Empresario PyME, simulacro argentino
Pese al fetichismo ideológico de las pequeñas y medianas empresas como motor de la economía, el empresario PyME argentino es un simulacro de capitalista que emplea a la empresa como un signo puro sin producción y consume para simular que genera capital.
por Tartu
En Argentina siempre se escucha la cantinela de que no se puede cuestionar a las pequeñas y medianas empresas porque «dan trabajo». Nadie da trabajo. Son patrones que necesitan contratar mano de obra. Necesitan hacerlo. Es insólito el esfuerzo mediático en tratar de convertir a los dueños de las PyME en filántropos. No dan trabajo. Necesitan, como capitalistas, comprar fuerza de trabajo a los desposeídos, a los que no tienen capital. No son buenos, son patrones. De hecho, el peronismo se murió cuando, en campaña electoral, pusieron un aviso en TV donde un empresario PyME reunía a sus empleados en el taller y les decía: «Tengo buenas noticias, vamos a poner a algunos en blanco». Y los obreros se miraban contentos, como diciendo: al que le toca, le toca, la suerte es loca. La fantasía del patrón bueno con el sello de calidad IRAM del peronismo. Puaj.
En Argentina el empleo registrado está repartido entre un 60% en PyMEs y 40% en grandes empresas. Si excluimos a las microempresas de hasta 5 trabajadores, la cuenta está cerca del 50%-50%. Siempre hablando de trabajadores en blanco, claro. El tema es que el 90% del trabajo en negro en la Argentina es aprovechado por las PyMEs. Y, particularmente, por los insaciables dueños de las PyMEs. Todos conocemos historias de empresa pobre, empresario rico. Dueños que no pagan los aportes sociales de la secretaria, a la que le cortan la prepaga cada tres meses justo cuando tiene que ir a hacerse un papanicolaou, mientras ellos se van a Roland Garros con la excusa de que el Gato Gaudio ganó el torneo hace 20 años.
La PyME argentina es un simulacro de capitalismo, pero lo más rimbombante es que el dueño PyME es un simulacro de capitalista. Y cuando decimos «simulacro» por supuesto hablamos del puto amo, de Jean Baudrillard, el filosofo frances que dijo que el simulacro es un copia sin original. Y en tanto no hay negativo del film, esa copia no es una imitación o reproducción de la realidad sino que pasa a ser más real que la realidad misma. La realidad es que las PyMEs no aportan tanto empleo y necesitan muchos más dólares de los que ingresan al país por exportaciones. Pero el simulacro de capitalismo que proyectan hace que «lo real» sea otro discurso: que son la columna vertebral de la sociedad y que los patrones dan trabajo de puro buenos que son.
Es raro, pero en general el PyME no sabe por qué le va bien. Aumenta precios y al mismo tiempo aumenta cantidades desafiando el concepto PxQ de Economía básica. Como la prosperidad lo toma por sorpresa, entonces aparecen la casa en Cardales, un campito en Madariaga, Disneyland, París, la ilusión de inversión en educación para la prole, personal de servicio, el auto alemán alta gama, el ski week en Cerro Castor. La gran derrota cultural argentina es que, en lugar de asignarse sueldos y dividendos, todo ese estilo de vida se financia como gasto corriente de la empresa.
Es un lastre para el desarrollo económico argentino que el empresario PyME se crea Rocca, Macri, Blaquier o Urquia porque, históricamente, la PyME argentina es ineficiente, con un sesgo cultural a considerar: la chequera sin fin del lifestyle de los dueños. La PyME paga el viaje a Machu Picchu, las clases de yoga kundalini, el cumpleaños de 15 de la nena, el alquiler del quincho en Moreno para el asado con los amigos, el carrito siempre lleno de Nordstrom Racks. Todo eso se paga no con los dividendos de la empresa sino con las tarjetas corporativas de las empresas. Cuando les ha ido bien cazando en el zoológico, gracias al cepo y al mendigurismo que hackeó al peronismo, en lugar de armar un fondo contracíclico para la crisis siguiente siguen el festival de consumo, porque no pueden salir de ese universo de gastos infinitos. ¿Invertir? Nah, eso los despeina.
