Contra el optimismo
Vivimos en una época donde el optimismo se volvió una forma de obediencia. Se lo disfraza de esperanza, pero es más bien un mandato: sonreír, confiar, agradecer, manifestar. Frente a esa tiranía de la positividad, el pesimismo no es solo una postura filosófica sino un acto de desobediencia: una lucidez que ya no espera nada, que no necesita creer que “todo va a estar bien” para seguir viviendo. En un mundo que arde —como decía Sherwood Anderson—, pensar contra el optimismo no es rendirse, sino negarse a seguir alimentando el fuego.
“Estaba pensando en el asunto el otro día. Pensemos en el deterioro. ¿Qué es el deterioro? Es fuego. Quema los bosques y otras cosas. ¿Nunca habías pensado en el tema? Claro que no. Esta vereda aquí, y esta tienda de alimentos de animales, los árboles por la calle, allí, todo está prendido fuego. Está ardiendo. El deterioro, ya ves, continúa todo el tiempo. No se detiene jamás. Ni el agua ni la pintura pueden detenerlo. Si una cosa es de hierro, ¿qué? Se oxida. Eso también es fuego. El mundo está ardiendo. Empieza así tus artículos del periódico. Tan solo escribe en letras grandes: El mundo está en llamas. Eso hará que te lean”.
Me obsesiona ese párrafo de Sherwood Anderson de “Winesburg, Ohio” (1919), para muchos el libro fundacional del subgénero gótico sureño, un “Quijote de inesperada brevedad” como lo define Luis Chitarroni en la edición de Eterna Cadencia que prologa. Pertenece al cuento “Un hombre de ideas” y narra la historia de Joe Welling, una suerte de personaje de pueblo, charlatán y extrovertido, que vive en los márgenes y que una noche acorrala a George Willard, el joven periodista del diario local, y le pide bruscamente que saque su anotador, que tenía algo para contarle. Y se despacha con el asunto del deterioro y el fuego y le hace esa pregunta provocadora. “¿Nunca habías pensado en el tema?”
El mundo está ardiendo y nada puede detenerlo. ¿En qué tenemos que pensar?
El optimismo tiene un problema en sus derivadas. Bárbara Ehrenreich las llama “tiranía del pensamiento positivo”. El optimismo es una exigencia y una promesa ante situaciones límites, como enfermedades o la solución individual a problemas multicausales y complejos

Los pesimistas no creemos que las cosas van a salir mal; sino que sabemos que todo ya ha salido mal. La conciencia acerca de la existencia y, con ella, de la muerte, es una fuente de sufrimiento sólo reservada al hombre, que lo ha llevado a las peores aberraciones: la búsqueda de la inmortalidad y, con ella, la violencia autodestructiva. El pesimista no cree que una vida así merezca existir. No maten al mensajero.
Su conciencia de sí mismo era tan fuerte que le sobrevino una angustia mortal (Peter Handke, El miedo del portero al penalti).
De manera equivocada, se cree que un pesimista es aquel al que lo invitan a un picnic y presagia que “va a llover”. Pero ese no es pesimista, es un hincha pelotas. El pesimista va al picnic sin expectativas. No espera nada de eso. Se sienta en el mantel, toma el té y ve, como Welling, los árboles arder.
“Para el pesimista, el fracaso es una cuestión de `cuándo´, no de `si´” (Eugene Thacker).
Hay un meme de una piba en una oficina, linda piba, y entra Arthur Schopenhauer, filósofo alemán del siglo XIX, pesimista hasta la médula, entonces entra Schopenhauer a la oficina y a la piba le gusta Schopenhauer, y a él le gusta la piba, y entonces Schopenhauer le dice, para romper el hielo, “hola bonita, ¿sabías que la vida humana oscila entre la tensión y el aburrimiento?”, y la piba levanta el teléfono y llama a recursos humanos.
Es que hay gente que no puede vivir con esto. Pero los seres humanos somos un equívoco terrorífico. ¿Nunca habían pensado en el tema?
