Ciudad

Benjamin Bratton —filósofo de la tecnología, el urbanismo y la geopolítica— es uno de los pensadores que más radicalmente ha redefinido cómo entendemos las infraestructuras contemporáneas. En The Stack (Interferencias) propone una teoría ambiciosa: la computación planetaria funciona como un nuevo orden político compuesto por seis capas —Tierra, Nube, Ciudad, Dirección, Interfaz y Usuario— que se superponen y reorganizan la vida social más allá del Estado-nación. El fragmento que presentamos pertenece a la capa “Ciudad” (traducción de Santiago Armando y A. Nicolás Venturelli). 

por Benjamin Bratton

Cada vez que oigo hablar de ciudades inteligentes, pienso por reflejo en las sátiras de Jacques Tati sobre las locuras de la arquitectura moderna automatizada. Por muy negro que sea el humor, dadas las megaciudades centralmente controladas y las visiones rancias de una eficiencia anodina, hay garantía de que habrá mega-travesuras. La pobreza de las estrategias estandarizadas de las ciudades inteligentes preocupa especialmente si se tiene en cuenta lo importante que es la composición inteligente de sistemas informáticos a escala urbana, especialmente para las soberanías de las nuevas plataformas. Sin embargo, si consideramos estas tecnologías digitales supuestamente futuristas a la luz de relaciones más primigenias con el territorio, podemos llegar a la conclusión de que nuestra itinerancia serpenteante y desarraigada a través de los trillados caminos del espacio basura, aferrados a nuestras anclas de plataformas móviles en la Nube (también conocidas como “teléfonos”, tablets, etcétera), escaneando, clasificando, hurgando y eligiendo sobre la marcha, es una forma de ser urbano mucho menos moderna de lo que suponemos. Los humanos, como especie, hemos evolucionado físicamente muy poco en los últimos cien mil años, y apenas nada desde la aparición de la escritura.

Los medios sensoriales propios de nuestros cuerpos son los mismos que permitieron a nuestros antepasados sobrevivir a los ritmos depredadores de la sabana primigenia, y en los paisajes de producción y recepción de información de la Ciudad persisten ritmos similares, ahora triangulados con nuevos canales de comunicación a distancia y diversas formas de cognición aumentada. Tal vez hayamos sintonizado estos ritmos para que resuenen con las nuevas herramientas, tanto como hemos afinado nuestras herramientas escuchándolos. 

La arquitectura a escala paisajística, ya sea como tejido urbano continuo en red o como megaestructura replegada, es una infraestructura de comunicaciones especialmente importante, en armonía o disonancia con las sintonías y contrasintonías entre herramientas y percepción. De este modo, The Stack inscribe a la ciudad como una capa discreta dentro de su suma más amplia, vinculando la sensación y la escala con el confinamiento y lo envolvente, y emparejando la tactilidad de lo virtual con la efervescencia de lo monumental. Como tal, la propia arquitectura sirve tanto de modelo compositivo para las pilas y el apilamiento como de infraestructura tangible para su manifestarse como ciudades. Al mismo tiempo que captura a los seres humanos y los consuela entre muros, también proporciona bulevares de escape hacia otros interiores urbanos; al menos en este sentido, la capa Ciudad de The Stack no impone dicotomías entre urbanismos de encierro y urbanismos de movilidad, sino que los combina. Uno puede convertirse en el otro en cualquier momento.

Para este proyecto, la unidad básica de construcción de la capa Ciudad es la partición interfacial, el límite físico o virtual que se vuelve sistemáticamente reversible por tener sus funciones situadas dentro de sistemas computacionales más amplios. Como veremos, los espacios urbanos se abren y cierran a distintos Usuarios de diferentes maneras, permitiendo morfologías de la Ciudad diferentes para unos y otros. Así la Ciudad genera y automatiza experiencias viscerales en primera persona de soberanía de la plataforma, más allá de si fue convocada a hacerlo o no.

Ahora que los humanos somos una especie mayoritariamente urbana, ha llegado el momento de reevaluar qué soberanías reales y finales pueden derivarse de las superficies e interfaces de una ciudad (o de todas las ciudades).

