Contra la menopausia
La menopausia ya no se esconde: se exhibe, se vende, se optimiza. Lo que antes era silencio hoy es tendencia, pero bajo una nueva forma de mandato: rendir bien, desear, mantenerse joven, productiva y lúcida. Contra esa ilusión de eternidad corporal, este texto propone pensar la menopausia sin correcciones ni recetas: no como un déficit que hay que compensar, sino como un cambio radical del tiempo, del deseo y del cuerpo que, por primera vez, puede ser simplemente suyo.
por Sol Montero
1. En mi algoritmo, la menopausia está de moda: últimamente aparece por todos lados. Hay recetas, hay podcasts, hay libros. Sobre todo, hay muchas indicaciones sobre cómo hacerlo bien. Por lo que entiendo, ser una buena menopáusica implicaría incorporar una enorme batería de productos –hongos, terapias hormonales, shocks vitamínicos, cremas, bolas chinas, óvulos, geles–. Se nos dice que tenemos que estar fuertes y enérgicas. Sacar músculo. Prestar atención a la libido. Hablar del tema.
Veo que en Instagram venden un kit de hongos: el melena de león es blanco, carnoso y velludo, viene en pequeños trozos comestibles o en unos goteros elegantes y sirve para despejar la niebla mental, mejorar la concentración y la memoria y proteger la salud cerebral. La ashwagandha, también llamada cereza de invierno, es una hierba relajante que reduce la ansiedad. La tremella, un hongo jalea, gelatinoso y amarillento, hidrata la piel, enriquece las células y los huesos. El cordyceps ataca el cansancio y la baja libido. “Diseñados por nuestro planeta” y tomados en combo, prometen “ayudar con todo lo hormonal”: todo lo que se va degradando con la menopausia.
La menopausia está de moda: últimamente aparece por todos lados. Hay recetas, hay podcasts, hay libros. Sobre todo, hay muchas indicaciones sobre cómo hacerlo bien.

2. Mi algoritmo también dice que es importante que las mujeres de +40 levantemos peso (¡como si no lleváramos ya tanta carga sobre nuestras espaldas, como si no hubiéramos remontado tantas cuestas!). Así, es común encontrar, en los parques o en los gimnasios, grupos de mujeres cargando sobre sus hombros barras de 5, 10 o 30 kilos, arrastrando mancuernas o discos de hierro, revoleando una pesa rusa, con aire de sensual resignación.
En mi clase de gimnasia (ahora le dicen entrenar, pero es hacer gimnasia) somos entre nueve y diez mujeres, todas distintas, todas desconocidas: algunas casadas, otras solteras, unas profesionales, otras no, algunas menopáusicas, otras todavía fértiles. Más allá de las diferencias, lo que nos reúne ahí es el cuerpo. Nos quejamos, nos miramos, nos comparamos, y sobre todo le ponemos palabras. Durante la clase, tiradas en las colchonetas o paradas frente al espejo, nos pasamos la hora hablando de los achaques, los estudios médicos, la flaccidez o la falta de cintura, el cansancio, la piel, las cirugías, la tintura, los implantes mamarios, el retinol, el hialurónico, el Hifu, el protector solar, la elasticidad o la rigidez, las mamografías, el papanicolau y la colpo, los partos de cada una, el dolor de ovarios, los calores, las articulaciones, el combo ginecológico de todos los años, el miedo a que algo salga mal.
3. Ingenua o distraída, tardé en percibir que lo del algoritmo no era ninguna casualidad. Más bien una señal: evidentemente, soy el target perfecto. Pero además, hace unos años vengo rodeando el tema, en mis búsquedas literarias: no exactamente la menopausia, sino su contracara, la menstruación. Justo cuando parece estar a punto de escaparse, me pongo a escribir sobre el asunto. De la menstruación me fascina el componente cíclico del tema: la menstruación es eso que sucede regular y repetidamente, el retorno recurrente de lo mismo, pero diferente, todos los meses durante cuarenta años. La menstruación nos hace parte de un ciclo universal que organiza nuestros días y nuestras noches según los movimientos de la luna y de las mareas, según la lógica secreta de las estaciones y de las cosechas, un ritmo que nos alinea con todas las mujeres del mundo, en todo tiempo y lugar.
Mientras menstruamos, formamos parte de esa danza universal; la menopausia nos confronta con el temor de quedar desconectadas de ese ritmo cíclico, circular, atávico. Como si, al retirarse la sangre, quedáramos fuera del tiempo, desligadas del mundo, ajenas al cambio regular de los astros y de los mares. Tenemos la sensación de que con la menopausia adviene el último gran cambio, el definitivo: después, todo será un terreno uniforme, idéntico a sí mismo, o peor, una pendiente llana hacia abajo.