“Los humanos apestamos a nuestro sentido de ser especiales. No pensamos ni por un segundo que el ser humano pueda significar algo muy extraño y horrible, algo completamente siniestro. ¿Quién sabe lo que nos ocurriría si lo hiciéramos? Naturalmente, estas posibilidades no levantan nuestro ánimo de la forma en que necesitamos tenerlo levantado si queremos seguir viviendo como hemos hecho durante todos estos años” (Thomas Ligotti).
Esto nos lleva a los optimistas. Mito: el optimista es aquel que cree que todo va a estar bien. Pero no, ese no es optimista, es miedoso. El optimista es el que cree que tenés que estar agradecido por el don de estar vivo (cuando estás vivo porque tu diafragma sigue contrayéndose de manera involuntaria). ¿Qué le pasa? ¿Qué agenda tiene detrás? ¿De dónde sale esa macabra idea de que existir es bueno y no existir es malo?
El optimista va al picnic creyendo que va a un picnic, pero sólo se trata de una manera de perder el tiempo.
El que te dice que la humanidad siempre está progresando, ese es el traidor.
“Siempre es de noche, por eso encendemos la luz”. (Thelonius Monk).
El optimista relativiza cualquier experiencia negativa de la existencia. En su auto celebración, el optimista relativiza la esencia violenta y antropofágica del hombre. Pero la violencia es nuestro estado natural. La violencia es omnipresente. Domina de principio a fin la historia de la especie humana.
El optimismo tiene un problema en sus derivadas. Bárbara Ehrenreich las llama “tiranía del Pensamiento Positivo”. El optimismo es una exigencia y una promesa ante situaciones límites, como enfermedades o la solución individual a problemas multicausales y complejos, como el desempleo o la pobreza. El reverso de esta tiranía es fatal: si no te curaste o no conseguís trabajo, la culpa es tuya por no ser optimista. El pensamiento positivo está siempre rondando por barrios peligrosos, como el narcisismo, la falta de empatía y la búsqueda del control social.
Los pesimistas no creemos que las cosas van a salir mal; sino que sabemos que todo ya ha salido mal.
El pesimismo no deriva: se acaba en sí mismo. El pesimismo pone humildad a una especie que se celebra a sí misma.
Optimista es el que cree que la vida debe ser. El pesimista está vivo, pero no está de acuerdo.
Lo peor del pesimista: la solemnidad. - Qué haces Fernando, ¿cómo andas?- Acá estamos. Considero la vida un apeadero donde tengo que esperar hasta que llegue la diligencia del abismo (Pessoa). Bueeeeno hermano. Sentate ahí, respirá, no sé. El pesimista se regodea en la tragedia, le da duro a la hipérbole, tiende a la exageración y así lo invitan cada vez menos a los cumpleaños. El pesimista es incómodo.
A su favor, puede ser muy divertido. Un rato. Si logra saltarse la solemnidad entra en un mood de sarcasmo y acidez sobre lo más chiquito o lo más grande de la vida cotidiana que, si tiene la grandeza de incluirse a él en el retrato absurdo de la existencia, puede ser un buen pasatiempo. Un optimista puede convencerte de que la vita e bella pero no te va a sacar una sonrisa. Además ¿cómo sostenés eso todo el día, todo el tiempo?
Diálogo con mi hijo menor cuando tenía 3 años.-¿Cómo te fue hoy en el jardín?-Mal. Hoy mal. Ayer mal. Todo siempre mal.
“La vida es hermosa, lástima uno” (Rolando Hanglin).
Breve lista de pesimistas divertidos:
Jerry Seinfeld.
Ferdinand Bardamu, alter ego de Louis-Ferdinand Céline, en “Viaje al fin de la noche”.
El diputado nacional Miguel Ángel Pichetto.
Woody Allen.
Thomas Ligotti, bastante citado en este texto, un reventado total.A Ricky Gervais lo hubiera incluido pero últimamente lo veo bastante satisfecho con la vida.
La lista capaz se entiende mejor por oposición.
Breve lista de pesimistas plomazos:
Mark Fisher.
Alejandra Pizarnik.
Kurt Cobain.