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La ciudad como capa

Ahora que los humanos somos una especie mayoritariamente urbana, ha llegado el momento de reevaluar qué soberanías reales y finales pueden derivarse de las superficies e interfaces de una ciudad (o de todas las ciudades). Hacerlo significa situar la Ciudad como una capa interdependiente dentro de The Stack, y por tanto la gestión de las redes urbanas dentro de las Nubes globales de información y energía. Estas infraestructuras producen los fragmentos a partir de los cuales se identifica, codifica e impone la soberanía de la plataforma en todas las escalas, desde la intrapersonal hasta la interfacial y la transcontinental. A diferencia de las concepciones de lo político como un ámbito discursivo que trasciende la polis urbana física, las soberanías de plataforma surgen menos a través de canales de parto legislativos que a través del acceso irregular pero constante al hardware público y privado.

La capa no está encapsulada por fronteras legales, sino que se extiende por una Ciudad global compuesta para la que cualquier metrópolis es una instancia localizada de economías globales de movilización y partición. En última instancia, este compuesto está formado no sólo por muchas ciudades diferentes, sino también por redes ópticas para el intercambio de fotones, redes energéticas para el intercambio de electrones y redes de hormigón para la colocación y el desplazamiento de objetos, que en conjunto enlazan grupos de ciudades en jerarquías geográficas. 

Cada cuadrícula sitúa a los actores en función de sus propias matrices, su propia historia, sus ímpetus, alianzas y contradicciones, y la superposición de dos cuadrículas puede multiplicar esas situaciones o, en ocasiones, resolverlas estereoscópicamente en una sola (esto se discute en detalle en el capítulo sobr el Usuario). Como parte de la capa de la Ciudad de la The Stack, cada una de estas cuadrículas puede activarse individualmente; lo más probable es que se combinen mediante alguna equivalencia funcional por la que la capa de la Nube por debajo y la capa de la Dirección por encima se conecten a las cuadrículas de forma agnóstica en cuanto a durabilidad relativa, historia o carácter de cada una de ellas.

Es decir, dentro de la The Stack, el vidrio, el acero, la energía y los datos (y sus redes) pueden verse iguales para las capas ubicadas por encima y por debajo. Al mismo tiempo, cualquiera de las superficies interfaciales del tejido urbano (no solo los edificios y las carreteras, sino también las redes de energía, hidratación y datos) establece relaciones más específicas con el Usuario, que priorizan de forma diferente la apertura o el cierre de una ciudad a diferentes personas y propósitos. La reversibilidad de las soberanías de las plataformas se produce a menudo a través de la automatización computacional de las interfaces de entrada y salida de estas grillas.

Desde aquí, las protociudadanías larvarias se derivan no sólo de las fronteras y envolturas formales, sino también de las envolturas agregadas y entrecruzadas de acero-energía-información. Como todos compartimos alguna relación con estas envolturas compuestas, al utilizarlas y al ser utilizados por ellas, ese carácter común cohesiona y automatiza las posiciones relativas de los Usuarios. La carretera nos convierte a todos en conductores, la línea de cable de fibra nos convierte a todos en hacedores de llamadas y la capa de la ciudad nos convierte a todos en habitantes de un territorio urbano compuesto. Esto sugiere que cualquiera de nosotros es (o podría ser, o debería ser) no tanto un sujeto político de esta ciudad particular —Londres, Bombay, Shanghái— que de la Ciudad, de la malla globalmente desigual de infraestructuras amalgamadas y jurisdicciones deslaminadas.

En cuanto a los humanos, nuestras relaciones compartidas pero desiguales con esta capa metaurbana agregada de The Stack también imploican que la subjetividad política se resuelve de forma diversa para el “Usuario” de energía, información o tierra. Diferentes Usuarios de la capa de la Ciudad se ven acotados hacia diferentes resultados, incluso si los términos de cálculo y resolución son compartidos. El valor, el perfil y la huella de un Usuario individual se ordenan dentro de este índice consolidado, fijando el programa de control de la capa de la Ciudad, tanto como los términos de un acceso común y los derechos de habitación y movilidad en toda la extensión más amplia de la capa. El programa de captura dentro de las envolturas de una ciudad determinada es siempre tan real como las perspectivas de fuga, pero ninguna está garantizada. En ambos casos la jurisdicción residencial de una sola ciudad puede ser sólo un momento del arco de un itinerario más amplio.

