Contra el negacionismo climático
El negacionismo climático de derecha es consecuencia de sus posturas ideológicas: se opone a las medidas ambientales por razones independientes del cambio climático, vinculadas con su afiliación de derecha. Esto le da inteligibilidad a su postura y es razón suficiente para tomarla en serio y permitirle ingresar al debate público. Cualquier conversación que pretenda ser tal ha de tener en cuenta dichas concepciones y no limitarse a discutir sobre los hechos.
por Juan Iosa
Entrando en calor
¿Estamos en contra del negacionismo climático de derecha? Por supuesto, responderán la práctica totalidad de los lectores de esta revista. Pero maticemos y contextualicemos la cuestión. Parto del supuesto de que ni vos ni yo estamos dispuestos a tirar un solo tiro para hacer la revolución socialista, ecologista y decrecentista. Si estuviéramos dispuestos, tal como muestra Ariel Petruccelli en su reciente libro Ecomunismo, otro sería el cantar. Aquí asumo, entonces, la democracia capitalista como marco. La pregunta entonces es sobre la estrategia adecuada para enfrentar el negacionismo climático en un país y un mundo tendencialmente gobernado por la derecha.
Pero y he aquí la primera pregunta que quisiera formular, ¿qué es el negacionismo climático que la derecha niega? Por cierto, no hay una sola “derecha”. Es mejor hablar de “derechas”. Y algunas no son negacionistas. De modo que para pensar una estrategia inteligente de discusión pública que las incorpore (de nuevo dentro del marco de la democracia deliberativa y liberal) hay que pensar, una segunda cuestión: ¿por qué algunas derechas son negacionistas? Cuando paramos desde este lugar distinguimos diversas razones que las derechas suelen utilizar en favor de su postura negacionista. Esto permite aislar algunas justificaciones razonables. Con ello descartamos la desgastada práctica de irracionalizar al adversario ideológico en su conjunto: si bien hay algunos negacionismos efectivamente irracionales, terraplanistas, hay otros que, si bien en última instancia son posturas a mi juicio incorrectas, son al mismo tiempo inteligibles y presentan dudas atendibles en el marco de un tema en el que tener un juicio informado y, en el mejor de los casos, certero, no es nada sencillo. La aproximación al negacionismo de derechas debe, por lo tanto, ser respetuosa: reconocer la razonabilidad del desacuerdo y tratarlo como tal.
Suponiendo entonces el negacionismo climático de derechas en su mejor versión ¿qué actitud cabe adoptar? Una vez rechazada la fácil, la intolerante e irracionalizadora, una buena estrategia para pensar los términos de un debate posible sería la siguiente: argumentar en contra del negacionismo ¿implica necesariamente argumentar contra las posturas de derecha en general? ¿No conviene acaso dividir la cuestión de modo tal que el negacionista de derechas no vea la impugnación a su negacionismo climático como una impugnación a su postura política más abstracta? Esta es la tercera y última cuestión que quisiera proponerles.
De un lado de este debate al interior del progresismo están los maximalistas. Estos entienden que la agenda climática debe integrarse, tanto por razones teóricas como prácticas, con el resto de las banderas de la agenda progresista. En consecuencia, afirman que combatir el cambio climático va de la mano con combatir la pobreza, la desigualdad, la brecha de género, etc. En algunos casos los maximalistas piensan que la eliminación de estos otros males es instrumental al combate contra el cambio climático, a veces piensan que son todos fines que forman parte de la misma agenda. Los maximalistas, entonces, piensan que la estrategia adecuada para enfrentar el negacionismo climático es tal que implica la negación total de la agenda de derechas. Del otro lado del ring tenemos a los minimalistas: aquellos que, por diversas razones, entienden que la agenda climática debe despegarse del resto de la agenda progresista. Aquí me pondré los guantes minimalistas: dado que hoy la derecha prácticamente gobierna Occidente, y que la ventana de oportunidad para la acción climática es estrecha, no parece estratégicamente aconsejable unir ambas agendas. Ello no tendría más efecto que afianzar la postura negacionista de las derechas.