Luis Alberto Spinetta.
Juan José Sebreli.
(Fisher, Cobain y Pizarnik se suicidaron. Hay correlación entre ser un pesimista solemne y suicida, es un tema para otro texto pero suscribimos a Schopenhauer, que creía que el suicidio niega al individuo pero no a la especie y desnuda por eso la irrelevancia de las decisiones personales).
A favor del pesimismo: no hay optimistas graciosos.
Otro: el pesimista no quiere que vos también seas pesimista. No milita el pesimismo (sería la paradoja del pesimista). Escondidos del mundo escriben sus libritos, sufren: Pizarnik, Cioran, tantos otros.
En el documento de al lado estoy trabajando en una monografía sobre el pesimismo en Hobbes y Schmitt. Escribo: “Toda teoría política está construída sobre una antropología pesimista”. Digo: Todo pesimismo es político.
Los filósofos modernos que sentaron las bases del Estado creyeron ver en él la solución al imperativo violento del hombre. El miedo a la muerte, a la coerción, de la que se dotaba a este artificio, presuponían, atemperaría su pulsión de muerte. Con lo que no contaron es que el Estado, para existir, demandaría enormes derramamientos de sangre. Dice Wolfgang Sofsky en Tratado sobre la violencia: “La violencia engendra el caos, y el orden engendra violencia. Este dilema es insoluble. El poder pone coto a la violencia social enseñando a cada uno a temer la violencia del poder. Los costos son considerables. Sobre el altar del orden se sacrifican libertades y numerosas vidas humanas. El tributo de sangre que los Estados exigen es inmenso. Su crónica histórica no es la de la paz y la civilización. Es la historia del desarrollo progresivo de una fuerza destructiva. El proyecto de orden ha traído a los hombres un aumento sin fin de la violencia”.
En fin, que el Estado venía a corregir al hombre pero no contaban con que su naturaleza destruye todo lo que toca. La perspectiva antropófuga, algo así como el pesimismo extremo, si tal cosa fuera posible, sostiene que la humanidad no está llevando al hombre a la catástrofe, sino que ella misma es la catástrofe y que está programada para su propia destrucción.
“Uno está solo para exponerse al pensamiento del desastre que deshace la soledad y rebasa cualquier pensamiento, en tanto afirmación intensa, silenciosa y desastrosa de lo exterior” (Maurice Blanchot).
Hay que terminar. Esto es corto. Más no se soporta.
“Para nosotros, lo intolerable es el clima moral del cosmos” (Peter Zapffe).
Nos desesperamos por encontrar un sentido para nuestras vidas, pero chocamos contra la realidad indiferente del universo. Queremos que el mundo sea justo, y el mundo nos responde con vacío e indiferencia. Nena nunca te voy a dar lo que me pides. Buzz Aldrin, astronauta del Apolo 11, atribuyó su alcoholismo y depresión posterior al primer alunizaje al hecho de no haber podido poner en palabras aquello que había visto en su viaje espacial. ¿Qué había visto? El abismo que existe entre nosotros y un cosmos que no nos pertenece, ni nos necesita. Manifestar tus deseos al universo no parece una buena idea. No es que el universo sea malo; simplemente no tiene por qué ser bueno. Entonces inventamos el optimismo. Tips para empezar el día con pensamientos positivos. El optimismo es un artificio posmoderno. Desaparecerá con el último hombre en pie.
El pesimismo, en cambio, nos pre existe y nos va a sobrevivir. Porque no es, como el optimismo, una postura moral sino un estado de lucidez insoportable. Nunca serás más libre que en el pesimismo. Tampoco es una idea filosófica o un diagnóstico psicológico. Es una atmósfera, una textura del mundo. Una meteorología. Mirá ahora el cielo, mirá a tu alrededor ¿Podés sentirlo? No mires a las personas. Nadie es pesimista. El pesimismo se habita. Está ahí afuera, esperando. ¿Nunca habías pensado en esto?
Nos desesperamos por encontrar un sentido para nuestras vidas, pero chocamos contra la realidad indiferente del universo.