Cualquiera de nosotros puede estar de paso durante un breve periodo de tiempo (con visados de turista o de trabajador) o acreditado como ciudadano formal o impedido de marcharse (campos de refugiados, ciudades-prisión, ciudades-fábrica) o empleado a la deriva atravesando (legalmente o no) las polis urbanas infraestructurales. Cada uno de nosotros pasa de un estado relativo de movilidad a otro, día tras día o vida tras vida. Estamos situados en movimiento, tanto dentro de ciudades genéricas, inspiradas en aeropuertos, desplazándonos cada vez menos entre lugares cada vez más homogéneos, y también en la heterodoxia de la urbanidad como globalidad, para la que se aprovechan las redes de paso entrelazadas que permiten sostener ritmos de consumo espacial que se refuerzan mutuamente. Las soberanías de plataforma que surgen en las relaciones técnicas de esta urbanidad compuesta son, en el mejor de los casos, contradictorias.

Como ocurre con cualquier cuadrícula, la superficie interfacial reversible del tejido urbano puede producir un sujeto Usuario duradero porque también es, por definición, una tecnología potencial de captura y control. Parte de las instrucciones de diseño de The Stack consisten en difundir un repertorio de accidentes que puedan frustrar las formas más indeseadas de encarcelamiento centrípeto. El reto definitivo para ello es conjurar géneros ajenos de urbanización a partir de la universalidad acotada de la posición genérica del sujeto Usuario: no un cosmopolitismo kantiano zombi, sino un hipermaterialismo geopolítico para el que el “derecho a la ciudad”, y por tanto a The Stack, sea un sufragio esencial de todos los usuarios significativos, humanos y de otro tipo. 

Esto sólo es posible (o sería posible) en la medida en que las múltiples cuadrículas de la capa de la Ciudad sean también interfaces con otras capas de The Stack. La capa de la Tierra proporciona, por ejemplo, la increíble energía necesaria para alimentar los apetitos físicos del urbanismo compuesto de la Ciudad. Su imperativo epidérmico de ver y percibir no es sólo un sustrato de la Ciudad, sino que también se convierte en una lógica operativa de control y composición interfacial (más información sobre esto más adelante). La capa de la Nube proporciona la supercomputación ambiental generativa y reactiva que activa las envolturas e Interfaces urbanas y las introduce en otros dramas geográficos políticos formales e informales.

Mientras que la Nube ve los nodos y tejidos urbanos como equivalentes a cualquier otro material para la expresión computacional, sus principales interruptores se reúnen a su vez en estrechos anillos de centros transcontinentales intensivos, centralizando las economías de ancho de banda en unas pocas ciudades celulares específicas. Lejos de esas capitales del ancho de banda, centros de datos de la Nube más pequeños, fábricas de ensamblaje, centros de distribución, centros de llamadas y puertos de embarque salpican geografías más remotas y reúnen a trabajadores itinerantes en su seno (o, alternativamente, se protegen a sí mismos contra todo contacto humano).

En casos especiales, las plataformas en la Nube diseñan sus propias huellas arquitectónicas reuniendo sus funciones cognitivo-administrativas de más alto nivel en sedes corporativas megaestructuradas, a menudo edificios a escala de ciudad que dan la espalda a su ubicación inmediata (más sobre esto más adelante). Justo por encima de la capa de la Ciudad en la The Stack, la capa de la Dirección provee presencia en red para cualquier “cosa” dentro del paisaje urbano y para el potencial de comunicación entre ellas. A diferencia de los sistemas postales transnacionales, esta capa no se dirige a los lugares en función de sus posiciones adyacentes en la superficie de la Tierra, y a diferencia de la dirección formal de las partes por un sistema jurídico moderno, está disponible para los destinatarios potenciales en escalas espaciales o temporales, e incluso grados de fisicalidad y abstracción, muy diferentes.

