidad funcionan como una mega-ciudad de más de 15 millones de personas que viven, trabajan, intercambian, se desarrollan sin importar los límites distritales. Pero sin ningún tipo de gobernanza metropolitana, ni siquiera marcos mínimos de coordinación inter-jurisdiccional, lo que resulta en un subóptimo urbano que es, necesariamente, un sub-óptimo económico y social. Hay ciencia política, derecho, concejos deliberantes, tribunales, elecciones locales cada 2 o 4 años, de todo menos planificación espacial al servicio de las personas, la inversión y los ecosistemas compartidos. 

Otro ejemplo más universal: casi 40% de las emisiones globales de C02 derivan de la construcción y la operación de edificaciones. Y más allá de innovaciones emergentes en eficiencia energética o materiales constructivos más amigables con el ambiente, seguimos construyendo más o menos como hace 300 años, o más. Si hubiésemos tenido el mismo nivel de progreso en materia de comunicaciones habría palomas mensajeras, no smartphones. En parte por eso, nuestras ciudades no están listas para adaptarse a la realidad del cambio climático. 25% de las ciudades más populosas del planeta serán 5 grados centígrados más calurosas hacia 2050, facto. La industria estadounidense pierde más de 100 mil millones de dólares al año por disrupciones en cadenas de valor derivadas de eventos climáticos extremos. Más de 60.000 europeos mueren cada verano por golpes de calor. El sur de Brasil, Sevilla o Bahía Blanca no estaban listos para bancarse las devastadoras inundaciones que afrontaron en los últimos 2 años. Como no lo está casi ninguna ciudad del mundo, ante eventos que tienen más olor a hecho que a probabilidad remota.   

Una necesidad que tiende a infinito

En América Latina hay 55 millones de hogares en déficit habitacional, algo así como uno de cada 4. De ese total, hay 15 millones de “casas que faltan” (lo que llamaríamos en términos más técnicos déficit cuantitativo) y 40 millones de viviendas con algún tipo de deficiencia cualitativa (hacinamiento, falta de acceso a servicios básicos, calidad de los materiales, piso, insulación, etc.). Esto último incluye a más de 120 millones de latinos que viven en asentamientos de origen informal, “villas” en Argentina, “favelas” en Brasil, “campamentos” en Chile.

La inversión requerida para cerrar estos dos tipos de déficit en la región, lo cual supondría “apenas” alcanzar un mínimo de habitabilidad adecuada, alcanza los 1,4 millones de millones de dólares. Esos billones que los anglosajones llaman “trillones”, o sea, mil cuatrocientos millones de millones. 

Traten de escribir el número, si pueden a mano mejor. Es difícil: 1.400.000.000.000

Esta cifra equivale al 21% del producto bruto anual de la región, aunque los gobiernos de Latinoamérica invierten, en promedio, apenas 0,8% de su PBI en programas tendientes al mejoramiento del hábitat, incluidas políticas de vivienda. Que tampoco nadie garantiza que sean eficientes, bien diseñados, virtuosos. 

Si el sector público multiplicara su inversión por 5, algo fiscalmente imposible en la mayoría de los casos, también sería insuficiente. Y si lo hiciese por 10, también. 

Mientras tanto, el denominado “mercado” mira para otro lado, o hace lo que puede. Por un lado los grandes desarrolladores construyen lujo para una punta de la pirámide cada vez más chica, concentrada y segregada. Y por otro, los sectores de ingresos medios, medios bajos y populares, escindidos de los mercados de crédito formales (53% de los latinos labura “en negro”, con ingresos no reconocidos por un sistema financiero tradicional pensado para otra época, u otro lado), y sin marcos, incentivos o regulaciones estatales adecuados, se arregla como puede, edificando de manera precaria sobre tierras cuya tenencia no es menos irregular. En Perú casi que se podría decir que este “laissez faire” urbano es política de Estado, con 9 de cada 10 viviendas nuevas autoconstruidas en la informalidad. Si viajaste y prestate mínima atención habrás visto este mismo patrón polarizante en Sao Paulo, Ciudad de México, Bogotá, donde sea.