¿Por qué no invierten en capitalizarse? Porque el flujo de la empresa lo necesitan para mantener el circo beat de su vida. Y en lugar de armar un fondo de reserva prefieren rasguñar el estilo de vida de Miguel Galuccio o Enrique Pineyro, y darse el gustito de compartir un vuelo privado de Flapper a Punta del Este.
La PyME argentina es un simulacro de capitalismo, pero lo más rimbombante es que el dueño PyME es un simulacro de capitalista
Por eso vamos a imbricar cositas de Baudrillard en una mirada sobre los dueños de las PyMEs argentas, ejemplares de los que todos conocemos a uno como El Tano: 52 años, cuerpo fit, cabello entrecano, dueño de la empresa
El despacho del horror vacui
En el despacho de una PyME metalúrgica de Pilar —donde el olor a aceite industrial se mixtura con el body splash Victoria’s Secret de la secretaria— el Tano coteja las cifras con el contador mientras caminan. La facturación anual está bien, unos 1,2 millones de dólares. Pero el contador ofrece un desglose y ahí aparece el ADN del dueño PyME argento. La compra de la Q5 nueva y el 208 para la nena, el viaje a Miami disfrazado de visita a la feria industrial, el aumento que siempre repta del colegio bilingüe de los más chiquitos, los almuerzos disfrazados de meeting con proveedores, las zapatillas Balenciaga, las expensas del country…
El PyME argento en la realidad siempre va a estar más cerca del contador de su empresa que le optimiza los gastos de representación que de Marcos Galperin. El PyME argento usa el flujo de caja de su empresa para sostener un estilo de vida que no podría tener en ningún otro lugar del mundo en tanto dueño de una pequeña o mediana empresa. En cualquier otro país, el dueño se asigna un salario por trabajar en la empresa y luego tiene un ingreso vía dividendos. Acá eso les arruga la ropa. Todo su lifestyle está sostenido por la tarjeta corporativa de la PyME.
En esta mise en scene, hay algo profundamente obsceno, pero no en el sentido moral —que también—, sino en el sentido Baudrillard de las cosas: algo que debería permanecer oculto pero se exhibe descaradamente. El Tano no es un empresario: es la simulación de uno. Y, como toda simulación eficiente, ha llegado al punto en que ya no necesita referente: es pura hiperrealidad económica. El Tano no compra un Rolex Submariner Starbucks, compra la ilusión de ser Eduardo Eurnekián. Lo que pasa es que la ilusión se volvió tan real que ya es indistinguible de la realidad. Cuando Baudrillard habló del concepto de «crimen perfecto», es decir, la eliminación de la realidad por exceso de realidad, no podía imaginar que encontraría un trabajo de campo en las oficinas de vidrio fumé de Villa Urquiza, née Villurca, dónde tipos de mediana edad con camisa negra Etiqueta Negra discuten sobre la coyuntura mientras planifican el próximo finde a Pinamar cargado a la tarjeta corporativa.
El top 5 del fantasmeo PyME argento
Como toda religión que se precie, el empresariado PyME argentino tiene sus clichés. En seminarios crípticos de medianoches de invierno, Baudrillard nos enseñó que los sistemas de objetos funcionan como códigos morales: no nos dicen qué hacer, sino quiénes ser. Los clichés PyME performan perfectamente en la simulación.
1) Fingirás ser grande aunque tu empresa sea chica
Oficinas por horas en pajareras de Puerto Madero. Logos minimalistas diseñados por sobrinos que estudian diseño gráfico. Facturas infladas para impresionar al gerente de banco amigo que financia este simulacro cósmico.
La inversión en apariencias debe ser inversamente proporcional al tamaño real de la empresa. Cuanto más chica es la empresa, más grande debe parecer. Es matemática pura del simulacro.