Los territorios de instancias direccionadas en el contexto más amplio de la Ciudad son nominados, organizados y vueltos coherentes por las Interfaces que convierten los mapas de opciones direccionables en instrumentos prácticos. Para el Usuario, estos mapas cohesionan el abanico de posibles interacciones y transacciones no sólo con la capa de la Ciudad, sino también con las capas de la Nube y la Tierra, mediadas a través de ella; las Interfaces proporcionan un canal para que el Usuario modele y controle su propia posición dentro del abanico que describen. Además, The Stack no sólo se media a través de la Ciudad; todo el dispositivo se expresa también a escala de la ciudad y del entorno construido, y lo hace de formas a veces contradictorias, caracterizadas tanto por la centralización (por ejemplo, la consolidación continental de canales clave de ancho de banda en meganodos y megaciudades) como por la descentralización (por ejemplo, el predominio global de teléfonos móviles cada vez más potentes como insumo esencial para la vida urbana cotidiana). 

A continuación examinamos varias formas en las que The Stack se asienta en la capa de la Ciudad, desde la escala de las redes globales a la de la envoltura individual, y viceversa. Veremos que esta integración de lo uno en lo otro no se parece tanto a la ciudad organísmica de Leon Battista Alberti, en la que todas las partes encajan en un todo natural, como al sangriento parasitismo anidado de múltiples especies, un organismo que vive dentro de otro, que quizá a su vez vive dentro de otro, y que transporta energía hacia dentro y hacia fuera, a través de pieles e interfaces. Para esta figura, la capa de la Ciudad es un urbanismo de digestión catalítica más que de homeostasis asentada; sus apetitos son computacionales pero no por ello menos violentos. The Stack también se expresa en la guerra a distancia entre Ciudad y Ciudad, escenificada por el lanzamiento del virus Stuxnet en las instalaciones nucleares iraníes (tal vez instalado allí físicamente a mano, tal vez descargado inadvertidamente), donde el software se apoderó de determinadas centrífugas y las engañó para que funcionaran mal pero informando que estaban plenamente operativas. Este tipo de código transurbano convertido en arma no es tan diferente del hongo parasítico Orphiocordyceps unilateralis, que infecta el cerebro de una especie de hormiga y dirige a su zombi para que se arrastre hasta la altura del dosel selvático con la temperatura y la humedad adecuadas para que el hongo disperse sus esporas y la cáscara de la hormiga se convierta en una fábrica de más hongos. Tal es el modelo de guerra de información infraestructural de microorganismos, insectos, software móvil y megaciudades. 

A escala de paisaje, la The Stack sostiene la consolidación de infraestructuras de ancho de banda en nodos continentales, así como el diseño de formas y programas arquitectónicos integrados masivamente, encapsulados en megaestructuras arquitectónicas hoy visibles principalmente desde una perspectiva satelital —edificios a escala de la The Stack. Estas megaestructuras pueden estar ahí para organizar la habitación humana o el flujo de objetos (por ejemplo, campus corporativos, aeropuertos, almacenes), pero en muchos casos, los problemas de diseño son cada vez más similares entre sí. El resultado final no es tanto una neutralización del carácter de lugar como una hiperinscripción monumental (o antimonumental), una arquitectura total retirada de la ciudad pública y limitada por sus propias fronteras estructurales, puertas, muros y pieles, jardines, introvertida de su entorno inmediato para conectarse mejor con las economías planetarias externas en sus propios términos.

Enclaves dentro de enclaves que se digieren unos a otros hasta el fondo. Para estas megaestructuras, la integración espacial se define en las lenguas emparejadas de la experiencia y la logística, y se realiza plegando sus funciones urbanas bajo un mismo techo y programándolas (o al menos intentándolo) como un único sistema arquitectónico, como un dato geodésico autovinculante y homogéneo. Algunos de los ejemplos más espectaculares son, como es lógico, las propias sedes de las plataformas en la Nube. Pero, como los Sith de La Guerra de las Galaxias, las megaestructuras siempre vienen de a dos: su depuración del programa respecto de la situación urbana inmediata y su repliegue en la singularidad formal siempre dependen necesaria e irreductiblemente de una megaestructura doppelganger (o más de una) en otro lugar.

Si comparamos cada punto de contacto, la capa de la Ciudad quizás sea donde los dolores de parto de la geopolítica de The Stack se sientan más visceralmente.