Si la guita pública nunca va a alcanzar y el capital privado, sea de lujo o popular, va para lados no deseables, algo habrá que hacer para salir de la encerrona. En Argentina esto supone salir de la ficción del “Estado presente” que viene a resolver, y obviamente no lo hace, por cinismo, incapacidad o ambas. Y no comerse la curva libertaria de un mercado que resuelve vía un “sistema de garantías a la chilena con cláusulas de salida a la peruana y sistema de incentivos a la suiza”, del que viene hablando Milei desde 2017, pero no existe ni existirá.

En América Latina hay 55 millones de hogares en déficit habitacional, algo así como uno de cada 4. De ese total, hay 15 millones de “casas que faltan” y 40 millones de viviendas con algún tipo de deficiencia.

Innovación o muerte

El  subsector  de  vivienda  y  hábitat  informal  ha  quedado  relativamente  rezagado en materia de innovación financiera y de modelos de negocios para escalar soluciones sostenibles e inclusivas, sin lograr atraer capital privado a  escala. 

Determinadas  características  arraigadas  en  el  statu  quo explican, al menos en parte, la limitada participación del sector privado, incluyendo: 

1. Relativa  falta  de  antecedentes  en  instrumentos  sectoriales  específicos  que permitan  combinar  (blendear)  capitales  de  distinta  naturaleza,  desde  aquellos de carácter filantrópico e “impact first” (con expectativas de retorno financiero bajas pero gran apetito por lograr resultados socioambientales medibles desde los  proyectos  a  financiar)  a  inversiones  que  esperan  retornos  de  mercado  o cuasi-mercado, alineando incentivos; 

2. Brechas   y   potencial   no   explotado   en   el   despliegue   de   instrumentos   y mecanismos  de  reducción  de  riesgos  (de-risking)  específicos  para  el  sector hábitat  y  vivienda  en  segmentos  populares  y  de  población  vulnerable,  que ofrezcan  adecuadas  garantías  y  coberturas  a  inversores  “senior”  capaces  de movilizar fondeo a escala, pero con mayor aversión al riesgo; 

3. Falta de instrumentos y mecanismos orientados a la inclusión de población de ingresos  informales,  prevalente  en  América  Latina y  el  mundo  en  desarrollo en general, cuya vida económica (incluyendo la capacidad y voluntad de pago) no  es  reconocida  ni  validada  desde  sistemas  de  puntaje  crediticio  ( scoring ) tradicionales  (prevalecientes  en  el  sistema  bancario  mainstream),  aunque  sí diversa y plausible de ser integrada en mecanismos de repago consistentes; y 

4. La relativa  falta  de  marcos  de  gestión,  medición  y  reporte  de  sustentabilidad e  impactos  socioambientales  “market  (user)  friendly”  en  el  sector  del  hábitat y  la  vivienda.  Es  cierto  que  hay  una  tradición  de  análisis  equivalentes  tanto en  el  ámbito  de  la  academia  como  en  el  marco  de  operaciones  sectoriales financiadas  por   organismos   multilaterales   (que   típicamente   requieren   el planteamiento  de  rigurosas  lógicas  verticales  o  “teorías  del  cambio”  en  su preparación  para  aprobación).  Sin  embargo,  hay  escasos  antecedentes  de marcos de medición ajustados al apetito e interés de stakeholders de mercado, algo clave para atraer inversiones de “impacto”, con interés en canalizar capital hacia  proyectos  y  programas  que  busquen  generar  tanto  retorno  financiero como  resultados  socio-ambientales  medibles  de  manera  ágil,  con  integridad, transparencia y un adecuado balance de robustez y “user-friendliness”. Esto, además de central para modelos de negocios de impacto, es central para la toma de conciencia en el debate público, al transparentar el valor social de la inversión urbana o, visto de otro modo, el enorme costo del “sálvese quien pueda”. 