Negacionismos
Hay, decía, diversos negacionismos. Primero están quienes directamente niegan que el planeta se esté calentando. Como esta postura es difícil de sostener con datos, los negacionistas de este tipo cuestionan la validez de los datos científicos disponibles en tanto indican un aumento de la temperatura global. Afirman, por ejemplo, que no hay pruebas suficientes o que no son concluyentes o que hay estudios que apuntan en la dirección contraria. Como la abrumadora mayoría de los estudios científicos van en la misma dirección, es decir, como hay un consenso firme en la comunidad científica, este negacionismo debe ser leído como síntoma de otra cosa. Puede ser puro y simple espíritu anticientífico pero muchas veces puede que las razones detrás de este negacionismo sean de otro tipo, políticas por ejemplo. En cualquier caso supone la negación del consenso científico al respecto.
Luego están los negadores del vínculo antropogénico: reconocen que el planeta se está calentando pero niegan la relación causal entre el calentamiento y la acción colectiva de la humanidad. Niegan, en otras palabras, que el planeta se esté calentando por causa nuestra, por la quema de combustibles fósiles, por ejemplo. Lo más común es que apelen a causas naturales para explicar el calentamiento. Como la causa antropogénica está probada científicamente, este negacionismo también es anticientífico.
También hay quienes niegan la gravedad de los impactos: niegan, por ejemplo, que el aumento de la temperatura vaya a producir eventos climáticos extremos o que vaya a aumentar el nivel del mar o que se vayan a producir migraciones masivas en virtud de la futura inhabitabilidad de ciertos territorios. Como la gravedad de los impactos también está probada científicamente en virtud de modelos que miden las consecuencias futuras de las tendencias actuales, este negacionismo también es anticientífico.
Si bien hay algunos negacionismos efectivamente irracionales, hay otros que, aunque a mi juicio incorrectos, son al mismo tiempo inteligibles y presentan dudas atendibles
Por último, están quienes rechazan ya la necesidad, ya la urgencia de la acción climática. Este negacionismo no es anticientífico: acepta el calentamiento, la causa antropogénica y su gravedad. Estamos más bien ante un negacionismo puramente ideológico o político. Y puede serlo por diversas razones: Hay quien piensa que ya está todo perdido, que no tiene sentido actuar. Este catastrofismo está extendido en la cultura de izquierdas. También están los que afirman que si bien se podría hacer algo si todos nos pusiéramos de acuerdo, las diferencias son tan profundas y los costos de la acción tan altos (y estamos tan poco dispuestos a pagarlos), que no llegaremos a ponernos de acuerdo a tiempo (esto es lo que yo mismo creo en mis días malos). Están también los optimistas tecnológicos: ya aparecerá algún descubrimiento que resolverá el problema. Enviaremos algún dispositivo a la atmósfera para que atrape los rayos solares o algo parecido. Este tecno-optimismo en general está vinculado a cierto desconocimiento de las dimensiones del problema y descansa en un acto de fe en cierta medida contrario al espíritu científico. Pero en todo caso el optimismo tecnológico tampoco niega el problema. Dado que este negacionismo en cualquiera de sus variantes no niega los datos de la ciencia y que puede ser adoptado tanto por personas de izquierda como de derecha, no me detendré a analizarlo.
¿Por qué hay derechas negacionistas?
No todos aquellos que abrazan posiciones de derecha son negacionistas climáticos. Esto es, si se quiere, una obviedad. Ahora bien, también es claro que buena parte de los líderes y partidos de derecha que hoy gobiernan el mundo son negacionistas. Trump a la cabeza del Partido Republicano y Milei a la de la LLA son casos claros. Así como los líderes son negacionistas, sus representados muchas veces, no siempre, tienden a serlo, tal como se puede constatar en cualquier conversación que uno pueda tener con ellos.
¿Qué explica el negacionismo de las derechas que efectivamente lo son? ¿Simple empecinamiento, ignorancia o falta de sofisticación intelectual? ¿Un anticientificismo obtuso? ¿La defensa de intereses sectoriales? Sin duda este tipo de factores están detrás de su adopción por parte de muchos actores. Pero me gustaría introducir una distinción entre causas del y razones para el negacionismo. Y entre las razones distinguiré entre razones universales, de bien público, y razones particulares, de interés propio, y por lo tanto no susceptibles de ser esgrimidas frente a otros en el debate sobre cómo hemos de actuar colectivamente.