2) Derretiras la tarjeta corporativa
Las tarjetas corporativas financian desde el profesor de stretching de la esposa hasta el after office en Costanera. «Es inversión en imagen, che», dice El Tano mientras el taller funciona con máquinas de los años 80 que compró su papá cuando Martinez de Hoz manejaba la tablita.
Armado con el diagnóstico de que solo somos una sociedad de consumidores, Baudrillard hubiera reconocido esta inversión perfecta de la lógica capitalista: en lugar de generar capital para consumir, se consume para simular que se genera capital. El crédito no financia la producción; financia la simulación de la producción.
3) Adorarás los símbolos vacíos
Relojes Rolex Submariner Starbucks comprados en DH Gate. Zapatos Ferragamo que usa una vez por mes porque le aprieta el pie izquierdo. Suscripción a Forbes Argentina que nunca lee pero exhibe en la mesa de reuniones.
Baudrillard demostró cómo los objetos ya no se definen por su función sino por su posición en un sistema de diferencias. El Rolex Starbucks del Tano no da la hora mejor que un Casio; da estatus. Pero como es falso, da estatus falso. Hay todo un mundo en la falsificación de relojes. Y la fatality para el Tano es que, aún cuando compre un original, siempre se volverá un Starbucks falso en su muñeca.
4) Culparás al Estado de tus fracasos
El empresario PyME odia a dos cosas, más que nada: al Estado y a los sindicatos, a quienes echa la culpa de sus quebrantos. Dice «los impuestos me matan», mientras pero evade el 40% de ganancias; que «los jóvenes no quieren trabajar» mientras paga 400 dólares por mes en negro; y que «este país no tiene solución», mientras se va a Miami tres veces por año.
Es que la culpa siempre es externa al simulacro. El simulacro no puede fallar porque no existe; solo puede ser saboteado desde afuera.
5) Soñarás con ser parte del Jockey Club
Como todo sistema, el de los objetos es un sistema de segregación, el sistema «rico made in Argentina» funciona segregando a los simuladores. No por moral, sino por instinto de conservación: los simulacros contaminan. Siempre los van a mirar de costado o de arriba. Cuando en una convención de supermercadistas, a la familia Braun, dueños de La Anónima, le sugirieron sentarse a hablar con los Coto para establecer estrategias en común, la señora Braun, con un mohín de clase que se transmite de generacion en generacion dijo: «Mejor no».
El PyME argentino usa el flujo de caja de su empresa para sostener un estilo de vida que no podría tener en ningún otro lugar del mundo
Una imagen muy fuerte que usa Baudrillard para ilustrar la manera las sociedades avanzadas ya no se organizan alrededor de la producción sino del consumo, es la de la Historia como una nave nodriza XXXL estilo Star Wars que no se detiene pero avanza tan lentamente que parece quieta. Y en este estadio, el Fin de la Historia de Francis Fukuyama, la victoria del capitalismo y la democracia, no es sino la forma actual de una sociedad hecha de consumidores.
Pero el empresario PyME argentino lleva esta lógica al paroxismo: organiza su empresa alrededor de su consumo personal. La ecuación económica es diabólica: cualquier aumento de facturación en la PyME se traduce en aumento del lifestyle. ¿Creció la empresa un 20%? Perfecto, ahora El Tano puede cambiar el Q5 por un X5. ¿Bajaron las ventas un 15%? Se despide gente, pero el X5 no se toca.
Cuando llega la crisis, que siempre llega, el Tano despide empleados pero mantiene el abono de Starlink para que los niños puedan ver Netflix en la Amarok Extreme y no molesten durante un viaje por la ruta 40. Es la lógica del simulacro. El empleado es variable de ajuste, el lifestyle es invariable, estructural.
En tanto «el dinero se ha convertido en un signo puro, sin relación con la producción real», el PyME argentino perfeccionó esta lógica: convirtió la empresa en un signo puro, sin relación con la producción real. Lo vemos en la tele todo el tiempo: la gente se pregunta «¿Qué hace Charlotte Caniggia?» y la respuesta es invariablemente: «Tiene plata». Dinero sin producción real.