Mientras menstruamos, formamos parte de esa danza universal; la menopausia nos confronta con el temor de quedar desconectadas de ese ritmo cíclico, circular, atávico
4. Pensar en la menopausia es, ante todo, pensar en el tiempo. ¿El tiempo como una línea, como un círculo, como una espiral? En Diario de una mudanza, Inés Garland aborda la menopausia como una mudanza, como un cambio de cuerpo o de casa. El libro cuenta la historia de una mujer que no entiende bien sus cambios pero que, al mismo tiempo, se resiste a volver atrás: “Un tratamiento hormonal para ‘ser la que era’. ¡Yo no quiero ser la que era! Ni siquiera quiero ser. Me gustaría más aprender a estar”.
“Todavía no sé envejecer”, dice la narradora. Si de aprender a envejecer se trata, las mujeres tenemos ventaja: podemos reconocer nuestros ciclos, nuestras mudas de piel a partir de signos visibles y externos. Son alertas que nos marcan nuestros límites pero también señales que abren caminos. En su relato “La anciana espacial”, Ursula Le Guin dice que la menopausia es el pasaje definitivo hacia nuestro “tercer yo”, al que debemos adentrarnos solas, con penoso esfuerzo. Pero hay una recompensa, porque “sólo una persona que ha experimentado y aceptado la condición humana completa —cuya cualidad esencial es el Cambio— puede representar con justicia a la humanidad”.
Hay quienes afirman –sobre todo los hombres– que el tiempo es enemigo de las mujeres. Frente a esa idea, el libro de Garland sostiene una hipótesis, una idea-fuerza que funciona como un emblema: “Defiendo al tiempo como aliado de las mujeres, como aliado del deseo de las mujeres”.
5. El deseo parece estar en el centro de todo el asunto de la menopausia: el deseo sexual, por supuesto, pero también el deseo tout court, las ganas de vivir, esa potencia, esa fuerza que mueve los cuerpos. Yo no sé bien cuál es la definición teórica de ese concepto opaco, pero me gusta pensarlo así: el deseo es el sentido, en su triple acepción. El sentido como dirección, como flecha, como orientación; el sentido como significación o como valor; y, por último, el sentido como percepción –el sentido del tacto, de la vista o del gusto. ¿Y si ya no siento nada? Ese es el miedo: perder el deseo sería como quedar desorientadas, ya no entender ni sentir nada.
En All fours, el best seller de Miranda July (recientemente traducido al español como A cuatro patas), todo el problema de la menopausia aparece atado al del deseo: “En el fondo, solo quiero querer. De eso se trata el deseo” (I really only want to want. That’s the whole point of desire). En algún blurb, la novela fue definida como “el libro sobre las tres M: menopausia, matrimonio y monogamia”, pero, en realidad, All fours es una novela sobre el deseo. Así, cuando la narradora descubre que está entrando en la menopausia, se enamora de un pibe más joven que ella y piensa que desearía acostarse con él “antes de morir, porque después de morir voy a tener que seguir viviendo unos 45 años más”.
Pensar en la menopausia es, ante todo, pensar en el tiempo. ¿El tiempo como una línea, como un círculo, como una espiral?
6. En una de las escenas más absurdas del libro, la protagonista siente, por primera vez, que ya no es mirada, que es invisible a los ojos de los varones. El problema del deseo tiene que ver, es cierto, con querer querer pero también, y en gran medida, con la mirada de los otros. El tema es que, así como nos constituye, esa mirada también nos pesa, es un yunque, un lastre. La mirada ajena nos llena y nos vacía, nos da contorno y nos puede dejar sin aliento.
Las mejores líneas sobre la menopausia las escuché en un episodio de la segunda temporada de Fleabag, en el que ella se encuentra en la barra de un bar con Belinda, una ejecutiva de cincuenta y ocho años que le revela algo así (parafraseo, el monólogo original está acá): “Las mujeres vivimos todos los meses con el dolor en el medio del cuerpo. Cargamos con el dolor a lo largo de toda nuestra vida. Los hombres no: ellos tienen que ir a buscarlo, y se inventan todo tipo de dioses y demonios. Entonces crean las guerras, para poder sentir cosas y tocarse entre sí. O juegan al rugby. Pero nosotras lo tenemos todo acá, adentro nuestro, en un ciclo repetitivo durante años y años. Después vienen los embarazos, los partos, los calores y la vergüenza de la menopausia. Pero cuando lográs salir de todo eso, después de cuarenta años de menstruar todos los meses, ahí sí, ahí por fin sos libre. Ya no sos una esclava, ya no sos una máquina”.
Y después agrega: “Lo malo de envejecer es que ya nadie coquetea con una en serio, con riesgo. Extraño entrar a un lugar y sentir esa energía, esa mirada” (“that dare”, dice Belinda en inglés, y no encuentro la traducción adecuada: ¿esa mirada penetrante, ese rayo deseante?). Es verdad: se diluye esa mirada que estructura nuestros cuerpos y nuestros tiempos, pero somos libres, o, mejor dicho, somos libres porque esa mirada se diluye. Y después Belinda se va a su cuarto a tomar otro Martini, sola y libre, libre de las miradas de los otros. Me gusta recrear ese monólogo así, con mis palabras, que vinculan la libertad con dejar de menstruar y con dejar de seducir, también.