Hay modos de explicar el negacionismo climático, modos en general enunciados por quienes lo critican, que apelan, más que a razones, a causas. Hay, por ejemplo, quien lo explica apelando a sesgos de negación producidos en razón de la ansiedad que provoca un problema abrumador o sesgos de confirmación que, por la misma razón, apelan a información que confirme creencias preexistentes y permita descartar la evidencia contraria. También se indica que los negacionistas desconfían del discurso científico sobre la base de creencias religiosas o antiilustradas. O que simplemente carecen de suficiente información científica, situación comprensible por la abrumadora complejidad de la ciencia del clima. También se apela para explicar el negacionismo a la influencia de los medios y las redes sociales que propagan desinformación, fake news amplificadas por algoritmos y cámaras de eco que refuerzan las creencias existentes.
Nadie que se autoperciba negacionista justificará su posición por alguna de estas causas. Quien en nombre propio niega el cambio apela a razones, no a causas. Esto no implica que la explicación causal esté equivocada. Después de todo, el autoengaño es un fenómeno común. Sí indica que el punto de vista de la primera persona es el prioritario. Solo si no hay ninguna razón esgrimida desde esta perspectiva, o si la razón es tan obviamente inviable que no vale como tal, podemos, desde la tercera persona, apelar a las causas arriba enumeradas. Ahora bien, entre las razones para justificar el negacionismo solo pueden ser esgrimibles las razones de bien común, públicas, válidas intersubjetivamente. Bien puede ser que en última instancia algún negacionista asuma esa posición en virtud de sus intereses personales. Pero no podrá esgrimirlos en la arena pública. No es una razón para negar el cambio climático, o la acción climática, el hecho de que mis intereses particulares, con independencia de los intereses de los demás, se verán afectados. Por eso quienes, en última instancia, están preocupados por las consecuencias económicas que las potenciales medidas de mitigación podrían tener respecto de sus negocios, no se refieren, al menos no en la arena pública, a sus intereses particulares sino a los públicos: las consecuencias serán adversas para todos. La hipocresía fue y será el homenaje que el vicio rinde a la virtud.
El negacionista toma del progresista la premisa de que, si existe el cambio climático, deben tomarse ciertas medidas y se opone a tales medidas por razones independientes del cambio climático, razones ideológicas, esto de por sí le da inteligibilidad a su postura y es razón suficiente para tomarla en serio.

Me centraré entonces en el análisis de las razones de bien público que el negacionista puede esgrimir para sustentar su posición. El negacionista bien podría alegar prueba científica contundente en contra de la existencia del cambio climático o de la causa antropogénica o de su gravedad. Pero esta vía está cerrada en virtud del enorme consenso científico al respecto. En realidad no por el consenso mismo, sino por los hechos que los textos científicos que forman parte de ese consenso (textos que no se refieren al consenso mismo sino a los hechos) dan por acreditados. Por otro lado, podrían alegar razones ideológicas o políticas que los llevan a negar la existencia del fenómeno en cuestión. Esto, lo sé, parece en extremo implausible. ¿Cómo la ideología, los valores, podrían llevar a negar los hechos? ¿No hay aquí acaso un craso salto del deber ser al ser? Permítaseme alegar a favor de la inteligibilidad, aunque no de la corrección, del negacionismo climático sobre bases ideológicas.
El negacionista toma del progresista la premisa mayor de su argumento tal como este último se la ofrece. En consecuencia entiende que si existe el cambio climático entonces deben tomarse ciertas medidas (aumentar los impuestos para financiar las acciones de mitigación y, eventualmente, agrandar el estado para llevarlas a cabo, limitar las extracciones de combustibles fósiles, favorecer, tal como algunos defensores de la agenda climática proponen, la igualdad económica, y combatir la pobreza). El negacionista se opone a tales medidas por razones independientes del cambio climático, razones ideológicas, vinculadas con su afiliación política de derecha. De aquí que niegue que deban tomarse estas medidas (esto es lo que expresa la premisa menor). Ahora bien, si no deben tomarse estas medidas, entonces se sigue lógicamente que los hechos que las demandan como técnicamente necesarias, esto es, como debidas, no son tales. Y que son falsos, incluso mentiras, los enunciados que los afirman.
Si estoy en lo cierto y el argumento del negacionista puede ser pensado como encajando en la estructura lógica del modus tollens (si el consecuente es falso, el antecedente debe ser falso), entonces es formalmente válido. Esto de por sí le da inteligibilidad a su postura: es razón suficiente para permitirle ingresar al debate público, para tomarla en serio como postura razonable. Su corrección, cosa que aquí no se afirma, dependerá de la justificación externa del razonamiento, es decir, de la verdad de las premisas. Y la verdad de las premisas es sin duda discutible, en absoluto transparente.