Exposición y control

Si comparamos cada punto de contacto, la capa de la Ciudad quizás sea donde los dolores de parto de la geopolítica de The Stack se sientan más visceralmente. La llegada de cualquier constitución política va acompañada de la correspondiente violencia fundacional, y esto no es menos cierto en el caso de la computación planetaria y las jurisdicciones que surgen en sus redes interfaciales. Pero a diferencia de los estados políticos modernos, que pueden haber surgido por la ruptura o el establecimiento de centros simbólicos específicos, la violencia constitucional de las soberanías de plataforma de la computación planetaria se produce en la superficie de toda la ciudad, en cada objeto y sobre él, aparentemente en simultáneo, tan ubicua y convergente como parcial y particional. La capa de la Ciudad descansa sobre los residuos de esta violencia, así que ¿en cuáles de sus superficies poco profundas podemos escarbar? 

La interfaz urbana no siempre se ha conceptualizado en términos de sus rendimientos espaciales y políticos manifiestos, pero dos ensayos, escritos en los años paleolíticos de la era digital, siguen aclarando en parte lo que está específicamente en juego en la capa de la Ciudad. En primer lugar, el ensayo de Virilio “La ciudad sobreexpuesta” (1985) sintetiza muchas de sus ideas sobre la mediatización de la ciudad centrándose en el aeropuerto como entorno de seguridad y modelo de compresión de la ciudad a través del mando, la comunicación, la velocidad y la inercia. Hace mucho tiempo, la interfaz ceremonial de una ciudad podía ser una puerta o un puente que, al cerrarse, también cerraba la ciudad a la circulación de mercancías, personas, ideas, microbios y demás. En estos orificios entre la ciudad y la periferia se modulaban el riesgo marcial y la complejidad del contacto, pero ahora el aeropuerto es esa interfaz con la ciudad y con el Estado-nación, independientemente del punto de partida global y de lo cerca que esté el aeropuerto de cualquier frontera formal existente.

Los aeropuertos, incluso en el interior del país, contienen fronteras internacionales legales, zonas seguras, zonas libres de impuestos, controles de seguridad, zonas inseguras y de cuarentena, y otras jurisdicciones liminales y programas policiales complementarios. Si consideramos los aeropuertos como un modelo de intercambio de información intermodal, vemos que la movilidad global de personas y cosas es posible en parte gracias a la estandarización protocológica de una red interfacial de aeropuertos y ciudades, organizada por incrementos de tiempo de viaje en primera persona, econometría de nodos y radios, y su aplanadora provisionalidad sin afecto de la cultura de las salas de embarque. El movimiento a través de los rituales de filtrado y clasificación en varias fases del aeropuerto lleva al Usuario a través de zonas policiales y de ocio densamente yuxtapuestas. Los agentes de seguridad examinan y manipulan a la persona de formas normalmente reservadas a criminales y sans-papiers, mientras éste posa en medio de los pasillos de entretenimiento, donde versiones resumidas de la cultura humana se han miniaturizado en revistas con vocación inspiradora y en inofensivas ofertas de alimentos.

El urbanismo aeroportuario en general se caracteriza por esta cohabitación crítica de seguridad y entretenimiento: entretenimiento securitizado y securitización entretenida. En lo que Virilio denomina un “nuevo orden topológico”, el control es a la vez duro y blando. Las ametralladoras son reales y la obsesión de los terroristas por estos sitios es real, y la amenaza tácita de ser sacado del escenario para ser interrogado a puertas cerradas por agentes del Estado capaces de expulsar al Usuario de vuelta al otro lado del mundo también es real. No menos reales son las pantallas digitales de salida y llegada, la hiperlegible señalización en Helvética sobre fondo amarillo, la precisa colocación estratégica de los carritos de café exactamente a tantos pasos de los baños y, de nuevo, esa omnipresente matriz de medios y golosinas. La ocupación humana de este espacio, una envoltura suave de demoras y digestión en colaboración con la envoltura dura de seguridad y filtrado, se eleva ahora a principio general del urbanismo contemporáneo. Para Virilio, esta superposición relajada del espacio excepcional y militarizado con el paisaje ambiental de la “singapurización” genérica de la ciudad global, situada en la interfaz crítica que conecta los nodos urbanos dentro de una esfera global expandida, es el modelo de la ciudad presentada como hardware y software de información.