7. En el gimnasio esta semana hicimos una serie de 4x10 ejercicios para los aductores con un remix de la canción "Paroles, Paroles" de fondo. La profe nos dijo que pusiéramos la máxima carga posible: doble tobillera, banda, disco apoyado en la entrepierna, y fuerza, fuerza en el core. Mientras más esfuerzo hacíamos, mientras más exigente se volvía el ejercicio, más agudo y épico sonaba el estribillo, con el beat electrónico a todo volumen: “Paroles, paroles, paroles, paroles, paroles, encore des paroles”. Y yo pensaba: ¿Cómo se filtró este clásico de la chanson française entre tanto reggaetón? Y después: nada más ajeno a las palabras que estos cuerpos agotados, esforzados, cargados. El cuerpo a veces es un texto que habla y puede ser leído –dice Alexandra Kohan en Un cuerpo al fin– pero otras veces es puro físico, nuda anatomía.
8. Algo de eso deja ver Laura Wittner en su Diario de menopausia: la contundencia del cuerpo, lo que se impone sin causa ni razón. La discrecionalidad, la rigidez, la arbitrariedad del cuerpo, ahí donde no hay palabras: hoy duele esto, mañana aquello, hoy sangrás, mañana no. “Extraño mucho cuando no fallaba toda sin parar”. Wittner habla de esta transformación como una mudanza violenta, una evicción que se produce “sin tener la menor idea de cuál será tu próximo destino”. La transformación como una metamorfosis siniestra, una en la que ese cuerpo que creíamos conocer se nos revela como un cuerpo extraño.
La narradora de Diario de menopausia nada. Solo el agua de la pileta alivia ese cuerpo afectado, presente, inescrutable. El agua es blanda, es tibia, es liviana, el agua sosiega, humedece, lubrica el cuerpo dolido: “los días en que no nado tienen como una carencia de columna vertebral”.
El de Wittner es un libro sobre la hipocondría, sobre la fibromialgia, sobre el dolor de pies y de cuello, sobre “ese tiempo inicial en el que se amontonan los síntomas y a casi ningún médico se le ocurre relacionarlos con el fin de la vida reproductiva”. Y también es un libro sobre la queja y el humor, sobre los modos de hablar del cuerpo cuando este se impone: “en qué tono hablamos las mujeres, entre nosotras, sobre la menopausia? Oscilamos entre el gag y la queja plañidera. Entre la risa y el no puedo más”.
Así lo abordan Ingrid Beck y Mariana Carbajal, las autoras de Antimanual para encendidas y creadoras del podcast Encendidas: Ingrid y Mariana muestran, en acto, que el humor también alivia y sosiega. Las dos son muy graciosas, charlan entre ellas como lo hacemos todas las mujeres, en cualquier contexto, a los dos minutos de conocernos, y se ríen de ellas mismas sin menospreciarse ni castigarse, con complicidad, indulgencia y compasión.
9. La profe de gimnasia nos insiste en que es fundamental trabajar el core, el centro del cuerpo. Lo pronuncia así: C-O-R-E, con acento en la ó y e final. Core es una de mis palabras favoritas: el core de la democracia, el core de un proyecto, el core de un gobierno. Suena a centro, a núcleo, a corazón. Dice que es importante tener el core sólido, que todo empieza ahí. El centro de gravedad, la panza, el abdomen, la fuerza centrípeta de la pelvis. Es lo que nos mantiene erguidas, lo que nos pone firmes, lo que nos hace fuertes. Estas son las expresiones que usa mi profe para hablar del core: Mantener el sello. No romper el cierre. Ajustar el estabilizador. Sostener la banda que va de la cintura al ombligo. Afirmarse en el abdomen. Apretar el cinturón. Chupar el ombligo. Barriga adentro. Pupo agarrado a la cintura. Fortalecer la zona media.
Zona media suena a una región lejana, misteriosa, exótica. Una región de la que sabemos poco y nada.
10. Con mis amigas tenemos mucha información. Por momentos siento que sabemos demasiado, y por momentos demasiado poco. Siempre hay una que trae las novedades, como una mensajera. ¡Tanta información, tantos datos! Todas registramos nuestros síntomas con obsesión, competimos: yo si, yo no, esto si, esto todavía no. La niebla mental, el deseo sexual, las canas, la masa muscular. Ninguna está todavía ahí, pero todas nos la vemos venir, leemos con aplicación y aprendemos de las mayores, nos adelantamos, y además nos da un sentido de pertenencia: somos esto –mujeres, cuerpos, fluidos, llanto.
Hablamos del cuerpo para reconocernos, para nombrar lo que nadie nombra, para poner luz sobre aquello que nadie mira, ni siquiera la ciencia. Pero ¿siempre supimos tanto? ¿Siempre fueron nuestros cuerpos objeto de teorías, lecturas, análisis tan rigurosos? ¿Siempre nos examinamos así, con minuciosidad, como en una mesa de disección? A veces solo quisiera dejar que mi cuerpo descanse.
A veces solo quisiera dejar que mi cuerpo descanse.