La corrección de este curioso argumento requiere revisión. Tiene la extraña propiedad de permitir negar la verdad de la conclusión, es decir, el hecho del calentamiento climático, a partir de negar, sobre bases valorativas, el deber de aplicar ciertas medias técnicas. Permite, como decía más arriba, pasar del deber ser al ser, lo que siempre ha sido considerado una falacia. Pero observe usted, incrédulo lector, que si las medidas fueran tales que le parecerían objetables desde el punto de vista de sus valores básicos, también tendería a negar los hechos que las demandan como necesarias. Así, por ejemplo, supongamos que ciertos hechos, la viabilidad del capitalismo o algún otro macrofenómeno similar, demandan ciertas medidas técnicas tales como cobrarles menos impuestos a los ricos que, en última instancia, favorecen el incremento de la desigualdad. Si valoramos la igualdad y estamos de acuerdo con las políticas que combaten la desigualdad, entonces tenderemos a negar que el capitalismo sea el único sistema viable o que su viabilidad dependa de estas medidas.
Es, sin duda, una tarea muy interesante intentar dar cuenta de dónde se equivoca el negacionista. Quizás el argumento confunda negar la obligatoriedad de algo con no querer aceptar que algo es obligatorio. O puede que no distinga adecuadamente entre razones técnicas y razones ideológicas (morales o políticas). Una forma de articular esta distinción es pensar que tal vez su error esté en negar la necesidad técnica de las medidas requeridas en la premisa mayor en virtud de valores que no están puestos directamente en cuestión por quien afirma la necesidad de tales medidas. Aunque a lo mejor el negacionista piensa que este es el caso. Que quien propone las medidas que él objeta es alguien que quiere introducirle por la ventana los valores que el negacionista acaba de invitar a salir por la puerta. Esta posibilidad debe tomarse muy en serio a la hora de pensar qué estrategia argumentativa corresponde adoptar frente al negacionismo de derechas. Analicémosla entonces.
Es muy interesante intentar dar cuenta de dónde se equivoca el negacionista: quizás el argumento confunda negar la obligatoriedad de algo con no querer aceptar que algo es obligatorio.
¿Se puede argumentar eficazmente contra el negacionismo climático de derecha?
En 2016, en el Midwest Studies in Philosophy, la profesora Catriona Mckinnon publicó un texto, seguramente escrito un tiempo antes (antes del comienzo del primer gobierno de Trump), titulado ¿Debemos tolerar el negacionismo climático? Aquí lo que me interesa no es pensar cuál es la respuesta correcta a la pregunta de la autora, sino destacar que el título supone que los que tienen que tolerar, los liberales, son los que están en el poder. La situación actual es totalmente diferente. Hoy los dueños del poder se están preguntando cuánto tienen ellos que tolerar a los científicos que afirman el cambio climático y a los políticos y teóricos que sostienen que debemos actuar urgentemente para frenar el calentamiento global. Y están respondiendo con la intolerancia: se están cortando subsidios a la investigación y se amenaza, como es el caso en Argentina, con denunciar acuerdos internacionales que obligan a los estados a tomar medidas de mitigación.
Para colmo de males, todo indica que la ventana de oportunidad para la acción climática, el tiempo para evitar ya un colapso, ya daños irreparables tanto para los ecosistemas naturales como para las sociedades, es bastante estrecha. El grupo de científicos nucleados alrededor del proyecto Earth for All, escribiendo en 2022, afirmaba que el gran salto requerido para evitar las peores consecuencias del cambio climático debe hacerse en el lapso de una generación. Si hay poco tiempo para desacelerar la gran máquina que provoca el calentamiento global, hay aún menos tiempo para ponerse de acuerdo. Debemos entonces ser muy cuidadosos respecto de los argumentos que arrojamos a la conversación global. Dichos argumentos deben construir consensos antes que ganar discusiones.
Si se pretende conversar, y eventualmente converger, con las derechas en el poder (y esto es lo que se supone dentro del marco de una democracia liberal que no cuestiona el capitalismo), se debe tomar en cuenta la relación de fuerzas vigente y adoptar estrategias discursivas adecuadas para esta realidad. Veamos entonces los argumentos y estrategias antinegacionistas disponibles en la actual conversación pública y evaluemos cuáles tienen mayor probabilidad de entrar en una conversación productiva con las derechas que adoptan esos discursos.