Es decir, el aeropuerto revela sin alardes que las ciudades son aeropuertos. Los aeropuertos no son simulaciones de ciudades, sino que las ciudades son simulaciones de aeropuertos. Es donde la policía escanea a fondo tu persona mientras te prepara un delicioso batido de tu elección, y todo sin ironía ni contradicción de propósito y afecto. Pero esto no es (sólo) un juego de palabras surrealista sobre el despotismo; como urbanismo universal, el modelo de negocio también tiene que incluir la gestión reactiva de las acciones individuales de los Usuarios provocadas por este pequeño drama accidentalmente sádico.

La distribución dispersa de las interfaces y la intensificación de la agencia potencial reflejada en el aumento de las capacidades computacionales de cada una de ellas no disipa el peso de las autoridades de la plataforma, pero sí reformula sus permisos. Tal vez de forma contraintuitiva, a medida que las interfaces se vuelven ubicuas, la descentralización de las interfaces se convierte en el motor de la centralización de la Nube, y a medida que estas interfaces se convierten en canales de creciente gestión del Usuario final, inteligencia de enjambre y utilidad espontánea, la centralización de la Nube se convierte también en el motor de la descentralización de las interfaces. La lógica de la Ciudad como capa del poder de The Stack es, por ende, tanto descentralizada de arriba hacia abajo como centralizada de abajo hacia arriba; así como una interacción horizontalmente dirigida y monetizada como moneda social bruta de cognición y circulación. Mira allí, junto a la puerta 12, el campo de búsqueda en cada pantalla, en cada mano y en cada regazo, mientras los Usuarios esperan sus vuelos. Observa que lo que finalmente da poder a la interfaz no es tanto su función como marco coercitivo de toda significación y gesto, sino el hecho de que responda de forma única e implacable a los matices de los propios deseos, intereses e intenciones de cada Usuario. Puede hacer una cosa porque puede hacer la otra.

Un segundo ensayo de la misma época amplió estas dinámicas en un nuevo diagrama de lo social en general. Entre sus últimos escritos publicados, el ensayo “Posdata sobre las sociedades de control” se convirtió en la observación más difundida de Deleuze sobre la ciudad contemporánea y los medios de comunicación. Este brevísimo texto se ocupa de la transformación histórica de las ciudades desde un antiguo modo “disciplinario”, que coaccionaba a los habitantes en envoltorios masivos gobernables como escuelas, fábricas, prisiones, edificios de oficinas y cuarteles, hacia un nuevo modo de “control”, para el que los movimientos autodirigidos de cualquiera a través de espacios abiertos y cerrados están gobernados de antemano en cada punto interfacial de pasaje, tal como se construye paramétricamente a través de pasarelas de filtrado, verificación de identidad en el punto de compra y la geografía local del entretenimiento.

El control, que Deleuze define en términos de los tropos de adicción-deuda-mimetismo de William S. Burroughs, normaliza las oscilaciones entre la estriación y el alisamiento del espacio urbano y da forma en tiempo real a los sistemas sociales convocados por la cibernética blanda del diseño de interfaces. Reconocemos la ciudad que describe como una repleta de entornos que responden de forma sospechosa, desde el PIN del cajero automático hasta las llaves electrónicas y los permisos para estacionar, las entradas electrónicas para entretenimiento auspiciado, las recomendaciones personalizadas de quienes han comprado artículos similares, las transparencias de redes sociales móviles, el seguimiento de personas en libertad condicional mediante GPS y el rastreo telefónico de clientes para optimizar la disposición de los comercios. En la ciudad de “control”, puede que no exista una puerta disciplinaria foucaultiana porque no hay un “exterior” al que nadie pueda escapar. Para otros Usuarios, el régimen interfacial ya sabe de antemano que no se les permite entrar en la comunidad cerrada generalizada, y para ellos sólo existe el exterior.

El control, que Deleuze define en términos de los tropos de adicción-deuda-mimetismo de William S. Burroughs, normaliza las oscilaciones entre la estriación y el alisamiento del espacio urbano y da forma en tiempo real a los sistemas sociales convocados por la cibernética blanda del diseño de interfaces. 