En este discovery paper que co-autoreé para el laboratorio de ciudades del BID discuto en mayor detalle cómo el uso innovador de instrumentos tradicionales (vehículos de propósito especial, garantías) y la adopción de otros emergentes y de impacto (blended finance, pago por resultados, bonos sociales, sostenibles y sustainability-linked) tiene un enorme potencial para romper la falsa dicotomía Estado-mercado y así apuntalar la realización del potencial urbano-económico de nuestras sociedades.  

Por casa andamos mal

Todas las cuestiones que caracterizan al estancamiento y la segregación urbana hasta aquí señaladas se verifican en Argentina. Cada vez más, sin nada que indique un cambio de tendencia en el corto plazo. Resignados al devenir decadente, agarrados de orgullos pasados que aún destellan acá y allá, pero en franco deterioro, inconscientes de que acá se juega la batalla de la viabilidad del proyecto de desarrollo nacional - y de su integración al mundo.

El soslayamiento de la cuestión urbano-territorial viene de larga data y cruza a todo el arco político. Piensen sino en dos indicadores que son la falopa favorita de cualquier gestión y en sí mismos encierran amor por el atraso.

“Durante mis 4 años de gestión se han entregado un récord de 150.000 viviendas” (o 100, o 200, pongan el número que quieran). Por un lado cualquier número en decenas de miles es ridículo ante el déficit total (cuanti y cuali) que se mide en millones. No menos de 5 millones, más precisamente. Mientras cada año “entregabas” (que concepto tan peyorativo y berreta) un puñadito de “soluciones” (típicamente mal diseñadas y construidas, lejos de los centros de producción y empleo) te pasaba por atrás el elefante de una realidad en la que el crecimiento vegetativo de la necesidad es mayor a tu capacidad de respuesta cada año. Y en esa ilusión de que le estás resolviendo un problema a alguien está el germen del anquilosamiento de la no-solución sistémica a una problemática de millones. ¿Nos animaremos a pasar de un modelo fallido que subsidia a muy pocos a otro que vuelve asequibles soluciones para la mayoría? Requiere visión, buena política, buena policy, liderazgo y cero dogmas. Un poco lo contrario del clima de los últimos (15? 20?) años de estancamiento.  

“Hemos batido el récord de patentamiento de autos”, métrica de fracaso por donde se la mire, vendida como la panacea del progreso. Después hay docenas de empanadas de tuits, informes, editoriales y afines hablando del colapso de la panamericana, como si fuese un hecho independiente del urbanismo fallido del AMBA. Desde hace 20 años, esta mega-ciudad de más de 15 millones de habitantes es arquetipo del crecimiento urbano desigual, caótico, ineficiente y costoso. De todo el nuevo suelo de uso residencial que se incorpora, más del 50% se explica por urbanizaciones cerradas, y el segundo uso es informal. Producimos countries y villas. Desconectados, sin planificación, ingobernables, segregados. La reversión genética del ADN constitutivo de la identidad nacional, el paradigma de la anti-mixtura. Algo tendrá que ver con la panamericana llena de autos que intentan llegar a esos edenes que para algunos, marketing mediante, ofrecen lo que las ciudades dejaron de ofrecer. Pronto pasará en la Buenos Aires - La Plata, al calor de los nordeltitas que afloran sobre la reserva ecológica desde Quilmes a Berazategui y Varela, con la complicidad, inacción de las autoridades locales que avalan / promueven el ecocidio caótico. 

Se impone reconocer que hay valor social, económico y ecológico en la integración urbana, planificar de manera acorde, innovar en soluciones financieras, y promover un Estado inteligente que invite a un mercado virtuoso, todo esto apoyado en una economía estable y previsible que habilite esta visión. O resignarnos a la consolidación de un paradigma que es todo lo contrario, que viene ganando hace 20 años y que no tiene un “piso” natural. 

No hay, a mi entender, agenda más integral e importante que esta. 

Gracias Supernova por traerla al centro del debate. 

Ahora, a hacer.  

Se impone reconocer que hay valor social, económico y ecológico en la integración urbana, planificar de manera acorde, innovar en soluciones financieras, y promover un Estado inteligente que invite a un mercado virtuoso.