El debate al respecto se divide entre aislacionistas e integracionistas. Los aislacionistas asumen en general algunas de estas ideas: a) creen que la mejor manera de combatir el negacionismo es confrontarlo directamente con evidencia científica sólida y argumentos racionales; b) consideran que la clave para superar el negacionismo reside en fortalecer la comprensión pública de la ciencia climática a través de la educación y la divulgación rigurosa. Confían en que una población mejor informada será menos susceptible a los argumentos negacionistas; c) tienden a ser escépticos sobre la posibilidad de persuadir a los negacionistas. A menudo los ven como ideológicamente atrincherados y poco dispuestos a cambiar de opinión; d) buscan mantener la integridad de la ciencia climática separada de las influencias políticas e ideológicas. Creen que involucrarse demasiado en el debate político con los negacionistas podría legitimar sus argumentos o politizar aún más la ciencia.
La postura integracionista, en contraste, propone un enfoque más amplio y complejo para enfrentar el negacionismo climático de derechas: En general a) reconocen que el negacionismo climático de derechas a menudo está profundamente arraigado en ideologías políticas conservadoras, valores culturales, intereses económicos y sesgos psicológicos (como la aversión al cambio o la defensa de un sistema económico particular). Para ser efectivos, argumentan, es crucial comprender estas motivaciones subyacentes; b) en lugar de confrontar directamente, buscan identificar áreas de acuerdo o valores compartidos con las audiencias de derecha. Esto podría incluir argumentos basados en la seguridad nacional, la responsabilidad fiscal, la innovación tecnológica o la protección de la naturaleza desde una perspectiva conservacionista; c) reconocen que los mensajes sobre el cambio climático pueden ser más efectivos si son transmitidos por figuras creíbles dentro de las comunidades de derecha y si se enmarcan de manera que resuenen con sus valores y perspectivas; d) aunque reconocen la dificultad de persuadir a los negacionistas, los integracionistas no descartan el valor de participar en conversaciones (cuando sea apropiado) para intentar influir en las opiniones de aquellos que pueden estar dudosos o influenciados por el negacionismo; e) buscan identificar e impulsar soluciones al cambio climático que se alineen con los principios conservadores, como la eficiencia del mercado, la innovación tecnológica liderada por el sector privado o las soluciones descentralizadas; f) abogan por la formación de alianzas que trasciendan las divisiones políticas tradicionales para abordar el cambio climático, involucrando a actores del mundo empresarial, religioso, militar y otros sectores que puedan tener influencia en las audiencias de derecha.
En contra del negacionismo, los aislacionistas priorizan la defensa de la ciencia a través de la refutación directa y la educación, minetras los integracionistas abogan por un enfoque más holístico que busca comprender las motivaciones del negacionismo, encontrar puntos en común y adaptar los mensajes para construir un consenso más amplio
En resumen, mientras que los aislacionistas priorizan la defensa de la ciencia a través de la refutación directa y la educación, los integracionistas abogan por un enfoque más holístico y estratégico que busca comprender las motivaciones del negacionismo, encontrar puntos en común y adaptar los mensajes para construir un consenso más amplio.
Dado que, tal como sostuve más arriba, buena parte de la razonabilidad de las posturas negacionistas de derecha se deriva de la posibilidad de pasar, mediante argumentos formalizables como modus tollens, de enunciados normativos a enunciados fácticos, es decir, de enunciados propios de la técnica, la moral y la política a enunciados propios de la ciencia, me parece que la postura integracionista es la más sensata. Efectivamente, debemos reconocer que el negacionismo climático es consecuencia de las posturas ideológicas de derecha, de sus sostenedores antes que una tesis meramente relativa a los hechos. Si tales posturas se derivan de concepciones valorativas, entonces cualquier conversación que pretenda ser tal ha de tener en cuenta dichas concepciones y no limitarse a discutir sobre los hechos.