El ensayo de Deleuze comienza contrastando el análisis de Virilio de las “formas ultrarrápidas de control flotante que sustituyeron a las viejas disciplinas que operaban en el marco temporal de un sistema cerrado” con las sociedades, ya en desaparición, de la disciplina carcelaria de Foucault, lo que se evidencia por una crisis general del encierro. Donde los encierros son “moldes”, los controles son en cambio una “modulación”, un “molde autodeformante que cambiará continuamente de un momento a otro, o como un tamiz cuya malla se transmutará de un punto a otro”, colocados sobre transiciones de fase, tenuemente enfocadas, de actividades sin principio ni fin definidos. Las técnicas de identidad se exteriorizan en códigos y contraseñas, superando la dinámica masa/individuo por la que cada Usuario es un individuo provisional y cada pluralidad es un mercado de patrones y modelos predictivos.

Deleuze vio que la evolución hacia sociedades de control está marcada por el predominio de la tecnología de la información computacional como su dispositivo señalizador: “Las sociedades de control funcionan con máquinas de un tercer tipo, las computadoras, cuyo peligro pasivo es la interferencia y cuyo peligro activo es la piratería o la introducción de virus”. Cierra el ensayo con una especie de advertencia sobre una hipotética ciudad de control que, desde la perspectiva actual, mirando hacia 1991, cuando fue escrito, parece pintoresca:

La concepción de un mecanismo de control, que da la posición de cualquier elemento dentro de un entorno abierto en cualquier instante dado (ya sea animal en una reserva o humano en una corporación, como con un collar electrónico), no es necesariamente de ciencia ficción. Félix Guattari ha imaginado una ciudad en la que uno podría salir de su apartamento, de su calle, de su barrio, gracias a su tarjeta electrónica (dividual) que levanta una barrera determinada; pero la tarjeta podría ser rechazada con la misma facilidad un día determinado o entre ciertas horas; lo que importa no es la barrera, sino la computadora que rastrea la posición de cada persona —lícita o ilícita— y efectúa una modulación universal.

En la actualidad, estas interfaces urbanas —zanahorias algunas, palos otras— son plataformas habituales para la innovación sobreexcitada de las redes sociales, para las mezclas de medios locativos, realidad aumentada, seguridad biométrica y digital, seguimiento y cartografía personal, aplicaciones de fitness, pago automatizado en los comercios, y los productos y servicios basados en sus convergencias y combinaciones.

Deleuze concluye: “El hombre disciplinario era un productor discontinuo de energía, pero el hombre de control es ondulatorio, está en órbita, en una red continua. En todas partes, el surf ya ha sustituido a los deportes más antiguos”, y es cieto que la deriva a través de esta versión de la ciudad de control es un encuentro con capas de interfaces visibles e invisibles, que nos cartografían y hacen del mundo un mapa de imágenes y un instrumento de imágenes para nuestras particulares concepciones idealizadas sobre él. El escenario que Deleuze describe es uno en el que las únicas intersecciones aparentemente rítmicas de agentes libres que navegan por suaves cañones urbanos se rigen de hecho por el tejido altamente estriado de densas conexiones diferenciales en redes específicas: unas sólo gracias a las otras. Esta ciudad no se gestiona desde un puesto de mando central en la máquina de equilibrio cibernético, como la computadora central Alpha 60 de Alphaville de Jean-Luc Godard, sino más bien al revés.

La dispersión de la autoridad en campos interfaciales hipergranulares es el poder constitucional; cada “dividuo” es una especie de autómata celular que expresa intenciones e instrucciones absolutamente específicas para un territorio emergente en formación. Ese territorio, a su vez, se conduce de abajo hacia arriba según los marcos limitados de pensamiento, acción, acceso y expresión que su campo agregado de interfaces le presenta a cada Usuario. El conjunto de interfaces de la Ciudad se diseña de acuerdo con esta pragmática condicional de puntos de acceso y comunicación de interfaces, cada uno de los cuales es a la vez un portal particular discretamente sintonizado y una instancia dentro de un conjunto mayor. Una totalidad de interfaces es entonces más que la suma de estos encuentros individuales, ya que también abarca el poder activo que divide a los pueblos y las ciudades según programas espaciales y temporales regulares; tales totalidades surgen a través de la repetición de la activación de combinaciones particulares de interfaces y son, por tanto, un medio a través del cual el control distribuye Usuarios.