La violencia simbólica del emprendimiento
Una de las operaciones más siniestras del sistema PyME es la transformación de la explotación en complicidad. El empleado de la PyME no es un trabajador, es un «colaborador» que forma parte del «equipo» y comparte la «visión» del «emprendedor». Esta jerga no es casual: transforma la relación de explotación en una relación de complicidad. La operación es lapidaria: el empleado que cobra 400 mil pesos mientras el dueño gasta a troche y moche no está siendo explotado, está «construyendo algo juntos»; el pasante que trabaja 12 horas por día por 150 mil pesos no está siendo explotado, está «aprendiendo el negocio»; el vendedor que sale a las 23 horas no está siendo exprimido, está «comprometido con los objetivos»; la secretaria que cobra menos que las expensas del country no está siendo maltratada, está «creciendo profesionalmente»
La violencia simbólica funciona porque el empleado interioriza la lógica del sistema: acepta que su sacrificio sea el precio del «crecimiento», que su precariedad es transitoria, que, eventualmente y a la larga, también podrá ser «emprendedor». El sistema PyME produce sistemáticamente estas subjetividades: empleados que se identifican con sus explotadores, que adoptan el discurso meritocrático que justifica su propia subordinación.
La hiperrealidad del éxito: el mapa precede al territorio
Tomemos el caso paradigmático del PyME de Nordelta que maneja una distribuidora de bebidas con 15 empleados pero vive como si fuera Carlos Slim. Su lancha Quicksilver de 40 pies no la paga con las ganancias de la distribuidora—que oscilan entre la inexistencia y lo patético—sino con un sistema crediticio complejo que incluye tarjetas corporativas, préstamos bancarios contra el stock, y esa modalidad criolla que consiste en «adelantar» ventas que tal vez ocurran el año próximo.
La lancha es real. El éxito es simulado. Pero en el universo simbólico del country náutico, la lancha significa éxito, por lo tanto el éxito es real. La causalidad se invirtió completamente: no es un empresario que tiene una lancha; es alguien que tiene una lancha, por lo tanto es un empresario. Y una vez instalado en esta hiperrealidad, todo el sistema económico se adapta para sostenerla: los bancos le prestan (porque tiene «patrimonio»), los proveedores le dan crédito (porque «es un empresario que sale en las revistas»), los empleados aceptan sueldos de miseria (porque «la empresa está creciendo»).
¿Por qué el mercado interno los idealiza?
Una de las farsas más exitosas de la Argentina contemporánea es la mitología del empresario PyME como motor del crecimiento de la economía. La realidad es que solo generan el 25% de las exportaciones, contra el 75% de las grandes empresas. Necesitan una economía cerrada, subsidiada e inflacionaria para sobrevivir. Su estructura de mano de obra es 60% en negro y con sueldos bajo la línea de pobreza. No crean empleo; crean subempleo disfrazado de oportunidad. Solo el 3% de las PyMEs invierte en I+D (investigación y desarrollo) contra el 12% de las empresas pequeñas y medianas en Brasil. La innovación consiste en comprar un software de facturación cada cinco años. Sobreviven solo con protección arancelaria, dólar subsidiado y mercado cautivo. Sin ayuda estatal, el 80% quebraría en seis meses. Entonces, ¿por qué se las idealiza?
Porque como nos explicaba Baudrillard «la ideología del mercado es la última forma del fetichismo». Hay un fetiche con la riqueza agregada y la producción de valor a través del intercambio de bienes. El mercado argentino es brutalmente ineficiente debido también a una cadena de comercialización con más etapas de las necesarias. En cada parada, inútil en muchos casos, se le agrega costo al producto y no se le agrega valor. Pero el fetichismo del libremercadismo hace creer que en cada stop se agrega valor. Por eso, y acelerando, podemos arriesgar que en Argentina, y particularmente en el peronismo, el fetichismo PyME es la última forma de la ideología.