Ahora bien, al eje aislacionistas vs. integracionistas, me gustaría sumar otro que, hasta donde veo, está menos presente en la discusión. Si se repasan las discusiones relativas a cómo enfrentar el cambio climático, se verá que hay quienes entienden que la agenda de mitigación está fuertemente integrada con la agenda progresista en general (igualitarismo, lucha contra la pobreza y contra la brecha de género, etc.). Más arriba los llamé maximalistas a quienes asumen esta postura. La contraria, que llamé minimalista, enfrenta la cuestión climática de modo aislado y técnico, es decir, con independencia de otros valores políticos. Particularmente importante para los minimalistas es que la agenda climática no se perciba como una agenda propia de la izquierda y el progresismo en general. Y no debe percibirse así, entienden los minimalistas, porque no lo es. La cuestión climática es un problema tanto para la izquierda como para la derecha. Solo si es enmarcada como transversalmente relevante, independiente de una toma de partido político, será posible discutir de buena fe con las derechas hoy en el poder. En lo que queda de este texto argumentaré a favor de un integracionismo minimalista como modo de encarar el debate con los negacionistas tanto como de promover la agenda climática en general. Para ello presentaré un caso de maximalismo y mostraré sus deficiencias.
Un caso de buenas intenciones que nos puede llevar al infierno climático
En 2020, un grupo de científicos y economistas de renombre mundial, se reunió, a instancias del Club de Roma (el mismo que en los años 70 financiara el pionero trabajo Los límites del crecimiento) para “analizar qué hacía falta para construir un sistema económico más justo, más resiliente para capear las actuales crisis interconectadas”, un futuro “más pacífico, más próspero y más seguro”, “para hacer realidad la visión … del bienestar humano dentro de los límites planetarios”. El resultado fue el informe La tierra para todos. Una guía para la supervivencia de la humanidad, publicado en inglés en 2022 y en castellano en 2024. En dicho informe estos científicos afirman que, para reducir sustancialmente los riesgos a los que se enfrenta nuestra civilización, se necesitan cinco cambios extraordinarios que deberíamos implementar en el transcurso de una generación:
1. Acabar con la pobreza.
2. Hacer frente a las grandes desigualdades.
3. Empoderar a las mujeres.
4. Convertir en saludable nuestro sistema alimentario para las personas y los ecosistemas.
5. Pasar a una energía limpia.
La cuestión del cambio climático es central en cualquier estudio que tenga por objeto el futuro de nuestra civilización. No es la excepción en este. De hecho, la cuestión climática está directamente vinculada al quinto cambio: “…enfrentar la emergencia climática requiere reconfigurar el sistema energético global –el fundamento de todas las economías– en el lapso de una generación” .
El punto del estudio, que se basa en un análisis sistémico, es que todos estos cambios son interdependientes. Así, por ejemplo, el cambio hacia una sociedad más igualitaria y el cambio en la matriz energética (condición para enfrentar la emergencia climática) están interconectados. “Cuando una gran desigualdad corroe la confianza, a las sociedades democráticas les resulta más difícil tomar decisiones colectivas, a largo plazo, que reduzcan las emisiones, resguarden los bosques, protejan el agua dulce y estabilicen la temperatura global a un nivel que los científicos estiman relativamente seguro (1,5 ºC). Si se fracasa en esto, se expone al mundo a olas de calor aún más extremas, a pérdidas de cosechas y a crisis en los precios de alimentos. Empeorarán las desigualdades, se erosionará aún más la confianza y se pondrá a prueba la gobernabilidad hasta el límite.”
El informe en cuestión no se pregunta por la viabilidad de un programa tan ambicioso y tan polémico en tiempos de negacionismo climático y de gobiernos de derecha en todo Occidente. Pero nosotros debemos preguntarnos. ¿Es viable un programa semejante en las circunstancias actuales? ¿Qué opinarán los gobernantes de derecha de Estados Unidos y Argentina, entre tantos otros? ¿Es sensato atar la acción climática a cuestiones tan polémicas como la disminución de la pobreza, la desigualdad y el empoderamiento de las mujeres?
Mi punto es muy simple: si la acción climática se vincula a estas cuestiones, entonces no será adoptada. Propuestas como las de La Tierra para Todos desconocen las razones del negacionismo climático de derecha. Estas son razones políticas. De modo que, si esta es la agenda, quienes están en contra de la adopción de medidas para paliar la desigualdad y la pobreza o en contra del empoderamiento de las mujeres, también estarán en contra de cualquier medida que se alegue necesaria para combatir el cambio climático. Aun si es cierto que a mayor desigualdad más difícil será tomar medidas de mitigación, por razones estratégicas conviene asumir el riesgo de separar ambas cuestiones.
Es importante que la agenda climática no se perciba como una agenda propia de la izquierda y el progresismo en general, porque no lo es: solo si es enmarcada como transversalmente relevante, independiente de una toma de partido político, será posible discutir de buena fe con las derechas hoy en el poder