Al servir tanto de índices de conexión interfacial como de medios por los que se da forma a esas conexiones, estas redes también establecen nuevos territorios, asfixiando a los territorios precedentes o entrelazándose con ellos de forma asimétrica. La violencia suave de este establecimiento es, una vez más, la lógica constitucional de la capa de la Ciudad como sistema social y marco geopolítico: una lógica de incorporación más que de imposición. Como se expone más adelante, algunas interfaces visuales también funcionan como mapas cognitivos regularizados de los territorios urbanos interfaciales en los que se sitúan y, como tales, su contenido semántico puede funcionar como una representación colectiva vinculante de la geografía de The Stack (o incluso de una jurisdicción proyectada o un sistema de gobierno idealizado), proporcionando su regularidad social y su estructura duradera.

A medida que The Stack integra ciudades individuales en plataformas comunes de energía, agua, trabajo, información, etc., también vincula sus economías de recursos hacia nuevos flujos de capital basados en la integración de servicios urbanos. Del mismo modo que Google genera ingresos reempaquetando las nociones, preferencias, clics y vías de sus Usuarios, la capa de la Ciudad genera sustento no sólo mediante impuestos extractivos, sino a través del valor de red extraído de la interacción perpetua con las interfaces que constituyen la ciudad en el espacio situado. Para esta metroeconomía, los costos de mantenimiento de la infraestructura corren por cuenta de la gobernanza algorítmica de la plataforma sobre las relaciones sociales de sus usuarios-ciudadanos-trabajadores-clientes, y también pueden generar plusvalor de plataforma para esas partes interesadas y para sí misma. Al alojarse nuestras trayectorias idiosincráticas en el espacio urbano, algunas interfaces urbanas del entorno se convierten en fuentes de ingresos para algún urbanista de la Nube, y así, a medida que la cognición y el movimiento se traducen y capitalizan del Usuario a la Nube, la vida y el pensamiento cotidianos en la ciudad inteligente se convierten en una forma de trabajo de la información.

En estas circunstancias, el geodiseño se centra en la plasticidad de la soberanía, no sólo en la privacidad individual, sino también en la valoración del movimiento plural, el gesto y el desplazamiento como base de las políticas fabricadas. Como veremos, uno de los ejes de la innovación se sitúa entre los derechos y responsabilidades que la interfaz urbana otorga y exige a un Usuario que es ciudadano legal formal de su jurisdicción explícita, frente a los que otorga y exige a un Usuario que no lo es. En el futuro, es posible que el no ciudadano disfrute de ciertas ventajas sobre el ciudadano, ya que las infraestructuras pueden no estar preprogramadas para gobernar directamente a ese Usuario como sujeto formal, sino simplemente para prestarle servicios.

Puede que, con el tiempo, veamos cómo la población mundial de no ciudadanos residentes en la capa de la Ciudad inclina la balanza para desplazar las arquitecturas del software y la soberanía desde la jurisdicción estatal formal hacia las soberanías de plataforma de otras comunidades, configuraciones y lealtades transurbanas y transcontinentales. O quizás no. Los propios accidentes geográfico-políticos de la capa de Nube trazan un marco para esto, pero la provisión inmediata de acceso por parte de una interfaz que ignora deliberadamente el estatus nacional de su Usuario podría dibujar otro. La preocupación por el espacio privado frente al público adquiere un tenor diferente cuando cada uno se considera en relación con un urbanismo de Stack para miles de millones de residencias temporales de no ciudadanos, garantizado por una metroeconomía que equipara la interacción del Usuario con la generación de valor de un modo que hace caso omiso de otras reclamaciones legales que los Estados pudieran hacer sobre esas transacciones. Este tipo de política de la interfaz urbana (también de la envoltura y de la membrana, de lo visible y de lo invisible) puede apuntar hacia otra geopolítica de la capa de la Ciudad, una en la que el cierre sombrío y sofocante de las “ciudades de control” de Virilio y Deleuze dé paso a géneros descendientes de computación a escala urbana que sus relatos iniciales no podían anticipar. En otras palabras, como cualquier otro territorio compuesto por interfaces excepcionales reversibles, las megaestructuras a veces pueden invertirse in situ.

Puede que, con el tiempo, veamos cómo la población mundial de no ciudadanos residentes en la capa de la Ciudad inclina la balanza para desplazar las arquitecturas del software y la soberanía desde la jurisdicción estatal formal hacia las soberanías de plataforma de otras comunidades, configuraciones y lealtades transurbanas y transcontinentales