La Transparencia del Mal empresarial
En su libro La Transparencia del Mal, Baudrillard describió cómo ciertos fenómenos alcanzan un grado de transparencia tal que se vuelven indiscutibles. El empresario PyME argentino alcanzó esa transparencia: es tan obviamente un simulacro que ya nadie puede verlo. Se volvió invisible por exceso de visibilidad. Todos sabemos que el dueño de un lavadero de autos que maneja un Porsche Cayenne no podría sostener ese lifestyle en ningún lugar del mundo salvo en Argentina. Pero precisamente porque es tan obvio, se vuelve invisible. Nadie habla de eso. Se volvió parte del paisaje, como la inflación o el clientelismo. La transparencia del simulacro lo protege mejor que cualquier secreto.
Esta transparencia tiene efectos sistémicos devastadores. Como nadie habla del simulacro, nadie puede cuestionarlo, salvo Supernova. Como nadie lo cuestiona, se reproduce indefinidamente. Las nuevas generaciones de emprendedores copian el modelo sin ni siquiera darse cuenta de que es un modelo. El simulacro se naturalizó completamente. Por eso es tan resistente al cambio: no se presenta como una opción entre otras sino como la única manera posible de hacer empresa en este país donde el empresario PyME argentino vive de una ilusión vital particular: la ilusión del crecimiento perpetuo.
En Argentina, y particularmente en el peronismo, el fetichismo PyME es la última forma de la ideología

Esta ilusión tiene una estructura perfecta: como el crecimiento siempre está en el futuro, nunca puede ser desmentida por la realidad presente. El empresario PyME siempre está «por despegar», siempre está «a punto de cerrar un negocio importante», siempre está «armando algo grande». Todo gasto presente se justifica por ganancias futuras que nunca necesitan materializarse porque siempre están por materializarse. Es un sistema perfecto: imposible de refutar porque siempre se refuta a sí mismo hacia adelante.
Todo el ecosistema económico argentino se estructuró alrededor del simulacro PyME. Por eso es imposible cambiar el sector sin cambiar todo el sistema económico. No estamos hablando de empresas ineficientes que podrían volverse eficientes con las políticas correctas. Estamos hablando de simulacros perfectos que funcionan según una lógica completamente diferente a la lógica productiva.
Epílogo: la venganza de lo Real
Pero Baudrillard también nos enseñó que la realidad siempre se venga de los simulacros que pretenden reemplazarla. La venganza de lo real contra el simulacro PyME argentino ya comenzó, y tiene nombre y apellido: competencia internacional, apertura de importaciones, eliminación de subsidios, disciplina fiscal.
La macroeconomía está volviendo, y cuando vuelve, los simulacros se desvanecen. El empresario PyME que durante décadas vivió en la hiperrealidad protegida del mercado cautivo, los aranceles proteccionistas y los dólares subsidiados, de repente se encuentra con la amenaza que si llega alguna vez la inversión extranjera tendrá que competir con empresas reales que producen bienes reales para consumidores reales. Por ahora tiene tiempo. Y hasta quizás tenga suerte porque nadie invierte en Argentina habida cuenta de nuestro track record.
Es un shock ontológico brutal: el paso súbito de la hiperrealidad a la realidad, del simulacro a la producción, de la apariencia a la eficiencia. Muchos no van a sobrevivir a la transición. Pero los que sobrevivan habrán dejado de ser empresarios PyME argentinos para convertirse, simplemente, en empresarios.
La pregunta que queda es agobiante: ¿Puede Argentina sobrevivir como país a la desaparición de sus simulacros fundantes? Porque durante décadas construimos una economía, una sociedad y una cultura alrededor del empresario PyME simulado. ¿Qué queda cuando se desvanece el simulacro? ¿Quién somos cuando ya no podemos simular ser lo que no somos?
Atravesemos el desierto de lo real hacia el oasis de lo verdadero.